En el próximo mes de octubre tendrá lugar en Roma una masiva beatificación de mártires de la persecución religiosa en España, entre los años 1934 y 1937. Casi quinientos mártires serán elevados a los altares. Con este motivo, se han oído ya muchas voces críticas, elevadas precisamente por los que están revolviendo el pasado para hablar de la “memoria histórica”. Ofrecemos un resumen de dos intervenciones episcopales. |
Monseñor Berzosa, auxiliar de Oviedo, de cuya diócesis serán beatificados algunos mártires, ha escrito, con este motivo, lo siguiente: “Sé que en estos momentos de recuperación de la llamada memoria histórica, todo lo que afecte al periodo de la historia española de los años 30-40 se puede, y de hecho se tiende, a interpretar en clave política. Por esta razón, conviene puntualizar al menos tres claves para comprender lo que son, y lo que no son, los mártires asturianos y el sentido que tiene su posible beatificación y canonización.
Lo primero, y lo más importante, que es necesario subrayar es que dichos mártires son eso: “mártires”, es decir, víctimas totalmente inocentes en una persecución religiosa. Ellos no eran soldados, ni sindicalistas, ni políticos, ni intelectuales, ni representaban una ideología beligerante definida. No se los persiguió ni martirizó por haber iniciado ellos una polémica o batalla alguna. Sencillamente, fueron asesinados por ser lo que eran: creyentes coherentes hasta estar dispuestos a dar la vida por lo que creían.
En segundo lugar, la Iglesia ha venido beatificando y canonizando mártires desde hace veinte siglos; desde el inicio del cristianismo. Por esta razón a la Iglesia nadie, desde fuera, le impone un calendario de beatificaciones o canonizaciones. El ritmo que lleva es doble: por un lado, si el declarar beatos o santos a dichos mártires viene reclamado por el pueblo que les honra devoción. Y, por otro lado, tras una rigurosa investigación si la Iglesia llega al convencimiento de que dichos mártires merecen tal categoría.
Y, tercera clave, en el caso que nos ocupa, la Iglesia en España no desea que los mártires, anteriores a la guerra civil y concomitantes a la misma, sean utilizados como arma arrojadiza contra nadie ni como bandera o enseña política de nadie. La Iglesia desea que, social y culturalmente, dichos mártires contribuyan a la reconciliación y al recuerdo y memoria de algo dramático que no debe volver a repetirse. Su ejemplo de heroísmo y generosidad, como víctimas inocentes del ayer y estímulo de las víctimas que siguen generándose en otros campos, nos desafía con un mensaje claro y punzante: el mal nunca se vence con el mal, sino con el bien. La violencia genera más violencia. Sólo el amor y el perdón son creativos y capaces de renovar personas y sociedades”.
Por su parte, la Conferencia Episcopal publicó un comunicado sobre la beatificación que, entre otras cosas, dice lo siguiente: “Os anunciamos con profunda alegría que, en el próximo otoño tendrá lugar en Roma la beatificación de 498 hermanos nuestros en la fe, de los muchos miles que dieron su vida por amor a Jesucristo en España durante la persecución religiosa de los años treinta del pasado siglo XX.
En 1999, esta Asamblea Plenaria de los obispos daba gracias a Dios por los logros del siglo XX y pedía perdón por los pecados de aquella centuria que llegaba a su fin. Entre los pecados recordábamos las “violencias inauditas” a las que el mundo, Europa y España se vieron arrastradas por “ideologías totalitarias, que pretendían hacer realidad por la fuerza las utopías terrenas”. Y dábamos gracias a Dios, recordando, con Juan Pablo II, que “al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires” y que “el testimonio de miles de mártires y santos ha sido más fuerte que las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosidad y del ateísmo”.
Los mártires están por encima de las trágicas circunstancias que los han llevado a la muerte. Con su beatificación se trata, ante todo, de glorificar a Dios por la fe que vence al mundo y que trasciende las oscuridades de la historia y las culpas de los hombres. Por eso escribía Juan Pablo II: “quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y para la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo. Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza”.
La beatificación que vamos a celebrar contribuirá a que no se olvide el “gran signo de esperanza” que constituye el testimonio de los mártires. De los del siglo XX en España, 479 han sido beatificados en once ceremonias a partir de 1987, y 11 de ellos son ya santos.
Casi quinientos han sido reunidos, esta vez, en una única celebración. Y, como en las anteriores ocasiones, cada caso ha sido estudiado por sí mismo con todo cuidado a lo largo de años. Estos mártires dieron su vida, en diversos lugares de España, en 1934, 1936 y 1937. Son los obispos de Cuenca y de Ciudad Real, varios sacerdotes seculares, numerosos religiosos -agustinos, dominicos y dominicas, salesianos, hermanos de las escuelas cristianas, maristas, distintos grupos de carmelitas, franciscanos y franciscanas, adoratrices, trinitarios y trinitarias, marianistas, misioneros de los Sagrados Corazones, misioneras hijas del Corazón de María-, seminaristas y laicos, jóvenes, casados, hombres y mujeres.
Podemos destacar como rasgos comunes de estos nuevos mártires los siguientes: fueron hombres y mujeres de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la devoción a la Santísima Virgen; por ello, mientras les fue posible, incluso en el cautiverio, participaban en la Santa Misa, comulgaban e invocaban a María con el rezo del rosario; eran apóstoles y fueron valientes cuando tuvieron que confesar su condición de creyentes; disponibles para confortar y sostener a sus compañeros de prisión; rechazaron las propuestas que significaban minusvalorar o renunciar a su identidad cristiana; fueron fuertes cuando eran maltratados y torturados; perdonaron a sus verdugos y rezaron por ellos; a la hora del sacrificio, mostraron serenidad y profunda paz, alabaron a Dios y proclamaron a Cristo como el único Señor. La beatificación que vamos a celebrar es una hora de gracia para la Iglesia que peregrina en España y para toda la sociedad. Os invitamos a prepararos bien para esta fiesta y a participar en ella de modo que se convierta para todos en un nuevo estímulo para la renovación de la vida cristiana. Lo necesitamos de modo especial en estos momentos en los que, al tiempo que se difunde la mentalidad laicista, la reconciliación parece amenazada en nuestra sociedad. Los mártires, que murieron perdonando, son el mejor aliento para que todos fomentemos el espíritu de reconciliación.
|