Crisis de la vida moral

Está generalizada la percepción de que tanto la teoría moral como su práctica están en crisis. También es de dominio público que esta crisis está haciendo grave daño a la sociedad. Pero para encontrar soluciones hay que intentar buscar los orígenes de la crisis, las causas. Son numerosas y proceden tanto desde dentro como desde fuera de la propia Iglesia.

La moral y su práctica están en crisis, y la Iglesia lo viene constatando desde hace mucho. Pablo VI ya lo advirtió en 1975: “Hoy se discuten los mismos principios del orden moral objetivo, de lo cual deriva que el hombre de hoy se siente desconcertado. No se sabe dónde está el bien y dónde está el mal, ni en qué criterios puede apoyarse para juzgar rectamente. Un cierto número de cristianos participa en esta duda, por haber perdido la confianza tanto en un concepto de moral natural como en las enseñanzas positivas de la Revelación y del Magisterio”.
Desde entonces acá, el problema se ha agudizado. Juan Pablo II quiso hacerle frente dedicándole nada menos que una encíclica, la “Veritatis splendor”. En ella, entre otras cosas, señala como una de las causas de la crisis los ataques procedentes de grupos de teólogos disconformes con el Magisterio de la Iglesia, para los cuales éste “no debe intervenir en cuestiones morales más que para exhortar a las conciencias y proponer los valores en los que cada uno basará después autónomamente sus decisiones y opciones de vida”.
Causas
            Las consecuencias de la crisis son claras y todos las padecemos. Pero, quizá, lo más importante sea averiguar las causas.
La crítica marxista a la Religión es una de ellas. El desprecio contenido en aquella afirmación de Marx de que “la religión es el opio del pueblo” porque paraliza la lucha contra la injusticia, ha llevado a muchos a asociar el concepto de religión con el de tiranía. De ahí se ha pasado fácilmente a ignorar todo lo que la religión enseña, incluida su ética.
Otra causa está en las denuncias del psicoanálisis. Acusa a la moral católica de atentar contra las conciencias subrayando el sentido negativo del pecado, lo cual provoca traumas psicológicos. Por eso propugnan una “moral sin pecado”, donde cada uno pueda hacer lo que quiera sin sentirse culpable por ello.
El tercer ataque vino del existencialismo, para el cual el hombre es siempre circunstancia y cualquier cortapisa que se ponga a la libertad debe ser rechazada. Fruto del existencialismo es el relativismo, expresado en aquella “moral de situación” que tuvo que ser explícitamente condenada por la Iglesia.
En la misma línea está el “pluralismo relativista”, que ha crecido de la mano de la globalización y de la aparición de elementos culturales muy variados en sociedades hasta entonces más homogéneas. Primero se empezó a pensar que todas las religiones y todas las culturas tenían el mismo valor y que, por lo tanto, uno podía apuntarse a la que más le gustara o conviniera, e incluso elegir de cada una lo que le pareciera bien para hacerse su propia religión. Después se pasó el mismo esquema al campo de la moral, apareciendo así lo que el cardenal Ratzinger denominó “moral del supermercado”, pues es como si un consumidor paseara por un almacén con su caro de la compra y fuera seleccionando de las distintas ofertas morales y religiosas lo que en ese momento le atrae más, sin preguntarse ni las consecuencias ni la autenticidad de lo que elige.
Causas internas
            Pero si estos ataques ha venido de fuera, no han faltado los que nacían de dentro, del ámbito teológico.
Tras el Concilio Vaticano II se constató la necesidad de reformar la Teología Moral, que venía expresándose en términos parecidos desde el siglo XVII y a la que le faltaba, entre otras cosas, el aliento bíblico. En esta reforma de la Teología Moral, preconizada por teólogos como Häring, se entremezclaron los aciertos con los fallos.
Si bien la Moral católica debía volver a fijarse más en la Biblia para fundamentar sus normas, lo que sucedió con frecuencia fue que se tomó una base bíblica errónea, la de la teología protestante más crítica, que en la práctica suprimía todo elemento trascendente en la Palabra de Dios, negando desde la divinidad de Cristo a la existencia de milagros. Así, basada en una Teología Bíblica equivocada, una parte de la Teología Moral -la considerada a sí misma “progresista”- negó la existencia de una verdad absoluta sobre ciertos aspectos de la vida, aceptó el relativismo moral y negó la existencia de leyes universales que pudieran afectar a todos los seres humanos.
Como consecuencia se reclamó la instauración en la Iglesia del “pluralismo moral”. Esto significaba que se podía vivir en la Iglesia, en plena comunión con ella, manteniendo comportamientos morales diferentes. Para unos el aborto podía ser bueno y para otros malo. Para unos el matrimonio de los divorciados podía ser válido y para otros no. Para unos la violencia podía legitimarse y para otros debía rechazarse siempre. Esta tesis del pluralismo moral es la que aflora siempre en los medios de comunicación cada vez que el Magisterio papal o episcopal debe intervenir contra algún teólogo. Un caso reciente fue el del español Marciano Vidal, algunas de cuyas tesis fueron condenadas por la Iglesia, pero que recibió un apoyo mayoritario de los medios de comunicación. Fue presentado como un “mártir de la libertad” y no pocos articulistas se rasgaron las vestiduras al constatar que la Iglesia exigía que en su seno todos aceptaran los mismos principios morales; lo normal, para ellos, es que cada uno tenga y practique la moral que más le guste, sin que nadie -ni el Papa ni los obispos- pueda llamarle la atención por ello.
El problema de fondo fue apareciendo poco a poco y se reveló como una falta de equilibrio entre el respeto a la norma y el respeto a la conciencia. Esa falta de equilibrio se ha mostrado en los últimos años inclinándose la balanza peligrosamente hacia un ensalzamiento de la conciencia, que es presentada como norma última de moralidad sin que tenga que dar cuenta a nadie más que a ella misma ni deba escuchar a nadie al que no quiera oír.
Soluciones

Para salir de la crisis hace falta un gran esfuerzo, mucha honestidad y la ayuda imprescindible de Dios. Ante todo, hace falta una presentación adecuada del mensaje cristiano. Nuestro camino no es, sin más, un camino de salvación eterna. Junto al legítimo deseo de salvación. en un cristiano debe estar el amor agradecido al Dios que le ama. Desde esta perspectiva del agradecimiento, la cuestión adquiere un enfoque diferente. Ya no se tratará de dar los mínimos, sino de aspirar a dar los máximos. Esta es la moral de las bienaventuranzas, la moral de la felicidad. A la vez, es una moral que hace consciente al hombre de su fragilidad y pequeñez y que le lleva, por eso, a acudir a Dios en busca de ayuda para ser santo, para darle cada vez más. Por último, es una moral que agradece la existencia de normas, pues son señales que avisan y evitan cometer errores.