Terminamos el ciclo dedicado a los profetas con un breve estudio de dos de ellos: Miqueas y Zacarías. El primero es el profeta de los agricultores y critica la opresión que los ricos de la ciudad ejercen sobre la gente del campo. El segundo anima al pueblo a perseverar en el esfuerzo por reconstruir el templo de Jerusalén y anuncia un Mesías justo, austero y humilde.
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El profeta Miqueas nació en torno al 750 antes de Cristo, en una ciudad filistea de la actual franja de Gaza. Se le conoce como el profeta de los agricultores porque defiende a la población rural contra la élite de la ciudad de Jerusalén. Esta clase dirigente esclaviza a los campesinos cuando ya no pueden pagar sus deudas. Con lenguaje áspero y audaz, Miqueas les recrimina su comportamiento. Según el profeta, estos explotadores “arrancan la piel de encima a mi pueblo y la carne de sus huesos… comen la carne de mi pueblo… le arrancan la piel y le quebrantan los huesos, después de hacerlo trozos como carne en la olla, como vianda en la caldera” (Miq 3, 2-3). Pero Miqueas es algo más que otro simple crítico de la sociedad de su tiempo. Su obligación primordial es señalar el pecado de su pueblo (Miq 3, 8). Miqueas está en una posición difícil. Sus adversarios tienen un poder formidable y, sobre todo, están teológicamente bien informados. Sin embargo, la predicación de Miqueas debe haber sido impresionante. Hasta el rey Ezequías quedó conmovido por ella. Incluso un siglo después de la aparición de Miqueas, la gente de Jerusalén seguía recordándole.
Encontramos al menos cuatro textos de Miqueas en el Nuevo Testamento; dos de ellos en citas y dos en alusiones. Mt 2, 6 cita Miq 5, 1: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, ni mucho menos, la menor entre las ciudades principales de Judá; porque de ti saldrá un jefe que será pastor de mi pueblo, Israel”. Dios no actúa según nuestras normas y cálculos. Tener poder no es garantía de seguridad. Los modestos y humildes son los preferidos de Dios. Mt 10, 21.35-36 se hace eco de Miq 7, 6: “Porque he venido a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su casa”. Es diferente el significado que le da Miqueas que el que le dan los evangelistas. Para éstos, vivir la palabra de Dios puede ganarnos odio y soledad. Es el “costo del discipulado”.
Mt 23, 23 se hace eco de Miq 6, 8: “Se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que el Señor pide de ti: tan solo respetar el derecho, amar la fidelidad y obedecer humildemente a tu Dios”. Aquí queda resumido en pocas palabras el sermón de la montaña, indicando dónde se debe insistir fundamentalmente en nuestras vidas.
El Magníficat (Lc 1, 55.72-73) y Rom 15, 8 aluden a Miq 7, 20: “Así manifestarás tu fidelidad a Jacob, y tu amor a Abraham, como lo prometiste a nuestros antepasados, desde los días de antaño”. Las últimas palabras de Miqueas y las primeras del Nuevo Testamento son una promesa de la fidelidad y del amor de Dios. Dios es coherente.
Hay que hacer referencia también a los famosos “Improperia” de la liturgia del Viernes Santo. Se trata del canto que acompaña la Adoración de la Cruz (“Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿En qué te he ofendido? ¡Respóndeme!”. A lo largo de la historia de la liturgia cristiana hasta hoy, el pueblo de Dios ha mantenido viva la conciencia de sus ingratitudes y ofensas contra la fidelidad amorosa de Dios cantando sobriamente los lamentos divinos con las palabras de Miqueas. Se nos pide que meditemos la tragedia de la continua ingratitud y perversidad de Israel, para que entendamos cada uno que nuestra propia vida contiene ese horror y, por encima de todo, esa necesidad de conversión.
El profeta Zacarías -cuyo nombre significa “Yahveh recordó”- proclama su mensaje entre los años 520 al 518 antes de Cristo, una época marcada por la reconstrucción de Israel después del destierro. En el año 539 antes de Cristo, cuando los persas liderados por Ciro conquistan el imperio babilónico, establecen una nueva política respecto de los pueblos prisioneros. Ciro les concederá la posibilidad del retorno a su tierra y el restablecimiento de las autoridades religiosas y sus cultos locales. En términos generales, su actitud fue tolerante con los pueblos vasallos y de ese modo logró crear un sector afín a su política y gobierno entre las sociedades de los pueblos sometidos. Ciro incluso concedió a los que retornaban a Israel una provisión de fondos para la reconstrucción del templo y la restitución de los utensilios capturados por Nabucodonosor. Pero el tiempo fue pasando y se presentaron nuevos problemas -como la oposición de los samaritanos- que enfriaron la primera euforia tras el regreso del exilio. esto supuso demoras en la reconstrucción del templo, lo cual hizo creer al pueblo que nunca se llevaría a cabo. Por otro lado, la alegría del retorno pronto se llenó de negros nubarrones: habitaban la tierra, efectivamente, pero los frutos que cosechaban era para pagar los impuestos a los reyes persas; podían rendir culto a su Dios, pero sus cuerpos y pertenencias estaban esclavizados. La desesperanza y la falta de un futuro claro comenzaron a dominar la vida del pueblo. La situación política tendía a perpetuarse, sin signos en el horizonte que indicaran que se iban a presentar cambios que restituyeran el bienestar y la justicia. en este contexto se sitúa la predicación de Zacarías que viene recogida en los ocho primeros capítulos de su libro, en los cuales se nos narran las ocho visiones que le han hecho famoso. Sus temas preferidos serán la reconstrucción del templo y el anuncio de la esperanza de una acción final de Dios que hará justicia y rescatará a su pueblo.
Los autores del Nuevo Testamento encontraron inspiración en diversos pasajes de Zacarías. Pero fue San Juan quien más lo utilizó, en el Apocalipsis. Encontramos el uso recurrente de la imagen de caballos, la medida de la ciudad, el personaje que pone a prueba a Josué, los olivos y candelabros, la luz y el agua. En los evangelios, Zacarías es citado en partes centrales de la vida de Jesús. En la descripción de la entrada de Jesús en Jerusalén, Mt 21, 5 y Jn 12, 5, citan literalmente a Zac 9, 9, ubicando su ministerio en el contexto de un mesías pacífico y no violento. Con ocasión de la compra de un campo por 30 monedas, Mt 27, 9 cita a Zac 11, 12-13. Sin embargo, el evangelista se equivoca, probablemente por citar de memoria y señala a Jeremías (32, 6-15) como autor de la cita. Luego de la muerte en la cruz y cuando un soldado clava una lanza en el costado del cuerpo de Jesús, Jn 19, 37 cita a ZXac 12, 10 a fin de recordar la imagen profética del traspasado.
El libro de Zacarías conlleva un mensaje claro y directo. Básicamente quiere decirnos que cuando la humanidad haya perdido la esperanza de poder construir un mundo mejor y más justo, debe recordar que la palabra y la acción de Dios estarán allí para crear nuevas expectativas y visiones del futuro. Para hacer posible la justicia y la paz.
Merece la pena detenerse en Zac 9, 9-10. En estos versículos se nos muestra un mesías humilde, muy distinto del que esperaba el pueblo de Israel y, en cambio, muy parecido al que llegó en la realidad: Jesucristo. El mesías anunciado estará marcado por la humildad y la austeridad, tan distinta a la de los reyes. |