Si en el capítulo anterior hemos visto dos herejías -una de ellas, la de Arrio, de enorme actualidad- vamos ahora a seguir profundizando en algunos de los viejos errores, sobre todo para ver cómo se renuevan y siguen estando presentes, aunque con otros nombres. Seguimos utilizando de material de referencia el libro de H.Masson “Manual de herejías” (Rialp, 1989). |
Cainitas: Se conoce con este nombre a los miembros de una secta gnóstica del siglo II. Enseñaban que existe un Ser supremo superior al Creador de este mundo, al cual denominan Demiurgo. Caín sería el hijo del Dios superior y Abel el del inferior. Por eso veneraban a Caín. Decían que Judas había estado dotado de la presciencia y que si había traicionado a Cristo era porque sabía que eso era bueno para la humanidad y se había ofrecido como víctima del castigo eterno para que todos fueran salvados menos él. Tenían un “Evangelio de Judas”, que manejaban con gran devoción. Todo esto les llevaba a profesar amor a los personajes condenados en la Biblia: los sodomitas, Esaú, Caín… Rechazaban el dogma de la resurrección de los cuerpos y exhortaban a los hombres a destruir las obras de la creación, por considerarlas fruto del Demiurgo.
La herejía cainita fue atacada, entre otros, por Tertuliano. Tuvo esta herejía un rebrote en el siglo XIX con una rama de la francmasonería, la “adonhiramita”. A ella se debe la leyenda de Hiram, contada por Gérard de Nerval en su “Viaje por Oriente”, en la cual se reserva un lugar escogido a los descendientes de Caín, a los que se presenta como los responsables de la civilización y la cultura, víctimas de un Creador (Demiurgo) injusto. Hallamos huellas de esta herejía en la doctrina del “super hombre” de Nietzsche, según la cual el hombre bondadoso (representado por Abel) en realidad lo es debido a su debilidad; es esta debilidad lo que le lleva a la religión y a la bondad, como una menra hipócrita de situarse por encima del hombre fuerte (representado por Caín). El mundo debe ser de los fuertes y éstos no deben tener mala conciencia por dominar a los débiles. La bondad es debilidad y debe ser sometida. Todas estas teorías están en la raíz del nacional-socialismo alemán de Hitler, que las traduce a su concepto de la raza superior representada en la raza aria que debe dominar al resto.
Calvinistas: El nombre les viene de uno de sus fundadores, Calvino, que, en su obra, -”Instituciones de la religión cristiana”- recogió lo esencial de esa comunidad eclesial. La formulación definitiva de su pensamiento tuvo lugar en el sínodo de Dordrecht (1618). También se les llama “reformados” y se diferenciaron desde el principio no sólo de los católicos sino de los luteranos y de los anglicanos. Se extendieron sobre todo por Holanda, Suiza (el cantón de Ginebra, donde vivió Calvino), Hungría y Escocia.
Lutero no había tenido una idea preconcebida de su doctrina. Lo suyo fue una protesta contra algunas exageraciones de la Iglesia (el inicio fue la cuestión de la venta de indulgencias), que derivó en un conjunto de herejías. Por eso, Lutero fue añadiendo, modificando y transformando su doctrina según iban pasando los años y al calor de la disputa con los católicos. En cambio, Calvino, con sus “Instituciones”, intentó coordinar todas las ideas de los reformistas, incluido Lutero, para darles una coherencia teológica.
Al plantear su obra, Calvino lo hizo bajo cuatro postulados básicos: 1.- Dios es el creador y conservador de todas las cosas por su omnipotencia. 2.- Jesucristo es el redentor del género humano y fundador de la única religión divina. 3.- El Espíritu Santo es el santificador de las almas, que ilumina y purifica por la gracia. 4.- La Iglesia es la institución donde la fe verdadera se enseña y se conserva. Como se ve, estos cuatro principios no ofrecen dificultad para un católico, debido a su carácter genérico. es después, cuando se desciende a los detalles, cuando surgen los problemas.
Una de las cosas que va a hacer Calvino es rechazar la autoridad de la Iglesia, empezando por negarle la potestad de decidir qué libros de la Biblia son “canónicos” (inspirados) y cuáles son “apócrifos”. Partiendo de ahí, rechaza aquellos libros bíblicos, hasta entonces aceptados por todos, que insistían en la obediencia a la Iglesia o que mostraban puntos del dogma con los que él no estaba de acuerdo. Basándose en una interpretación literal del Antiguo Testamento, rechaza el culto a las imágenes, que considera idolatría.
Calvino entra de lleno en la herejía con la cuestión de la predestinación. Todas las criaturas están sometidas a la voluntad de Dios y a su providencia, lo que significa para él que Dios lo hace todo, tanto en el orden moral como en el físico. Por eso, concluye, nuestras decisiones no son libres y tanto el bien como el mal que cometemos no podemos atribuírnoslos; ni tenemos mérito ni tenemos culpa. Todo ocurre de manera independiente a nuestra voluntad, debido a la decisión divina, en conformidad con el plan de Dios. Esta es la teoría de la predestinación, característica de la teología calvinista original.
Según esta doctrina, Dios habría elegido libremente, desde el principio de los tiempos, a un cierto número de predestinados a vivir eternamente con Cristo en su gloria sin fin. Esta elección no ha tenido en cuenta la fe y las obras de las almas escogidas. Fuera de estos elegidos, todos los demás están destinados a la destrucción final como consecuencia del pecado original, que acarrea una incapacidad moral para todos los hombres, menos para los predestinados.
Sin embargo, según Calvino, esto no significa que Dios sea injusto, pues como nadie se merece ser salvado, los que han recibido el don deben agradecerlo y los que no no pueden quejarse. Cristo, como redentor, habría salvado sólo a unos pocos, los predestinados, que se beneficiarían de lo que Calvino llama la “gracia irresistible”, por la que Dios, por intermedio de Crisot y del Espíritu, les justifica y les hace incapaces de resistir a la fuerza de la gracia, conduciéndoles a la salvación. Esta gracia, una vez recibida, no se puede perder y, por lo tanto, no pueden pecar.
Calvino ataca el sacramento de la confesión, que considera una tiranía de Roma, pues los predestinados no la necesitan y a los que no han sido elegidos no les sirve de nada. Por eso rechaza las indulgencias y niega la existencia del purgatorio. Acepta, como Lutero, que sólo la fe justifica y que no son necesarias las buenas obras. Rechaza todos los sacramentos menos dos, el bautismo y la eucaristía. Niega la presencia real del Señor en la eucaristía y considera que, al comulgar, se produce un milagro por el cual Cristo se une al que recibe la comunión, pero el pan no deja de ser pan antes y después de la consagración.
Con el paso del tiempo, el calvinismo ha ido evolucionando y hoy no hay calvinistas en el sentido puro. Quizá los más representativos sean los presbiterianos. Sin embargo, su influencia está presente en muchos sectores de la propia Iglesia católica, como en aquellos que niegan la presencia real de Cristo en la eucaristía o en los que rechazan el sacramento de la confesión. También ha dejado su huella en los que niegan la autoridad de la Iglesia para interpretar la Escritura. Algunos atribuyen al calvinismo el origen del capitalismo, pues según Calvino la predestinación se notaría en que las cosas te van bien en la vida y, por lo tanto, si tienes éxito es que estás predestinado.
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