22 de noviembre de 2024.
La noticia más llamativa de esta semana ha sido la dada a conocer el jueves por el propio Vaticano, que hacía pública una carta del Papa a los cardenales, en la que les informaba de que el pago de las pensiones a los empleados de la Santa Sede está en riesgo a medio plazo si no se encuentran soluciones. La posibilidad de que se dejen de pagar, en todo o en parte, las pensiones es una señal inequívoca de los problemas financieros del Vaticano y el que se haya hecho público indica lo grave de la situación, pues este problema viene de lejos pero hasta ahora no se había hecho público. Aunque no se habla de riesgo inminente, la inquietud entre los trabajadores del Vaticano, futuros pensionistas, y los que ya cobran su pensión -incluidos los cardenales- era evidente tras la publicación de la noticia; de hecho, en términos financieros lo de “a medio plazo” significa que va a ocurrir en cinco o al máximo diez años, lo cual es un horizonte no sólo no lejano sino muy cercano. En la carta del Papa se decía también que se nombraba al cardenal Farrell para intentar encontrar una solución a este grave problema. No es precisamente un regalo este nombramiento, pues la situación es complicada, pero indica la enorme confianza que tiene el Pontífice en este cardenal irlandés-norteamericano; ya fue gestor de las finanzas de los Legionarios de Cristo, mientras perteneció a esa Congregación, y quizá haya sido ese el motivo por el que el Papa le ha elegido para este nuevo cargo, que se suma a los dos que ya tiene: presidente del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y camarlengo de la Iglesia católica. Como presidente de los Laicos está gestionando otra difícil tarea, la de aplicar las reformas queridas por el Papa en las modificaciones de los estatutos de las asociaciones y movimientos laicales, tarea en la que le ayuda una mujer tan inteligente como competente, la señora Linda Ghisoni. Como camarlengo, el cardenal Farrell será el encargado de administrar el patrimonio de la Iglesia durante el periodo que va desde la muerte o dimisión de un Papa hasta la elección del siguiente, y también será la cabeza de la Iglesia durante esa etapa. Son tres cargos, por lo tanto, muy importantes, que hacen del cardenal Farrell una de las figuras más destacadas del Vaticano en esta última etapa del Pontificado. Junto a esto, aunque sin estar relacionado directamente con ello, está la noticia de que el Papa ha modificado el rito que se debe seguir a su muerte, simplificándolo e introduciendo algunas medidas de austeridad, como la supresión de los tres féretros que deben acoger su cadáver, para dejar solo uno, de madera. No será mucho el ahorro que se consiga con esto, pero es un gesto que indica por donde deben ir las cosas en el futuro inmediato.
Pero si esta ha sido la noticia más llamativa e inquietante de la semana, no ha sido la más importante. Porque, en la Iglesia, lo más importante no son nunca ni el dinero ni los cargos, sino la santidad. Por eso, lo más importante ha sido el anuncio de la canonización de dos beatos, cuya devoción está ya muy arraigada en el pueblo de Dios: el beato Carlo Acutis y el beato Pier Giorgio Frassati. El primero, muerto a los 15 años, en 2006, es un modelo extraordinario para niños y adolescentes, destacando por su inmenso amor a la Eucaristía y por el uso de los medios de comunicación para difundir la devoción al Cuerpo y la Sangre de Cristo. El segundo, muerto con 24 años, en 1925, destacó por su servicio a los pobres y por su empuje apostólico entre sus compañeros de Universidad. Ambos son la mejor prueba que demuestra que la Iglesia sigue siendo una Iglesia de santos, aunque de ella formemos parte también los pecadores.
Si la situación económica de la Iglesia es inquietante, no solo para los que forman parte de su estructura sino para todos los católicos, lo más importante es la constatación de que el verdadero futuro está en el cielo, en la vida eterna. En tiempos tan duros como los que siguieron a la primera conquista de la ciudad de Roma por los bárbaros, San Agustín escribió “La ciudad de Dios”, para recordar a sus asustados feligreses de Hipona, que no mucho después verían su ciudad sitiada por los vándalos, que somos ciudadanos del cielo y que nuestro paso por la tierra es siempre corto comparado con la vida eterna que nos espera. Eso, quizá, no tranquilice mucho a los que posiblemente tendrán que asumir recortes en sus ingresos porque verán congeladas sus pensiones, pero debe servirnos para todos, incluido ellos, para poner en Dios nuestra confianza y en la vida eterna junto a Él nuestra esperanza.