La legitimidad del Papa Francisco

6 de diciembre de 2024.

            Estamos a punto de concluir ya la primera semana de Adviento y la Navidad se nos echa encima, recordándonos el poco tiempo que falta para prepararnos a fin de recibir como se merece al Hijo de Dios hecho hombre en el seno de la siempre virgen María. Además, esta Navidad trae la novedad de que dará inicio del Año Santo, conmemorando el 2025 aniversario del nacimiento de Cristo. Roma, y con ella todas las Diócesis católicas del mundo, están ya ultimando los preparativos, que deben ser sobre todo espirituales, dando el máximo de posibilidades a los fieles para que se puedan acercar al sacramento de la penitencia y puedan recibir la gracia del perdón de Dios a través de una buena confesión.

            Mientras tanto, en esta semana ha llamado la atención la intervención del obispo Schneider, auxiliar de la lejana Astaná, pero muy conocido por sus valientes intervenciones en defensa de la Tradición. Schneider ha defendido de forma clara y precisa la legitimidad del Papa Francisco como verdadero Pontífice, obispo de Roma y vicario de Cristo. Para él, tanto la praxis de la Iglesia como el sentido común no dejan lugar a dudas sobre la legitimidad de Francisco. Se enfrenta así abiertamente a los llamados “sedevacantistas”, uno de cuyos principales valedores es el arzobispo excomulgado Viganó. Para estos, el último Papa fue Pío XII y desde entonces la sede de Predo se encuentra vacía. El valor de la defensa de la legitimidad de Francisco como Papa procede, en este caso, de quién la hace, pues en no pocas ocasiones Schneider ha sido uno de los más duros críticos de las decisiones y nombramientos del actual Pontífice. ¿Se puede disentir del Papa a la vez que se le acepta como verdadero Papa? La pregunta no sólo hay que hacérsela al obispo de Kazajistán, sino a los cientos de obispos y cardenales que rechazaron la aplicación de “Fiducia supplicans” sobre la bendición a parejas homosexuales, gracias a cuyo rechazo el propio Dicasterio que la había publicado tuvo que hacer una corrección que, si bien no contentó del todo a los críticos, sí acercó posturas con ellos. Esta lección de la historia reciente deberían aprenderla los que son más papistas que el Papa y que, tan a la ligera y con no poca maldad, acusan de estar contra el Pontífice a todos los que, diga lo que diga y haga lo que haga, no aplauden hasta con las orejas. Como decía la semana pasada, usando la frase de un santo converso desde el anglicanismo, San John Henry Newman, un católico va a brindar siempre por el Papa a la vez que lo hace por su conciencia.

            La otra noticia destacada de la semana ha sido la carta que el Papa ha enviado a los católicos de Nicaragua. Una misiva que evita cuidadosamente la crítica abierta al régimen dictatorial de los Ortega y que se centra en manifestar su cercanía al sufrido pueblo nicaragüense, a la vez que les insta a que sigan confiando en la Santísima Virgen, la Inmaculada, tan querida por ellos. La ausencia de crítica a los dictadores, a pesar de la intensa campaña de acoso contra la Iglesia -obispos, curas y monjas desterrados e instituciones y bienes de la Iglesia incautados- ha desatado un nuevo aluvión de críticas contra el Pontífice y muchos se han preguntado si habría escrito lo mismo si, en lugar de ser un dictador comunista, hubiera sido un dictador de derechas. Conviene recordar un hecho histórico significativo que marcó, desde entonces, el comportamiento diplomático del Vaticano. Cuando estalla la segunda guerra mundial, el 1 de septiembre de 1939, los tres países del Benelux (Bélgica, la entonces llamada Holanda y Luxemburgo) se declararon neutrales. Francia se aprestó a situar el grueso de su ejército en la frontera con Alemania, pues era por ahí por donde se preveía el ataque. Sin embargo, Hitler no dudó en violar la neutralidad de esos tres países y el 10 de mayo de 1940 sus tropas entraron en Holanda y poco después, el 14 de junio, estaban ya en París. Inmediatamente, aplicaron en las zonas ocupadas su política de limpieza racial contra los judíos, enviándoles a los campos de concentración. El 20 de julio de 1942 los obispos holandeses protestaron públicamente contra los ataques a los judíos. La consecuencia fue que los nazis persiguieron también a los pocos judíos que eran católicos, entre ellos Edith Stein que, junto a su hermana, estaba como monja carmelita en el monasterio de Echt, en Holanda. De allí las sacaron a las dos y las llevaron a Auschwitz, donde fueron asesinadas el 9 de agosto. En la Navidad de ese mismo año, Pío XII hizo un discurso criticando el asesinato de cientos de miles de “personas intachables” debido a su “nacionalidad o raza”. Era una crítica indirecta a Hitler que supo a poco a los que, después, le acusaron de no haber denunciado abiertamente el genocidio judío. Sin duda, en el ánimo del Pontífice pesaba la experiencia holandesa y temía que, un enfrentamiento abierto con el dictador alemán, provocara la ocupación de los conventos católicos de Italia donde se encontraban refugiados miles de judíos, e incluso la ocupación del propio Vaticano, donde también habían encontrado refugio cientos de ellos. Esto es historia y hay que ser muy cuidadosos a la hora de juzgar a alguien que, como Pío XII entonces o el Papa Francisco ahora, se encuentran entre la espada de hacer una denuncia abierta y firme por un lado y la pared de afrontar el aumento de la persecución por otro.

            Estamos acercándonos a la Navidad y esta semana nos trae dos grandes fiestas de la Santísima Virgen: la Inmaculada y la Guadalupana. Invoquemos a nuestra Madre pidiéndole su protección no sólo para el pueblo nicaragüense sino también para el venezolano, el cubano y el resto de los que padecen la dictadura o la guerra. Recemos por la paz y trabajemos incansablemente por la paz.