Desde la Edad Media hasta nuestros días, la Teología Moral ha conocido un gran desarrollo. Santo Tomás de Aquino, primero, y luego pensadores como Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, se convirtieron en hitos del pensamiento moral. Con el siglo XX, sobre todo tras el Vaticano II, estalló la gran crisis, en la que el subjetivismo y el relativismo imperaron y siguen imperando. |
Después de las grandes aportaciones efectuadas por San Gregorio Magno, la Teología Moral entró en una fase de desarrollo más lento, marcada por la aparición de los “Libros penitenciales”, que, al mismo tiempo que recogen la doctrina moral de la época, tratan de ofrecer un criterio y hasta una medida exacta de penitencia que se debe imponer por los distintos pecados. Estamos en un tiempo en el que se inicia la confesión frecuente, que coincide con una situación generalizada de falta de cultura teológica en el clero y se precisa conocer una “penitencia tarifada”.
En esta época surge el conflicto entre San Bernardo y Abelardo, sobre el valor de la norma y de la conciencia. El primero acentuaba la importancia de la norma, mientras que el segundo salía en defensa de la conciencia. Pedro Lombardo, por su parte, dedica algunas de sus sentencias a cuestiones morales, pero siempre de forma indirecta, como cuando expone su concepto de las virtudes cristianas a la hora de dirimir si Cristo tuvo o no virtudes.
Santo Tomás
El verdadero tratamiento sistemático de la moral se va a producir con Santo Tomás de Aquino y su Suma Teológica. Dentro de esta obra, el santo dominico afronta la cuestión moral en dos momentos, el relacionado con lo que hoy llamaríamos Moral Fundamental (cuestiones 1-114 de la I-II) y el relacionado con la Moral Especial (cuestiones 1-189 de la II-II).
Para Santo Tomás, el “fin del hombre” es la clave de su Teología Moral. La Moral Fundamental tiene este esquema: el hombre, creado a imagen de Dios, tiende a la bienaventuranza, que es el goce de la Trinidad. Este fin lo alcanza por el ejercicio de su libertad, que se relaciona con la ley escrita en su naturaleza y la ley del espíritu. Estas realidades se reflejan en la intimidad de su conciencia. La Moral Especial se vertebra sobre el estudio de las virtudes. La nomenclatura y en ocasiones la sistematización procede de la ética de Aristóteles, pero el contenido es esencialmente cristiano: son las virtudes que practicó Jesucristo. Todo esto lo expone con un gran equilibrio entre los dos polos que enfrentaron a San Bernardo con Abelardo, la norma y la conciencia.
En contra de lo que la mayoría piensa, las aportaciones de Santo Tomás, sobre todo en moral, no se impusieron en la Iglesia hasta tres siglos después. Fue Francisco de Vitoria, en 1526, quien dio el paso de abandonar a Pedro Lombardo como referente de la Teología Moral para seguir a Santo Tomás. La Universidad de Salamanca, donde se había producido esta revolución, no le imitó oficialmente hasta 1561, cuando ya Vitoria llevaba 19 años muerto.
A partir de ahí, y siguiendo a Santo Tomás, la Teología Moral se ensancha con cuestiones nuevas, como las derivadas del descubrimiento de América, del trato que merecían los indígenas, que van a dar lugar entre otras cosas a la aparición del Derecho Internacional, precisamente en la Universidad de Salamanca. Desde el ya citado Vitoria hasta Francisco Suárez (+1617), se vive un periodo de esplendor, donde la Teología Moral sale al paso para dar respuesta a todas las cuestiones importantes de la vida pública del momento.
Sin embargo, desde comienzos del siglo XVII se vuelve a una Teología Moral centrada en las prácticas del confesionario. Juan de Azor publica en 1600 sus “Instituciones morales”, por el mismo motivo que cuatro siglos antes se habían publicado las tarifas de penitencias, porque el clero no tenía la preparación teológica suficiente. El Concilio de Trento favoreció esta tendencia al fijar las condiciones para la confesión sacramental.
Al principio, este nuevo género de Teología Moral era complementario del anterior, pero luego se convirtió casi en el único modo de exponer la Moral, convirtiéndose ésta en una Teología Casuística (del estudio de los casos prácticos) que imperó hasta hace relativamente poco.
San Alfonso
En esta línea, surgen en los Siglos XVII al XIX los llamados “Sistemas Morales”, que buscaban el modo de interrelacionar la conciencia del fiel y la norma moral en casos de conflicto. Se trataba de responder a cuestiones como ésta: “¿Cómo se ha de actuar cuando la conciencia duda y las opiniones de los autores son divergentes?”. O esta otra: “¿Basta con seguir la opinión probable o es preciso seguir la más segura?”.
Conforme fuese la respuesta, surgieron dos sistemas morales: el probabilismo, que demandaba sólo una opinión probable, y el tuciorismo, que se inclinaba por la opinión más segura. En este contexto surge la figura de San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), cuyas aportaciones le valieron el título de patrono de los moralistas. Optó por adoptar una actitud benigna en los casos de duda y se alistó en el probabilismo, a la vez que urgía el cumplimiento de los mandamientos y de las normas de la Iglesia.
En todo caso y durante estos siglos, la Teología Moral se movió dentro del campo de los Manuales, de una u otra tendencia, que desarrollaban los contenidos de las virtudes conforme el modelo de Santo Tomás, o siguiendo los Mandamientos. En conjunto, era una teología casuística que había perdido el aliento bíblico que distinguió a la teología clásica.
Juan Pablo II
En el siglo XIX merece la pena destacar las aportaciones de los teólogos de la escuela de Tubinga (Alemania) y también de Hirscher, que estructura el mensaje moral cristiano sobre un nuevo esquema, la idea del Reino de Dios. Pero es sobre todo en el siglo XX donde se produce la gran renovación y también la gran crisis. Son muchos los autores que, dentro de la ortodoxia o fuera de ella, han hecho aportaciones -a veces erróneas- a la Teología Moral. Quizá, de todos, el más conocido es Bernard Häring, algunas de cuyas opiniones han sido rechazadas por la Iglesia. La cuestión volvió a girar en torno a la primacía de la conciencia sobre la norma objetiva, partiendo del dato -verdadero pero peligroso por ambiguo- de que la conciencia era la norma última de moralidad. Tomada así, la conciencia se convirtió en un reducto del más puro subjetivismo, para el cual la doctrina de la Iglesia no era más que una opinión y a veces tenía menos valor que la del último teólogo que exponía una teoría sin peso ninguno en un diario sensacionalista.
Juan Pablo II, en un intento de hacer frente a la crisis, ha publicado dos encíclicas sobre Teología Moral -además de las dirigidas a exponer la doctrina social de la Iglesia-. Son la “Veritatis splendor” y la “Evangelium vitae”, que se verán con detalle en otros capítulos de este curso. También ha actuado, a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pidiendo fidelidad a los profesores de Teología que enseñan en seminarios. |