La autoridad de Jesús (II)

Una de las claves para analizar la autoridad de Jesús -junto con los milagros- es su actitud ante la ley religiosa judía. De hecho, sólo un legislador debidamente autorizado puede modificar una ley. Si la ley ha sido promulgada por Dios, sólo el mismo Dios puede hacer cambios en ella. La actitud de Jesús ante la ley, con el escándalo que provocó, es una prueba de su divinidad.

Para definir la actitud de Jesús ante la ley es útil ver las tres presentaciones de la cuestión que aparecen en los Evangelio de San Mateo y San Lucas. En Mt 5, 17 (“No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la ley (torá) y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias”), se nos presenta a Jesús como aquel que trae la interpretación definitiva de esa ley, la “torá” de Moisés. En Mt 5, 8 (“Mientras duren el cielo y la tierra, la más pequeña letra de la ley estará vigente hasta que todo se cumpla”) y también en Lc 16, 17, Jesús parece subrayar el valor de la ley, interpretada al pie de la letra. Por último, en Lc 16, 16 (“La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde entonces se anuncia la buena noticia del reino de Dios, aunque todos se opongan violentamente”), parece indicarse que la hora de la ley ha pasado y que será sustituida por los nuevos valores morales del concepto de “Reino de Dios”.
Estas tres posturas, no opuestas en sí mismas, sino complementarias y, sobre todo, manifestadas en momentos y en contextos diferentes, han recibido múltiples interpretaciones que se pueden sintetizar en dos. Para unos, entre los que abundan autores judíos, la actitud de Jesús ante la ley no es de oposición a la misma sino a la interpretación que se hacía en su época. Jesús interioriza y humaniza la ley. No hay que olvidar, sin embargo, que Jesús murió ajusticiado por predicar cosas contrarias a lo que el judaísmo enseñaba oficialmente en su época. Para otros, Jesús es el judío liberado de la ley. Esta presentación suele gustar a los autores protestantes, para los cuales hay un enfrentamiento entre ley y evangelio y no hace falta cumplir la ley sino sólo tener fe para salvarse. Olvidan éstos que Israel nunca entendió el cumplimiento de la ley como algo impuesto desde fuera, sino como una respuesta a la previa acción de Dios.
La visión de la Iglesia católica es de síntesis entre ambas. Según el teólogo Blaser: “La postura de Jesús ante la ley presenta en los evangelios un doble carácter. Afirmación y crítica. Fiel observancia y transgresión de la ley aparecen aquí contrapuestos y yuxtapuestos y en aparente contradicción. Sólo podemos saber la posición básica de Jesús ante la ley: en la conciencia de que con él y por él ha llegado el Reino de Dios, Jesús pretende anunciar con su propia autoridad la voluntad pura y absoluta de Dios, y se coloca por encima de la ley. La voluntad absoluta de Dios, que tiene su contenido esencial en el doble precepto del amor a Dios y al prójimo, es el criterio que Jesús aplica a la ley veterotestamentaria”.
Esta puede ser la clave que nos ayude a entender la postura de Jesús ante la ley religiosa judía. El Señor estaría, en principio, por el respeto y el cumplimiento de la ley, pues tenía un origen divino y Él no había venido a destruir sino a llevar a plenitud. Sin embargo, esa ley había sido con frecuencia interpretada, manipulada o incluso infectada por elementos ajenos a la voluntad de Dios. Era necesario purificarla y dotarla de nuevos contenidos que la condujeran a la perfección. La purificación y el en­ri­que­cimiento se van a hacer, como dice Blaser, a través del mandamiento del amor, tanto en su vertiente dirigida a Dios como en la dirigida al prójimo. Con Cristo, el amor es lo que manda, y todo aquello que se opone al amor tiene que ser eliminado. Como pruebas de su oposición a la ley, cuando ésta se enfrenta al amor al hombre, están las manifestaciones críticas de Jesús sobre el tema de la pureza ritual y su aparente desprecio por los preceptos del descanso sabático: “Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo; lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre” (Mc 7, 15). “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27). Lo que Jesús niega no es la ley como tal, sino la idea de que ella sea exégesis e interpretación de una voluntad de Dios ligada exclusivamente a los escritos sagrados y a la tradición. A esta idea contrapone Jesús la voluntad directa de Dios, expresada por Él y en Él.
En esta línea de mostrar a Jesús como el nuevo legislador que tiene derecho, por su divinidad, a reformar la ley anterior, conviene recordar los textos en los que Él mismo contrapone lo viejo con lo nuevo, a través de una antítesis muy premeditada, caracterizada por estas dos frases: “Habéis oído que se os dijo” y “pero yo os digo”. La intención de la antítesis es que ya no basta (como hasta ese momento) el precepto de la torá (la ley), sino que lo decisivo es el mandato de Jesús. Lo nuevo es algo que potencia lo viejo, que lo sobrepasa en radicalidad desde una nueva perspectiva, la del amor. Ejemplos de antítesis son las que se refieren al divorcio (Mt 5, 31s), al amor a los enemigos (Mt 5, 43-48) y al vencimiento de la agresividad hostil (Mt 5, 38-42). Aparte del contenido de las mismas, nos dicen que Jesús tiene claro que Él puede cambiar la ley porque está por encima de ella. Eso sólo lo puede pretender Dios, de lo cual se deduce con facilidad la conciencia divina que Jesús tenía de sí mismo, así como la decisión que había adoptado de proclamarlo abiertamente, aun sabiendo el riesgo que corría de ser condenado a morir por blasfemo, como de hecho sucedió.
Ahora bien, también hemos visto que hay textos que van dirigidos a reforzar la ley. Estos no deben ser olvidados, sino que hay que interpretarlos desde la perspectiva anterior: es válido todo lo que no se opone al amor a Dios y al prójimo. Y eso es muy abundante en el Antiguo Testamento. Precisamente por ello es por lo que la Iglesia no ha rechazado los contenidos de ese Antiguo Testamento, sino que los ha asumido una vez purificados por la ley del amor, que es la que caracteriza el mensaje evangélico.
El respeto a Dios, la aceptación de su señorío, la confianza en la justicia divina y en la misericordia del Señor, la certeza de que hay un sólo Creador que está por encima de las fuerzas del mal, así como el esquema ético básico representado por los diez mandamientos, son elementos válidos para los cristianos, que tienen su origen en la revelación llevada a cabo por Dios y recogida en el Antiguo Testamento. No se les puede ignorar ni despreciar, ni tampoco dejar de cumplir. El Evangelio, ciertamente, apunta a más, apunta al amor, pero sin que eso suponga dejar de dar los mínimos. El “ama y haz lo que quieras” no puede entenderse como “haz lo que te apetezca porque no hay una ley moral objetiva”, sino más bien como un: “si amas, seguro que no mentirás, no robarás, no matarás, no harás daño a tu familia y además defenderás la verdad, darás limosna, perdonarás y cumplirás con tus obligaciones”.