18 de octubre de 2024.
La primera sesión del Sínodo de la Sinodalidad, celebrada en octubre del año pasado, se caracterizó porque no salió lo que los organizadores habían previsto. A pesar de que la mayoría de las madres y padres sinodales invitados y no elegidos por las Conferencias Episcopales eran de una clara tendencia liberal, el resultado fue tan desalentador para los promotores de la aplicación de una vez por todas del “espíritu del Concilio”, que se tomó la decisión de sacar fuera del debate los asuntos más conflictivos y encomendarlos a comisiones. Sin embargo, algunos quedaron dentro de la agenda para esta edición, segunda y última, de este Sínodo. De todos ellos, quizá el más importante para los que marcan el paso hacia una Iglesia distinta, que ellos llaman basada en la realidad, pero que no es otra cosa que una Iglesia sometida a lo que el mundo dice y no a lo que Jesucristo enseña, es el tema de la posibilidad de que las Conferencias Episcopales puedan atribuirse competencias doctrinales. Usando un rebuscado lenguaje el “Instrumentum laboris” dice que las Conferencias Episcopales “deben ser sujetos eclesiales dotados de autoridad doctrinal, asumiendo la diversidad sociocultural dentro del marco de una Iglesia multifacética”. O sea, para entendernos, que en Alemania no sea pecado cometer actos homosexuales y que en África sí; que en Bélgica se llame ángeles de la caridad a los médicos que abortan y que el Papa y otros les llamen sicarios; que en la diócesis de Manaos, en Brasil, donde hay un cardenal liberal, puedan llegar a tener diaconisas y en otros sitios no. A esto se le llama “Iglesia multifacética”, cuando en realidad lo que quieren decir es que la unidad de la Iglesia desaparece para adaptarse a las modas imperantes en cada país. Pues bien, a pesar de todo lo que han hecho, incluidos los nombramientos mayoritarios del sector multifacético y multicolor, cuando esta propuesta se ha debatido, el rechazo ha sido amplísimo. Si en la primera parte del Sínodo el Espíritu Santo logró marcar un gol y el partido se ganó por 1 a 0, ahora ha metido otro y este 2 a 0 lo tienen ya muy difícil de remontar.
Uno de los que han liderado la victoriosa revuelta ha sido el extraordinario arzobispo de Sydney, monseñor Fisher; ha dejado claro que la propuesta de Iglesia multifacética es absurda y no tiene ningún futuro. La preocupación de este gran obispo australiano es justo lo contrario a lo que los multifacéticos proponen: “que se mantenga el depósito de la fe, la tradición apostólica, y que no imaginemos, en la vanidad de nuestra época, que vamos a reinventar la fe o la Iglesia católica. De hecho -añade Fisher-, este es un tesoro inmenso que hemos recibido de generación en generación, desde Nuestro Señor Jesucristo y sus apóstoles. Y estamos aquí para transmitirlo fielmente a las próximas generaciones”.
Además de suponer un alivio el que en el Sínodo no vaya a prosperar la posibilidad de que la fe se fragmente y la unidad católica desaparezca, es muy consolador el hecho de que la mayoría de la asamblea, a pesar de todo, haya rechazado esa peligrosa tesis. Es consolador y es esperanzador de cara al cónclave en el que, cuando Dios quiera, se deba elegir al siguiente pontífice. Podría parecer que todo está ya atado y bien atado y que deberíamos aprendernos de memoria la frase que Dante pone en la entrada del infierno en su Divina Comedia: “Abandonad toda esperanza”. Pero si el Espíritu Santo ha sido capaz de meter dos goles -tres, si se tiene en cuenta el rechazo a “Fiducia supplicans” que llevó a modificar ese documento-, bien puede conseguir marcar otro. Quizá el hecho de que, como dice el cardenal Müller, es imposible no ver la confusión que hay en la Iglesia y el daño que está haciendo, lleve a muchos cardenales a abandonar las posturas más radicales que otros cardenales tan explícitamente representan y que, a priori, tienen todas las de ganar. Esto quizá no sería lo mejor, pero sería lo menos malo. Si en el Sínodo se ha producido una rebelión, puede ser que también se produzca en el cónclave. En todo caso, se puede certificar que el Espíritu Santo está muy activo, para sorpresa de unos y gran disgusto de los otros.