De vez en cuando aún se oyen voces que ponen en duda la existencia histórica de Jesús de Nazaret. Sobre todo en la época de Navidad, se suele hablar de si Jesús nació en esta fecha o en otra, de lo cual se termina por concluir, erróneamente, que su nacimiento, muerte y resurrección están más en el campo de la leyenda que en el de la historia. Esto no es así, y si es asunto de fe su divinidad, su existencia terrenal no deja lugar a dudas.
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La Historia de Jesús no empezó con su nacimiento. Muchos siglos antes de que naciera hablaron de él los profetas. Miqueas, 730 años antes de nacer, dice dónde nacerá (5, 2). Isaías, 734 años antes de nacer, dice que nacerá de una virgen (7, 14), y describe su Pasión (53, 3-8). Zacarías, 520 años antes de nacer, dice que será vendido por 30 monedas (11, 12s) con las cuales se comprará el campo de un alfarero. Los Salmos predicen que sortearán su túnica (22, 19).
Sin embargo, hoy se sabe que hubo un error en la fecha del nacimiento de Cristo. El sabio benedictino Dionisio el Exiguo, que en el año 533 empezó por vez primera a contar los años a partir del nacimiento del Señor, sustituyendo la antigua numeración que partía de la fundación de Roma, se equivocó en 6 años. Hizo coincidir el 1 de enero el año uno, con el 1 de enero del año 754 de la fundación de Roma, en vez de escoger el 748 que hoy se considera como exacto. Por lo tanto, debemos colocar el nacimiento de Cristo seis años antes de la Era Cristiana.
Según los historiadores, Herodes el Grande murió el año 4 antes de nuestra Era. Como él mandó matar los niños de Belén menores de dos años, podemos suponer que Jesús nació dos años antes, es decir, el 6 antes de nuestra Era. Esto se confirma porque, según el matemático y astrónomo Kepler, el año del nacimiento de Cristo, hubo una conjunción de Júpiter y Saturno, es decir, se pusieron uno detrás del otro, lo cual provoca una luz intensa, muy visible en el firmamento estrellado. Sería esto la “estrella de Belén”. Del día del año del nacimiento de Jesús no nos dicen nada los Evangelios, pero desde el siglo 1 se celebra el 25 de diciembre, aunque también hubo otras fechas de celebración.
El día de la muerte de Jesús se piensa que quizás fuera el 14 de Nisán, del año 785 de la fundación de Roma que corresponde al viernes 3 de abril del año 33, que fue Primer Viernes de mes. Recientes estudios astronómicos efectuados por Colin Humphreys y W.G. Waddington, de la Universidad de Oxford, han revelado que un eclipse parcial oscureció visiblemente el cielo de Jerusalén el 3 de abril del año 33, que corresponde al 14 de Nisán, que es el día que murió Jesucristo. Así se explican «las tinieblas que cubrieron la Tierra» aquel día, según el Evangelio. Sin embargo, otros sostienen como más probable la Pascua del año 32.
La determinación exacta de las fechas y lugares no les interesaba a los evangelistas especialmente. Con frecuencia dicen en términos generales “en aquel tiempo”; y muchas veces sigue una descripción muy indeterminada del lugar: “subió a un monte”. Los Evangelios quieren transmitir las predicaciones de los Apóstoles, y dibujar una imagen suficiente de Cristo, a fin de que cada uno pueda convencerse de la verdad de la fe. Ninguno de ellos pretende contar todo; al contrario, cada uno se toma la libertad de reunir lo que le parece a él más importante, y ordenarlo según sus determinados puntos de vista.
Pero la historicidad de Jesús no ofrece ninguna duda. De él nos hablan los historiadores paganos de la época. Plinio el Joven, que fue gobernador romano de Bitinia (Asia Menor) el año 112, en carta al emperador Trajano, hablando de los cristianos que se negaban a ofrecer sacrificios al emperador, dice que se reunían al amanecer para cantar himnos a Cristo, su Dios. Flavio Josefo, historiador judío muy culto, escribe en el año 93 del siglo 1: “Por aquel tiempo apareció Jesús, hombre excepcional, si le podemos llamar hombre, pues realizó prodigios sorprendentes… Tanto entre los judíos como entre los griegos tenía muchos discípulos que le seguían. Por denuncia de los jefes del pueblo, Pilato le hizo condenar al suplicio de la cruz. Pero ello no impidió que sus discípulos continuaran amándolo como antes. A los tres días de su muerte apareció vivo”.
Cayo Suetonio, historiador de los césares desde Augusto hasta Domiciano, en su obra compuesta entre los años 110 y 120 alude dos veces a los cristianos. Una en la vida de Nerón y otra en la de Claudio. También habla de los cristianos Cornelio Tácito, gran historiador, discípulo de Plinio el Viejo. Al relatar, el año 100, el incendio de Roma por orden de Nerón, ocurrido el año 64, dice: “Se imputó a los cristianos que toman su nombre de Cristo, el cual durante el imperio de Tiberio, había sido condenado a muerte por el Procurador Poncio Pilato”.
Pero sobre todo nos hablan de Jesucristo los Santos Evangelios. Evangelio significa buena noticia. La buena noticia es la venida de Jesús, Salvador de los hombres. La palabra evangelio no significa primeramente un texto, un libro; sino que, por su etimología y su uso bíblico, designa originariamente un feliz mensaje, un anuncio que hace feliz. El Evangelio fue, pues, primeramente la palabra de Jesús.
Los Evangelios son libros escritos entre los años 40 -cuando comienzan a recopilarse las primeras tradiciones orales- y 100, por testigos oculares que cuentan lo que vieron y oyeron; o por quienes estuvieron en contacto con testigos presenciales. Dice San Juan: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos… os lo anunciamos». Dice San Lucas: «Muchos se han dedicado a componer un relato de los acontecimientos, tales como nos los han transmitido quienes desde el principio fueron los testigos oculares».
Las teorías del profesor protestante Rudolph Bultmann -según las cuales los evangelios fueron escritos en fecha muy tardía y sin mucha conexión con lo que ocurrió-, que durante algún tiempo han orientado las interpretaciones de los textos bíblicos del Nuevo Testamento, están hoy desprestigiadas gracias a las investigaciones de los especialistas hebreos. Sobre todo por los trabajos de David Flusser y Geza Vermes, que han llegado a la conclusión de que detrás de estas afirmaciones de Bultmann sobre los textos bíblicos había mucha ideología filosófica alemana. Sin embargo la oposición a las teorías de Bultrnann comenzó entre sus mismos discípulos, como son Ernst Kiisemann y Günther Bornkann.
Una de las pruebas de lo antiguo de los Evangelios la aporta San Ireneo, nacido en Asia Menor, que llegó a ser Obispo de Lyon y había sido discípulo de San Policarpo en Esmirna y éste del evangelista San Juan. Eso le convierte en una de las figuras más representativas del siglo II. San Ireneo dice: «Mateo publicó un Evangelio escrito para los hebreos y en su lengua…; Marcos, discípulo de San Pedro, nos transmitió también por escrito las cosas predicadas por Pedro; Lucas, discípulo de Pablo, puso en forma de libro el Evangelio predicado por su maestro. Más tarde, Juan, discípulo del Señor.., también publicó un Evangelio durante su estancia en Éfeso». Tenemos otros dos documentos del siglo II sobre la autenticidad de los Evangelios: Papías dice que Mateo escribió su Evangelio en hebreo, y que Marcos fue intérprete de la evangelización de Pedro. El otro documento es el Canon de Muratori en el que se habla de San Lucas como autor del tercer Evangelio, y de San Juan como del cuarto.
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