Moral familiar (IX)

En este noveno capítulo sobre la moral familiar nos detenemos en analizar algunos de los cambios que han tenido lugar en la sociedad y que han afectado a la familia. Los hay positivos y negativos. Los más importantes son los que han afectado al papel que la mujer juega en la sociedad y en la familia, que han ido en deterioro del rol como madre y como ama de casa.

Matrimonio y familia se relacionan entre sí como causa y efecto: la familia deriva del matrimonio. Es cierto que un sector de la cultura actual propone otros modelos de familia resultante de diversas combinaciones: de uniones estables, sin vínculo permanente e incluso de unión homosexual masculina o femenina. Pero la fe cristiana, con un serio fundamento antropológico y apoyada en la enseñanza de la Escritura, afirma que la familia se fundamenta en el matrimonio, como institución estable, jurídicamente reconocido, que garantiza no sólo los derechos y deberes mutuos, sino también con los hijos habidos en el matrimonio.
El nuevo tipo de familia que proponen esos sectores sociales es efecto -y en parte también causa- de una crisis que padece la institución familiar. Esta crisis es denunciada por los representantes de casi todas las instituciones públicas, civiles y eclesiásticas. La Exhortación Apostólica “Familiaris consortio” (22-11-1981) la expresa en estos términos:
“No faltan signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales: una equívoca concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios; la plaga del aborto; el recurso cada vez más frecuente a la esterilización; la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticonceptiva”.
No obstante, y como señala la misma Exhortación Apostólica, también hay signos de mejora en la familia actual que no sólo deben ser atendidos, sino protegidos y propagados.
Tanto los aspectos positivos como los negativos son signos de que la familia experimenta cambios en la forma concreta de realizarse a través de la historia. En este sentido, será conveniente no poner excesivo énfasis en el término “crisis”, pues significa que algunos elementos son sustituidos por otros. Y es lógico que la familia se adapte a las sensibilidades de cada época.
El riesgo está en que se intente sustituir los elementos que por naturaleza le pertenecen, introduciendo otros que la destruyen. Por ello, es decisivo que esos cambios afecten sólo a componentes culturales o convencionales de la familia. Con este fin conviene estudiar los hechos que motivan la crisis para discernir los cambios que son útiles de los que han de ser rechazados.
El “discernimiento” que es preciso hacer en torno a los factores que motivan la crisis actual de la familia se puede articular conforme a este triple criterio:
– Los cambios normales que aportan nuevos modos de relacionarse los miembros de la familia pueden enriquecer la vida familiar. Tales pueden ser las relaciones entre los esposos en sistema de mayor igualdad, lejos de los modelos de matriarcado o patriarcado de otras épocas. También las relaciones confiadas entre padres e hijos, más sinceras que en otros tiempos, en los que el tipo de trato podía marcar un cierto alejamiento.
– Las transformaciones en el modo de llegar a formar la familia, pero que respeten las relaciones esenciales esposo-esposa, padres-hijos, pueden ser acogidas. Es el caso, por ejemplo, del modo concreto de acceder al matrimonio los esposos, con independencia de la tutela de los padres respectivos o los sistemas de la organización en el ámbito familiar, más elástica si se compara con el rigor de otras épocas.
– Los cambios que afectan a la unión estable de la institución matrimonial o que lleven un cambio sustantivo en la relación esposo-esposa, bien porque no se reconozcan los derechos respectivos, o porque se propone un modelo de familia no originada en el matrimonio monogámico e indisoluble. Es claro que estos cambios deben ser rechazados, pues no respetan los elementos esenciales de la institución familiar.
En este último caso -que integra las ambigüedades y errores que condena el texto de Juan Pablo II antes citado-, es evidente que no se trata de una verdadera reforma de la familia, sino de una adulteración de la misma, tanto porque no respeta la institución natural, como porque no responde al tipo de familia descrito en la revelación.
En la crisis de la familia influyen no sólo elementos sociológicos, sino que también algunos factores psicológicos pesan sobre los diversos miembros que la constituyen. Por ejemplo:
a) Primacía del individuo sobre la “sociedad familiar”.
Si es cierto que la familia es el único ámbito donde el individuo es tratado por lo que es y no por lo que representa, es claro que lo específico de la familia es esa unidad nueva que integra la entidad familiar, la cual origina relaciones íntimas entre los esposos, de éstos con los hijos, de los hijos con sus padres y entre sí. Por eso el riesgo actuales el “individualismo”, que afecta por igual a los esposos entre sí como a los hijos respecto de sus padres.
b) Relaciones “democráticas” entre padres e hijos.
Frente a las relaciones esenciales de la familia, en la que los padres tienen la autoridad, se pasa a una relación más igualitaria, en la que los padres no ejercen su autoridad y los hijos se independizan de sus padres. Incluso aquellos hijos que retrasan la formación de su propio hogar, más bien “habitan” en casa de sus padres que “conviven” con ellos.
c) La relación hombre-mujer en la familia.
También las relaciones esposo-esposa han sufrido un profundo cambio. Es claro que el “sometimiento” de la esposa al marido daba lugar a algunas situaciones injustas. Pero, en la actualidad la mujer puede independizarse situándose “frente a frente” al hombre -como si fuera una lucha de clases aplicada a los sexos- no sólo en lo económico, sino en aspectos que tocan la conyugalidad, en lugar de que esa nueva situación de la mujer fomente mejor calidad de las relaciones interpersonales de los esposos.
Los sociólogos apuntan a que la mayor transformación en la familia actual es el cambio cualitativo que afecta a la mujer en la familia tanto en su aspecto de “esposa” como de “madre”. Nadie pone hoy en duda el derecho y el deber de la mujer a ofrecer su aportación específica a los distintos ámbitos de la vida social. La igualdad radical entre el hombre y la mujer resta legitimidad a cualquier trato de favor del hombre en relación con la mujer en la vida social. Pero es necesario estar atentos a que no se tenga que pagar el precio elevado de la ley pendular. Porque si la mujer tiene derechos y deberes que cumplir en la sociedad, también los tiene en el ámbito de la familia. Pero con una diferencia: mientras en la vida social puede ser sustituida por otra mujer o por el hombre, en su oficio de madre no puede ser sustituida por nadie. De aquí la urgente necesidad de recuperar el respeto por el trabajo doméstico, tan denigrado, el cual debe ser reconocido y valorado también económicamente.