La fe en Cristo según el Catecismo (I)

En muchos de los capítulos anteriores de este curso de Teología Fundamental hemos reflexionado sobre la figura de Cristo. Es lógico, pues es la parte fundamental de nuestra fe cristiana. Antes de cerrar el tema y pasar a otros aspectos de esta misma fe, conviene ver un resumen de todos esos contenidos. Vamos a hacerlo, en dos lecciones, a la luz del Catecismo de la Iglesia.

El Catecismo dedica a Cristo el capítulo segundo de la segunda sección, la dedicada a presentar el Credo o símbolo de fe. Eso supone los artículos comprendidos entre el 422 y el 682. Habla en muchos otros puntos de Cristo, como cuando se refiere a su relación con la Iglesia. Pero en este capítulo se centra en él y lo hace desde la perspectiva explícita de la fe, pues está desarrollando el Credo. Se trata, pues, de un compendio de lo que los cristianos deben creer acerca de Cristo. Tras una introducción (nº 422- 429), dedicada a proponer a Cristo como el centro de toda catequesis, el Catecismo empieza presentando los nombres con que se ha conocido a la segunda persona de la Santísima Trinidad. El primero es Jesús (nº 430-435), que quiere decir “Dios salva”; después viene Cristo (nº 436- 440), que significa “Mesías” o “ungido”; el tercero es “Hijo de Dios” (nº 441-445), que no tiene, aplicado a Cristo, el mismo valor que cuando se aplicaba a los reyes de Israel, sino que implica ya la divinidad de Jesús; luego viene “Señor” (nº 446- 451), traducción del griego “Kyrios”, que era el nombre más corriente con el que se designaba a Dios, lo cual supone por lo tanto una confesión explícita en la divinidad de Jesús por parte de la primera comunidad cristiana.
Tras esta presentación del personaje a partir de los principales nombres utilizados en el Nuevo Testamento para designarle, el catecismo entra a analizar la encarnación de Jesús. Lo primero es presentar el por qué de esta encarnación (nº 456- 460): “para salvaros reconciliándonos con Dios”, “para que nosotros conociésemos el amor de Dios”, “para ser nuestro modelo de santidad”, “para hacernos partícipes de la naturaleza divina”. A continuación nos describe la encarnación (nº 461- 463), mostrando la firme convicción de que ésta tuvo lugar, de modo que “la fe en la verdadera encarnación del hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana”. Después viene la presentación de la fe en la doble naturaleza de Cristo, la divina y la humana (nº 464- 469), con un repaso a las herejías que negaron una u otra: “La Iglesia confiesa que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor”.
A continuación se nos muestra cómo es hombre el Hijo de Dios (nº 470- 478). En este apartado se tratan temas tan importantes como el conocimiento humano de Cristo, que “como tal no podía ser de por sí ilimitado”, pero, a la vez, “debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar”. En cuanto a la voluntad humana de Cristo, el Catecismo afirma que “Cristo posee dos voluntades” y que “la voluntad humana de Cristo sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario, estando subordinada a esta voluntad omnipotente”. También añade que “Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros… Nos ha amado a todos con un corazón humano”.
La concepción de Jesús en María es presentada en el Catecismo, con toda claridad, como “por obra y gracia del Espíritu Santo” (nº 484-486). Con la misma claridad se defiende tanto la virginidad perpetua de María como su Inmaculada Concepción (nº 487-511), aunque de todo lo relacionado a la Virgen hablaremos en otro capítulo.
El Catecismo trata después de los “misterios de la vida de Cristo”. Primero afirma que “toda la vida de Cristo es misterio” (nº 514- 521). Un misterio de revelación del Padre: “sus palabras y sus obras, sus silencios y sufrimientos, su manera de ser y de hablar”; un misterio de redención, la cual “nos viene ante todo por la sangre de la cruz, pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo”; un misterio de recapitulación, pues “todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera”. A continuación se presentan los misterios de la infancia y la vida oculta de Jesús (nº 522- 534). Entre otras cosas, se afirma que “Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre; unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo”. Y también: “La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo”. “La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes manifiestan la oposición de las tinieblas a la luz: ‘Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron’. Toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la persecución. Los suyos la comparten con él”. “Jesús compartió durante la mayor parte de su vida la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad”. “La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana”.
Después, el Catecismo dedica un largo capítulo a los misterios de la vida pública de Jesús (nº 535- 570). El primero de ellos es el Bautismo: “El bautismo de Jesús es la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; anticipa ya el bautismo de su muerte sangrienta”. “Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección”.
Tras esto se habla de las tentaciones en el desierto. “La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir… La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anuncio de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre”.

El anuncio del Reino de Dios es una parte esencial del mensaje impartido por Jesús durante su vida pública. Está ligado a la conversión y por eso invita a los pecadores a que entren en él. Las parábolas son un instrumento utilizado por Jesús para explicar su mensaje sobre el Reino. Los signos o milagros que hace Jesús son una manifestación de que el Reino de Dios se ha hecho ya presente entre los hombres. “Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús”. “Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado, que es la causa de todas sus servidumbres humanas”. “La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás.»