El acto y la persona moral

El núcleo de la ética está en saber cómo debe comportarse el hombre para que sus actos le lleven a la perfección personal que, para un cristiano, consiste en la imitación de Cristo. Ahora bien, esos actos tiene que reunir unas características para que sean humanos y, por lo tanto, susceptibles de ser enjuiciados moralmente y de ser catalogados como buenos o como malos.

Tanto la filosofía como la teología, al enfrentarse con la eticidad de la actividad humana, lo primero que dilucidan es qué acciones humanas pueden calificarse de “buenas” o “malas”. Con este fin, se distingue entre “actos del hombre”: todo lo que el hombre hace, y “actos humanos”: los que ejecuta con conocimiento y libertad. Sólo los actos humanos son morales. Los que no han sido ejecutados de forma consciente y libre, no son sujetos del juicio moral. Un ejemplo concreto, clásico, es el de los sueños, o el de los actos llevados a cabo bajo hipnosis o bajo engaño.
            Eso no significa que los actos hechos sin conocimiento ni libertad no sean buenos o malos, pero no se les puede aplicar el calificativo de morales. El hombre sólo será responsable, desde el punto de vista moral, de los actos que haya cometido de forma consciente y libre.
Sin embargo, esto que resulta fácil de entender en la teoría, es muy difícil de aplicar en la práctica, pues es muy difícil dilucidar cuándo hay verdadero y pleno conocimiento y verdadera y plena libertad. Por eso, a la Teología Moral le corresponde solamente exponer la doctrina para juzgar la objetividad de las acciones, pero el interior del hombre sólo lo juzga Dios. El cristiano ni siquiera debe juzgar la conciencia de su hermano, pues eso lo tiene tajantemente prohibido (Mt 7,1-5).
La persona como sujeto moral
            Junto con el estudio del acto humano como acto moral, es también imprescindible estudiar a la persona humana como sujeto de ese acto moral. Para ello es preciso tener en cuenta algunos datos de orden antropológico y filosófico.
1.- Unidad radical de la persona humana. Es ya una conquista de la antropología cristiana la valoración de la unidad de la persona, es decir, que no hay dos “yo”: uno bueno y uno malo. Si esto fuera así, el “yo” malo sería el responsable de las malas acciones que cometemos y que el “yo” bueno detesta. La persona es única y la división en dos partes de la personalidad está tipificado como esquizofrenia.
El único título en latín que figura en el Catecismo de la Iglesia Católica es para asentar esta tesis: “Corpore et anima unus”. El hombre es, pues, una unidad radical de cuerpo y alma, de materia y espíritu. Esto no significa que ambos, cuerpo y alma, sean lo mismo. El hombre es un ser espiritual, con alma creada directamente por Dios (Catecismo 362.363) y también un ser corporal (“es cuerpo” y no “tiene cuerpo”).
            Cuerpo y alma se distinguen, pero no es posible separarlos.
Esto es fundamental tenerlo claro, pues la moralidad afecta a la unidad radical de la persona. No es cierto que el cuerpo sea principio del mal, como afirman los dualistas; lo mismo que tampoco es cierto que sólo el espíritu es sujeto del bien y del mal morales.
Ser social
            2.- Socialidad: Ser hombre es vivir con otros hombres, pues el hombre “vive y con-vive”, hasta el punto de que se diferencia del animal porque “vive en sociedad”. Fue Aristóteles quien definió al hombre como “ser social”.
La socialidad radical de la persona humana en relación con la vida moral tiene, al menos, estas dos consecuencias:
– No cabe plantear la vida moral del hombre si no se tiene en cuenta su condición social. La moral no es, propiamente, del “individuo”, sino de la “persona”, y la persona es, por naturaleza, un ser social. Por ello, también son objeto de juicio ético las múltiples relaciones de la vida social, económica, política, etc, e incluso de las instituciones que la rigen.
– Pero valorar su sentido moral exige también considerar las influencias reales que sobre la persona ejerce la vida social concreta en que desarrolla su existencia. Así adquieren significado las expresiones de los últimos documentos magisteriales acerca de los llamados “pecados sociales” y “estructuras de pecado”.
3.- Historicidad: El hombre es realidad personal e histórica: vive en la historia y él mismo tiene historia, de forma que la historicidad no toca tangencialmente la biografía de cada hombre, sino que se integra en su ser.
En concreto, la historicidad condiciona la vida moral, al menos en estos dos sentidos:
– Su propia biografía está enriquecida o empobrecida por la crónica de su existencia. Las vivencias personales ejercen una gran influencia en la vida moral de una persona.
– Pero al hombre, inmerso en la historia, no siempre le es fácil superar las ideas y las sensibilidades de cada tiempo. Por ello debe estar advertido para no juzgar como éticamente correctos los defectos morales de una época social concreta.
Como es obvio, la historicidad del ser humano es un dato a tener en cuenta en el juicio moral, El error es exagerarlo, de forma que se convierta al hombre en esclavo de su biografía, o que se exagere el elemento histórico hasta acabar en un relativismo historicista.
4.- Elevación a la gracia: No debe olvidarse nunca que el hombre no está solo, a merced de sus propias fuerzas, a la hora de hacer el bien o de evitar el mal. A la estructura más íntima del hombre pertenece la nueva vida sobrenatural comunicada al bautizado.
Precisamente por eso, la llamada del cristiano a un compromiso moral es más elevada que la que puede sentir otra persona. La elevación por la gracia demanda una moral de la santidad.
No hay que olvidar que, para poder llevar a cabo es elevada vida moral, el cristiano no cuenta sólo con la gracia recibida en el Bautismo, sino que tiene a su disposición la ayuda del Espíritu Santo y la recepción de los sacramentos.
Condicionantes psicológicos
            5.- Estructura psíquica del sujeto moral: esta cuestión es decisiva, pues se trata no sólo de detectar los casos patológicos, sino de conocer la psicología de los casos más comunes, en los que la peculiar forma de ser de cada uno explica y condiciona la vida moral.
Pero, si bien se acepta sin obstáculos que la psicología del individuo condiciona la moralidad de sus actos (por ejemplo, las obras que pueda hacer un loco), se corre el riesgo de reducir la vida moral a una serie de condicionantes que llegan a suprimir la responsabilidad porque, más que condicionantes, se han convertido en determinantes. No hay que olvidar que las escuelas psicológicas son plurales y cambiantes y que están muy ideologizadas, de forma que la interpretación del ser del hombre está condicionada por la ideología de escuela.

En resumen, el sujeto moral es la realidad del hombre concreto, uno en cuerpo y alma, social por naturaleza, ser histórico que, ayudado por la gracia, posee una peculiar estructura psíquica.