Después de haber estudiado lo esencial sobre Cristo, según nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, vamos a estudiar lo que enseñan los que no comparten esa fe pero están o han estado en la misma Iglesia. Son lo que antes se llamaban “herejías” y que, con distintos nombres, siguen atacando la verdadera fe en Jesucristo. |
Para este estudio vamos a utilizar como punto de partida y elemento de referencia el libro de H.Masson “Manual de herejías”, publicado por Rialp (Madrid) en 1989. Las citas entrecomilladas serán siempre de ese texto. Nos limitaremos a tratar las principales herejías sobre Cristo, tal y como se han presentado en la historia, para intentar mostrar las nuevas presentaciones que tienen hoy las viejas herejías. Comenzaremos analizando las herejías sobre la divinidad de Cristo, que son las que siguen vigentes con más virulencia.
Adopcionismo: “Se llamaba así a los discípulos del obispo Félix de Urgel y del arzobispo Elipando de Toledo, en el siglo VIII. El error imputado a estos dos prelados caía de lleno en el nestorianismo”. Según esta herejía, la segunda persona de la Santísima Trinidad no se habría hecho hombre, sino que habría adoptado la forma de hombre (de ahí la palabra adopcionismo) o que habría entrado en un verdadero hombre, Jesús de Nazaret, pero sin que se produjera la unión de las dos personas. En Jesús, pues, habría dos naturalezas -la humana y la divina, tal y como la Iglesia enseña- pero también habría dos pesonas, mientras que, como se ha visto en capítulos anteriores, hay una sola persona, la divina, la del Hijo único de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad.
Arrianismo: “Fue la primera de las grandes herejías que la Iglesia tuvo que afrontar en los primeros tiempos, justo cuando estaba saliendo de la clandestinidad y dejando atrás las persecuciones. Y, aunque los seguidores de la secta fueron vencidos, al fin, como organización, las ideas de Arrio y sus discípulos nunca fueron extirpadas del todo: brotarían a lo largo de los siglos adoptados por otros movimientos heréticos y han perdurado hasta el presente, probablemente porque intentan explicar el misterio de la Santísima Trinidad en términos más fáciles de comprender por el hombre medio, aunque a costa de simplificar y deformar la entraña del misterio.
Nacido probablemente en la Cirenaica hacia el año 256, Arrio era un sacerdote cristiano y regía una de las más importantes iglesias de Alejandría. En torno al 318 sus ideas acerca de la Trinidad comenzaron a ser conocidas, suscitando interrogantes y críticas. La cuestión cobró tal virulencia que el concilio de Nicea (325), convocado con la mayor rapidez, condenó como herética la doctrina arriana. Pero Arrio no se sometió y la controversia prosiguió hasta su muerte, acaecida en 336.
¿De qué se trataba? Arrio expuso sus dudas acerca de la consustancialidad del Verbo divino, segunda Persona de la Trinidad. Para él era inaceptable que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean tres Personas distintas en una única sustancia. En consecuencia, prefirió distanciar al Padre del Hijo. A sus ojos, el Verbo no fue más que una criatura, ciertamente la primera y más perfecta de todas, pero distante de Dios, del mismo modo que lo finito está separado y lejos de lo infinito. Salido de la nada, el Hijo-Verbo no es eterno, sino que tuvo un principio. Su inteligencia, por extraordinaria que sea, es limitada porque es finita. De la misma manera, no es inmutable, sino que puede cambiar; es libre y puede dejar de ser bueno.
Tras la condena, el arrianismo se refugió en los reinos bárbaros promoviendo en ellos sangrantes persecuciones contra los católicos: tal ocurrió en los territorios regidos por borgoñones, visigodos y ostrogodos en Europa y por los vándalos en África. El arrianismo como secta se extinguió en el siglo VII, pero reapareció como doctrina con la Reforma del siglo XVI”.
El arrianismo, entendido como rechazo más o menos explícito de la divinidad de Jesús, adopta hoy muchos rostros y es defendido pro no pocos teólogos dentro de la Iglesia católica. Una y otra vez, tanto el Vaticano como las Conferencias Episcopales se ven obligadas a intervenir para señalar las huellas de esa herejía en los escritos de pensadores que se dicen católicos y que ocupan incluso cátedras oficiales en Universidades de la Iglesia. Así, por ejemplo, la Comisión de Doctrina de la fe de la Conferencia Episcopal española, en coordinación con el Vaticano, tuvo que reprobar públicamente a Juan José Tamayo por su libro “Dios y Jesús. El horizonte religioso de Jesús de Nazaret”, en enero de 2003. Al año siguiente, el 13 de diciembre, la Congregación para la Doctrina de la fe, todavía presidida por el cardenal ratzinger, haría lo propio con el jesuita norteamericano Roger Haight por su libro “Jesús, símbolo de Dios”.
Sin llegar a estos extremos, hay unas dosis de arrianismo -de falta de fe en la divinidad de Cristo- cuando se niega que en Cristo, en sus enseñanzas, esté la plenitud de la verdad. O cuando se afirma que Cristo estaba sometido a la cultura de su época y que, por lo tanto, algunas de sus enseñanzas eran erróneas y deben ser rectificadas. O, yendo aún más lejos, cuando se afirma que el Señor se portó injustamente en algunas ocasiones, aunque se quiera paliar esos “pecados” diciendo que no sabía bien lo que hacía. Estas actualizaciones de la vieja herejía arriana son mucho más frecuentes de lo que pudiera parecer y aparecen por doquier en homilías, en catequesis e incluso en las opiniones de católicos que no son conscientes de la gravedad de las mismas.
Por ejemplo, cuando se dice que en todas las religiones hay una parte de verdad y que cada una de ellas considera que la tiene toda entera, para deducir a continuación que es un error presentar a Cristo y al cristianismo como el que posee esa verdad plena. según estos, Cristo no es más que un gran personaje que tiene una parte de la verdad, aunque esta parte sea muy importante, pero ni él ni nadie tiene toda la verdad y ésta sólo se adquiriría por la unión de todas las religiones. La consecuencia es el sincretismo, la elaboración de una “religión de supermercado” donde cada uno selecciona del gran bazar de las religiones lo que le gusta o le conviene. Otra consecuencia es el fin de la misión, pues no tiene sentido ir a predicar una religión que no tiene más valor que la otra que ya tiene aquel al que se va a predicar.
Es arrianismo cuando se dice que Cristo tenía una inteligencia limitada, como hombre que era, y no podía saberlo todo. La Iglesia afirma, como ya se ha visto, que en lo tocante a la misión que había venido a hacer a la tierra, la salvación, Cristo sabía todo lo que se podía y se debía saber. Sin embargo, los mdernos arrianos afirman que Cristo estaba equivocado en asuntos como el rechazo al divorcio o la no aceptación de las mujeres en el sacerdocio. En estas y en otras cosas, Cristo debe ser corregido, pues él no podía saber tanto como nosotros sabemos hoy, que somos -según los modernos arrianos- más listos que eran los hombres de su época.
En esta misma línea se inscriben los que le acusan de pecar al plegarse a los condicionantes culturales de su época. El fruto de esa cobardía -dicen- habría sido la marginación de la mujer en la Iglesia. Cristo, pues, no sólo sería tonto sino pecador. |