¿Confiar en Dios o en el demonio?

25 de octubre de 2024.

            El Papa Francisco ha publicado esta semana su cuarta encíclica, “Dilexit nos” (nos amó), dedicada a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Es un bellísimo texto, escrito por un jesuita, por lo que cabe recordar que fueron los jesuitas los grandes difusores de esta devoción desde sus inicios. La encíclica está estructurada en cuatro capítulos. El primero habla de la importancia del corazón, de la capacidad que tiene el amor para transformarlo todo y, aunque no lo cita, está impregnada de aquella frase de San Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor”.

            El segundo capítulo habla de los gestos y las palabras que expresan el amor de Jesús, desde sus milagros, sus miradas y también sus palabras, incluso aquellas más duras, como las que dirigía a los fariseos. En el tercer capítulo, el Papa habla de la importancia de la devoción al Sagrado Corazón y explica que esa devoción simboliza un triple amor: el divino, el espiritual e incluso el sensible. Por último, el capítulo cuarto, titulado “Amor que da de beber”, se centra en la necesidad de amor que tenemos los seres humanos y que es saciada plenamente sólo por Dios; también aquí resuenan las palabras de otro gran santo, San Agustín, que no duda en decir en sus Confesiones: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Termina la encíclica afirmando que el Corazón de Jesús es la fuente principal de misericordia y gracia, a la que acudir siempre en busca de perdón, de consuelo, de amor.

            Casi a la vez, unos días antes, se ha dado a conocer un artículo escrito por el Papa Benedicto XVI y que él había querido que no fuese publicado hasta después de su muerte. Hablando de la búsqueda de la libertad, característica principal de lo que conocemos como Modernidad, el Papa alemán dice que se ha llegado al extremo, haciendo de la libertad un absoluto, de tal forma que el hombre pretende incluso hacerse a sí mismo, rechazando la identidad natural del ser humano y decidiendo si es hombre o mujer, al margen de su naturaleza, lo cual lleva consigo inevitablemente a la abolición del hombre. Pero, dice también el Papa Ratzinger en su artículo, que “la historia del hombre es la historia de faltas siempre nuevas”, por lo que, si se elimina a Dios del horizonte humano también se elimina la posibilidad de recibir el perdón por esas faltas. “Un hombre es un ser que necesita sanación, perdón. El hecho de que este perdón exista como realidad y no sólo como un bello sueño pertenece al corazón de la imagen cristiana del hombre. Ahí es donde la doctrina de los sacramentos encuentra su justo lugar. La necesidad del Bautismo y de la Penitencia, de la Eucaristía y del Sacerdocio, al igual que el sacramento del Matrimonio”.             Me ha llamado la atención que ambos textos, la encíclica de Francisco y el artículo de Benedicto, coincidan en la necesidad de recibir perdón, de acudir a Dios en busca de misericordia. Y me ha parecido que, quizá sin proponérselo, ambos Pontífices están respondiendo al gran problema de la Iglesia actual: el cambio de las normas morales diciendo que no es pecado lo que hasta ahora ha sido pecado. Lo que hay detrás de esto es, como señalaba el Papa Ratzinger, un ansia absoluta de libertad que nos lleva a decidir por nosotros mismos qué es bueno y qué es malo y, en el fondo, un gesto extremo de soberbia, porque lo que no queremos es reconocer que hemos pecado y preferimos cambiar el concepto de pecado para no tener que pedir perdón; no es casualidad que este cambio se reclame sobre todo en los países más ricos y, quizá por eso, también los más soberbios. Ahí, en la soberbia, está la causa última de todo lo que está pasando. Y la soberbia es la primera tentación, aquella manzana que el enemigo ofreció a Adán y Eva, con la promesa de que serían dioses y podrían decidir por sí mismos lo que era bueno y lo que era malo. Es decisión nuestra en quién vamos a confiar: en el demonio, que nos dice que ya no necesitamos pedir perdón, o en el Sagrado Corazón, que nos ofrece la misericordia infinita de Dios y que sólo pide a cambio el acto humilde de reconocer que hemos pecado. Confiar en el demonio, emborrachados de soberbia, conduce a la abolición del ser humano, a su ruina en todos los sentidos, incluso en el físico. Confiar en Dios, aceptar con humildad sus enseñanzas, incluso sus palabras duras como dice el Papa Francisco, nos lleva a la verdadera libertad, a la salvación en la tierra y en el cielo. Por eso, Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.