Las vías de acceso a Dios (II)

Son muchos los teólogos que consideran que hoy la principal vía de acceso a Dios no es ya ni la reflexión ni la demostración, sino la experiencia. Una experiencia de Dios que, según Rahner, se da en todo ser humano pero que es difícil de racionalizar. Por eso, este y otros teólogos, insisten en que el creyente de hoy y del futuro necesita ser un místico, alguien que ha “tocado” a Dios.

Siguiendo con el tema iniciado en la lección anterior, la experiencia de Dios es hoy una de las vías más cualificadas para acceder a la certeza de su existencia. Tras pasar de sentirse un objeto ante Dios, en la Edad Media, a sentirse sujeto ante Dios y considerar al propio Dios como un objeto, hoy el hombre está empezando a plantearse el problema de Dios de otra manera, más experiencial, más práctica: “de dónde vengo sin Dios y hacia dónde voy sin Dios”, o viceversa: “de dónde vengo con Dios y hacia dónde voy con Dios”. Esto puede hacerlo hoy mejor que nunca, pues si en el pasado no había experiencia de vacío de Dios, hoy sí que la hay. Hoy podemos contestar a la cuestión de hacia donde va el hombre y la sociedad sin Dios porque ya existe una sociedad y un hombre sin Dios, mientras que hasta hace muy poco sólo podía ser examinado el resultado de lo que ocurría cuando el hombre y la sociedad eran creyentes; la increencia presentaba hipótesis e ideales, la creencia realidades que, como toda realidad, tenía luces y sombras. Hemos estado luchando contra tesis, contra ilusiones, contra teorías. A cada paso se nos hablaba de los muertos de la Inquisición o de la violencia de las Cruzadas. Hoy podemos enfrentar a esos datos -ciertamente terribles- otros más terribles aún: los miles de asesinatos del aborto y la eutanasia, los campos de concentración de Hitler o de Stalin, la incapacidad de una sociedad secularizada para repartir la riqueza y acabar con el hambre, el aumento de la violencia contra la mujer y los niños y todas las lacras que afectan a esta sociedad sin Dios de la que los creyentes hemos sido casi definitivamente excluidos.
Dos enfoques
Volviendo a la experiencia de Dios, se han presentado al estudio teológico dos vías, la denominada teología trascendental de Karl Rahner, y la teología histórica, que parte de la historia y las experiencias realizadas en ella.
El enfoque de la teología trascendental, según Rahner, establece los siguientes pasos:

1. El hombre tiene experiencias antes de reflexionar sobre ellas y de intentar formularlas: alegría, angustia, fidelidad, amor, confianza, dolor, tristeza, esperanza, etc.
2. La experiencia de Dios es también una experiencia que se da en todo ser humano. La dificultad está en que no es tan imperiosa que haga inevitable el tránsito de la experiencia a su conocimiento y afirmación explícita. Es decir, no es inevitable pasar del “intuyo que tiene que haber algo más” al “creo que Dios existe, sé que Dios existe”. Entre otras cosas, esto sucede porque Dios no es un objeto material y por lo tanto la experiencia de Dios no es del orden de otro tipo de experiencias perfectamente objetivables, como la de tener frío, hambre, dolor o alegría.
3. La guía hacia la percepción de esa experiencia, según Rahner, sólo puede utilizar, casi exclusivamente, un lenguaje negativo. O lo que es lo mismo, aunque intuímos la existencia de Dios, nos es más fácil expresar las consecuencias de su no existencia que las de su existencia.
En resumen, el hombre intuye la existencia de Dios y la experimenta, pero le cuesta racionalizar esta experiencia y en ese esfuerzo muchas veces fracasa y concluye que Dios no existe. Sin embargo, las contradicciones inherentes a la no fe en Dios le conducen una y otra vez a plantearse su existencia. La experiencia de Dios y la experiencia del vacío de Dios le llevan a la fe en Dios.
Teología de la historia
Si Rahner es uno de los mayores exponentes de la vía de la experiencia trascedental, el teólogo y actual cardenal Walter Kasper, lo es de la vía de la utilización de la historia para acercarnos a Dios. Antes que él, han recorrido ese camino teólogos tan ilustres como Pannenberg, Moltmann y Metz. El mismo Rhaner da también su aportación a esta vía al hablar de la experiencia histórica de Dios en estos términos: “El cristiano del futuro o será un místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales”.
En la experiencia de la historia actual hacemos dos experiencias fundamentales. Por un lado, la historia no es una historia de progreso puro, sino que consta de progreso y retroceso. Ante la ambivalencia de la historia aumenta la protesta contra el sufrimiento, la maldad, la injusticia y la culpa. La protesta incluye, por un lado, la declaración: “Esto no puede ser”, pero después la esperanza de un cambio y superación: “Esto debe ser y puede cambiar”. La protesta implica, en consecuencia, una conciencia moral y la convicción de la posible superación del contraste entre ser y “deber ser”.
Por otro lado, la historia nos enseña que el ser humano no la domina y no es dueño de ella. El ser humano se debate entre experiencias de su poder y su impotencia. Hay una contraposición entre el bienestar y el hambre, los éxitos de la investigación y la persistencia de las catástrofes, la prolongación de la vida y la persistencia de la muerte, el esfuerzo por la paz y la aparición de nuevas guerras.
Pregunta por el sentido
Todo esto lleva al hombre a preguntarse por el sentido de lo que ocurre y esta pregunta, lo mismo que antaño cuando el hombre vivía en la ignorancia, conduce a Dios.
Es en este contexto de búsqueda de sentido a las contradicciones de la historia y a las contradicciones personales, que vuelven a cobrar significado y valor los milagros. Estos no son otra cosa que experiencias de salvación que tienen su origen en Dios. Pueden ser individuales -un favor divino concedido a una persona, como la curación de un cáncer, por ejemplo- o colectivos -como la intervención de Dios para salvar a Israel de la esclavitud de Egipto-. Hay que insistir en que el milagro no puede fundamentar la fe en Dios, no puede ser el principal criterio de credibilidad en Dios, pues en ese caso no podría creer quien no los ha visto o experimentado. El milagro, ayer como hoy, tiene la misión de fortalecer la fe, de robustecer una fe que ya existe, pues no hay que olvidar que el propio Cristo insistió en que sólo se produce el milagro cuando previamente existe la fe.

En definitiva, tenemos que encontrar a Dios en la historia, en la personal y en la colectiva, a base de preguntarnos de dónde venimos con Él y sin Él y a dónde vamos si vamos con él o si nos separamos de Él. Y esto, tanto en lo que afecta al conjunto de la sociedad como a cada individuo. ¿A dónde va el mundo sin Dios?, debo preguntarme primero, para añadir después: ¿A dónde voy yo sin Dios?. La experiencia de Dios, incluido el milagro, apoyará nuestra fe.