Terminamos de ver, con esta lección, los deberes religiosos del cristiano. Además de la oración, con sus cuatro características, vistas en el capítulo anterior, veremos ahora la celebración de la Eucaristía en el domingo, “día del Señor”, así como lo concerniente a los juramentos y a los votos. La importancia de la Eucaristía es plena, pues es acto de culto y también de gratitud. |
Cuando se estudian los deberes religiosos del cristiano, no hay que olvidar que, ante todo, tienen como modelo a Jesucristo. La moral cristiana es una moral religiosa y por ello contempla en primer lugar las relaciones del hombre con Dios. Pero sólo es propiamente una moral cristiana cuando imita la vida de Jesucristo. Éste es siempre el punto de referencia para todo. Pues bien, cuando nos fijamos en Jesús, vemos que -por ser hombre a la par que Dios- llevó a cabo los actos de culto propios de la religión en que nació: el judaísmo. Oraba, asistía a la sinagoga, peregrinaba al Templo de Jerusalén. Y también, aunque con libertad, respetaba el sábado judío. Es en este respeto del sábado donde se va a enraizar el precepto dominical del cristiano, tal y como se entendió y practicó desde los primeros pasos de la nueva religión. Para Israel, el descanso sabático es importante porque indica la soberanía de Dios sobre el pueblo. Muy pronto este precepto de descanso, de “día consagrado al Señor”, fue legislado (Ex 20, 8-11; Dt 5, 12-15). Era tan importante su observancia que se convirtió en el termómetro que medía el resto del cumplimiento de los preceptos morales impuestos por Dios a su pueblo elegido. Si la gente respetaba el sábado, también respetaba el resto. Si no lo hacía, tampoco cumplía las demás obligaciones éticas. Debido a esta importancia, se legisló con tanta minuciosidad sobre el descanso sabático que se determinaron 39 tipos de trabajo que no era lícito realizar. La actitud de Jesús contrasta con esta mentalidad tan estrecha y eso le causa al Señor graves problemas. Las curaciones llevadas a cabo en sábado, por ejemplo, fueron uno de los motivos iniciales de enfrentamiento con sacerdotes y fariseos. Para Cristo, el amor es la ley suprema y no hay rito o culto que lo pueda sustituir y que esté por encima. Sin embargo, eso no significa que el cumplimiento de los actos litúrgicos ya no sea necesario, como algunos interpretan hoy.
Los primeros cristianos, que tenían fresca la imagen de Cristo y su comportamiento, nunca dejaron de practicar sus deberes religiosos en sábado. Sin embargo, poco a poco, se comenzó a llevar a cabo esos mismos deberes en el primer día de la semana, en honor a la resurrección de Cristo; día que, más tarde, se llamaría “domingo” o “día del Señor” y que terminaría por reemplazar al sábado, como un distintivo propio de los seguidores de la nueva religión. En Troade, por ejemplo, los cristianos se reúnen con Pablo para celebrar la Eucaristía “el primer día de la semana” (Hch 20,7) y en la Didache (XIV, 1), que nos cuenta cómo vivía la Iglesia en los primeros años, se habla ya del “día del Señor” como fecha dedicada al culto cristiano, coincidiendo con el primer día de la semana. Pero no fue fácil para la comunidad naciente abstenerse de trabajar en una fecha que era laboral para todos. Tuvo que compaginar su fe con unas obligaciones que no siempre podía eludir. Hasta el edicto de Milán no se obtuvo el permiso para poder descansar en ese día. Por fin, el 3 de julio de 321 se prohibieron las actividades judiciales, con lo que el descanso dominical se extendió pronto a otras profesiones. La normativa civil primero y la eclesiástica después fueron legislando en torno a la abstención del trabajo y a cómo celebrar el “día del Señor” (dies Domini).
Actualmente, la Iglesia nos pide que ese día los bautizados lo dediquen a recordar su vocación de seguimiento de Cristo y a dar gracias por haber sido salvados. También se pide que se emplee un tiempo a la instrucción religiosa y a la plegaria cristiana, especialmente mediante la participación en la Eucaristía, que es obligatoria, bajo pena de pecado mortal. Así mismo, se pide que se abstenga del trabajo, salvo graves necesidades, y que se dedique al descanso, a la familia y a las obras de caridad.
Pero no basta con saber que el domingo no hay que trabajar y que si no se va a misa se comete un pecado mortal. Dios espera, además, de nosotros que aprovechemos ese día de descanso para estar más con él, para avanzar en el camino de la santidad. La participación en la Eucaristía debería servir para ello. Por eso es muy importante enseñar al pueblo cómo debe ser su participación en ella. Hay que cumplir, en primer lugar, algunas normas básicas, que más que religiosas son humanas, de buena educación: llegar a tiempo, no molestar (por ejemplo, si se acude con niños pequeños, procurar que éstos no disturben la celebración), estar atentos y sin hablar. Después hay que saber qué hacer en cada momento de la misa. El laico no debe olvidar que es también sacerdote, pues por el bautismo participa en el sacerdocio real de Jesucristo. Eso le convierte en “celebrante” de la Eucaristía, aunque no del mismo modo que el sacerdote presbítero que la preside. El laico ejerce su sacerdocio convirtiéndose en mediador entre Dios y los suyos (su familia, por ejemplo) cuando, al comenzar la misa, pide perdón no sólo por sus pecados sino también por los de aquellos a los que representa ante Dios. Luego escucha la Palabra y se instruye para poder enseñar a los demás. En la oración de los fieles va a suplicar al Señor por todos aquellos que le han rogado oraciones. En el ofertorio va a ofrecer al Señor sus sufrimientos por la conversión de los suyos, tal y como Cristo hizo en la Cruz. Estos sufrimientos ofrecidos, representados por la gota de agua que el presbítero añade al vino antes de consagrarlo, son aceptados por Dios en la consagración y se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Después, reza el Padrenuestro en nombre de los suyos y no sólo en nombre propio, así como da la paz a todos, incluidos, simbólicamente, sus enemigos. En la acción de gracias después de la comunión no sólo agradece los favores personales sino también los que los suyos han recibido y por los que, quizá, ellos no están dando gracias, provocando así el enfado de Dios. Por último, recibe la bendición y es portador de la misma para todos los de su casa. Otros dos aspectos completan los deberes religiosos del cristiano: el juramento y el voto. El primero representa tomar a Dios por testigo de algo que se propone como una verdad o como promesa de algo que se va a cumplir. Puede ser privado o público. Jesús restringió el uso del juramento y la Iglesia condiciona su utilización al cumplimiento de tres condiciones: verdad, necesidad y justicia. En cuanto al voto, tiene un alto sentido religioso, dado que mediante él una persona puede dedicarse plenamente al servicio de Dios. Su dispensa está regulada con detalle por la Iglesia y su incumplimiento constituye en sí mismo un pecado grave, salvo que haya cesado la obligación de cumplirlo. Junto al voto está la promesa, hecha con sentido religioso. En este caso, su incumplimiento no lleva consigo un pecado grave, aunque eso no debería significar que se puede dejar de cumplir sin más, pues todo incumplimiento de algo prometido ofende a Dios. |