¿Es la Biblia un libro de fe o es un libro histórico? ¿Lo escribieron unos autores por su cuenta o lo hicieron inspirados y movidos por Dios? ¿Qué fue lo que se escribió primero, lo que da origen a toda la reflexión?. Las respuestas son sencillas: es un libro de fe que reflexiona sobre hechos históricos y que ve en ellos la intervención de Dios. Sus autores son inspirados por el Espíritu. |
Al estudiar la fundamentación del canon de las Escrituras, decíamos que la razón última por la cual la Iglesia las ha aceptado como norma de su fe y de su vida es que ha descubierto en ellas la presencia y la autoridad del Espíritu de Jesucristo y, en consecuencia, sus autores deben ser hombres proféticos e inspirados. Surge así la cuestión de la inspiración de la Sagrada Escritura, que manifiesta su origen divino y humano a la vez. El hecho de la inspiración es una verdad de fe en la Iglesia; su posible y adecuada explicación es una tarea propia de la Teología, que debe mostrar cómo nuestra fe es razonable y coherente.
Lo primero que debemos hacer es preguntarle a la Biblia qué dice de sí misma. Después veremos lo que la Iglesia dice de la Biblia.
Para ver lo que la Biblia dice de sí misma se puede hacer de dos maneras: seleccionando los textos en que ella habla explícitamente de su propia naturaleza o bien sometiéndola a la crítica literaria como a cualquier otro libro para descubrir cómo se formó históricamente. Va a ser este segundo método el que ponga de manifiesto su origen como libro de fe surgido en el seno de una comunidad creyente. Lo primero que hay que recordar es que antes de la palabra escrita estuvo la palabra hablada. Es decir, que la transmisión oral de las verdades reveladas precedió durante mucho tiempo a la transmisión escrita y, también durante mucho tiempo, convivió con ella.
Según los estudios lingüísticos, los textos escritos más antiguos son los que constituyen el libro del Éxodo, la salida de Israel de la opresión de Egipto. La palabra divina revela el sentido profundo de ese episodio, que no fue uno más o uno normal, sino una intervención explícita de Yahvé a favor de su pueblo. En el origen está no un acto de fe sino un hecho histórico, que es experimentado por el pueblo de Israel como un acontecimiento de salvación y es proclamado como una intervención de Dios en la historia; esta proclamación es el acto de fe.
Este acto central, por el que el pueblo fue liberado de la esclavitud de Egipto gracias a una intervención divina, culmina en el pacto sellado entre Dios y el pueblo; la alianza. Esta alianza lleva consigo una exigencias morales y de culto que el pueblo debe cumplir: la ley. Aparecen así los tres elementos históricos y de fe que son recogidos en primer lugar por la Biblia: Dios interviene para salvar a su pueblo, firma con él una alianza de protección a cambio de que él cumpla unos preceptos éticos (los diez mandamientos) y que no adore a otros dioses. Posteriormente la Biblia se irá ensanchando con otros relatos, los referidos a los orígenes del mundo por ejemplo; pero los primeros que se escribieron fueron los ya citado del Éxodo y esto porque en aquel acontecimiento histórico que fue la liberación y salida de Egipto va a surgir una nueva realidad social que recibe el nombre de pueblo de Dios, del cual la Biblia es su libro sagrado, su libro de fe.
Pero la intervención de Dios en la historia del pueblo de Israel -desde la salida de Egipto ya “pueblo de Dios”-, no termina ahí ni empieza ahí. El pueblo va a reflexionar sobre lo de antes y lo de después y Dios va a inspirar a escritores sagrados para que recojan las tradiciones que llevan la verdad revelada. Así, el ciclo del Éxodo se completa con la prehistoria de la era patriarcal, remontándose a Adán y a la creación del mundo, y se prolonga en la conquista de la tierra prometida y en los sucesos posteriores hasta llegar a los Macabeos y a su lucha por la independencia contra el pode griego. De este modo se origina una comprensión del curso histórico de Israel como una historia de la salvación. Los profetas se van a encargar, posteriormente, de ayudar al pueblo a que entienda lo que le está sucediendo como intervención de Dios en su historia y no como meros hechos sin ninguna significación religiosa o providencial.
Por lo tanto, en el origen de la Escritura está la acción reveladora de Dios, que recibe luego una respuesta de fe confesante por parte del pueblo. Las sucesivas intervenciones de Dios desarrollan la historia salvífica en continuidad con el acontecimiento del éxodo. En resumen: la génesis de la Biblia revela el despliegue de sucesivas intervenciones salvadoras de Dios en la historia del pueblo, comenzando por la salida de Egipto, confesadas en unidades literarias cada vez más complejas. Todo ello es aceptado sin discusión como “palabra de Dios” por el pueblo. Israel, por otro lado, diferencia perfectamente la literatura que merece la categoría de “palabra de Dios” de otro tipo de literatura meramente humana. La primera es una literatura que merece la fe y por eso se le llama literatura sagrada o santa, puesto que procede de Dios, está inspirada por Él, y enseña a interpretar lo que Dios ha hecho en la historia del pueblo y a sacar las conclusiones morales pertinentes.
Pero el pueblo de Israel no profundizó en las razones de su fe en la sacralizad de los textos bíblicos. Esta fue una aportación del cristianismo. La afirmación más explícita es la que se contienen en 2 Tim 3,16: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia”. El pasaje es de gran importancia, pues en él no sólo se menciona la palabra de Dios en su dimensión escrita (Escritura), sino que se pone esa condición suya en relación con la inspiración. Es el único lugar de la Biblia en que ambas realidades aparecen en semejante conexión, dejando claro y explícito por primera vez que si la Escritura –la Biblia- es “palabra de Dios” se debe a que ha sido inspirada por el Espíritu Santo, por Dios. Además, muy posiblemente San Pablo no se estaría refiriendo a la antigua Escritura (al Antiguo Testamento) solamente al hablar así, sino que estaría incluyendo también la nueva producción, los textos sagrados del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. Y estaría dejando claro que esos textos, los antiguos y los nuevos, merecen ser llamados “palabra de Dios” precisamente porque han sido puestos por escrito bajo la acción del Espíritu Santo.
El Antiguo Testamento sería, pues, un libro de fe cuyo contenido es la palabra de Dios y cuya expresión procede de carismáticos (escritores inspirados) que la ponen por escrito bajo la acción del Espíritu. El Nuevo Testamento, en cambio, tiene una originalidad: en él se recoge la acción de la Palabra misma de Dios encarnada en el ser humano de Jesús. Este fenómeno, esta “palabra hecha carne”, pone a la revelación cristiana en unos niveles de sacralidad que ninguna religión precedente había conocido. Con la encarnación, todas las formas de literatura sagrada quedan superadas y se llega a la plenitud de la revelación, pues es el mismo Dios quien la lleva a cabo.
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