Matar al anciano

13 de diciembre de 2024.

            Desde que empezaron a aprobarse las leyes que permitían la eutanasia o el suicidio asistido, la Iglesia dio la voz de alarma contra una práctica que deshumanizaba la etapa final de la vida humana, llegara esta por enfermedad o por ancianidad. La propuesta que se hizo fue la de potenciar los cuidados paliativos, que suprimen todo o casi todo el dolor, y rodear al enfermo o al anciano del cariño que necesitaba para pasar de un modo auténticamente humano los últimos meses o años de su vida. Esta propuesta en muchos casos no ha sido atendida y la eutanasia se ha ido extendiendo como ha ocurrido con el aborto y, del mismo modo que el aborto, se ha partido de casos extremos para justificar una práctica que se ha hecho extensible después a muchas situaciones, llegando incluso a aprobarse en países como Canadá la eutanasia para niños o la eutanasia por motivos económicos, cuando el que la solicita alega que su economía no le permite llevar un nivel de vida que él considera de auténtica calidad. Canadá, que es junto con Holanda y Bélgica, pionero en las leyes que permiten la eutanasia, tarda más de un año en ofrecer servicios psicológicos o psiquiátricos a quien los demanda por estar, por ejemplo, con una depresión profunda, pero si ese mismo enfermo, desanimado por no recibir la atención médica que necesita, pide la eutanasia, se la conceden en pocos días.

            El fondo de la cuestión es económico. Los avances en la medicina han permitido aumentar los años que vivimos, con lo cual los gastos en pensiones para los jubilados han crecido considerablemente. A la vez, la caída de la natalidad ha hecho que haya menos contribuyentes a los fondos que garantizan el cobro de las pensiones. El anciano o el enfermo de larga duración se ha convertido en una carga para el Estado y, por lo tanto, hay que buscar el modo de acabar con él. En Inglaterra parece que han dado con la solución. Allí tienen un sistema impositivo por el cual los herederos de los que mueren antes de los 75 años no pagan el impuesto de sucesiones, que puede llegar en algunos casos al 45 por 100 de la herencia. Ahora están planeando aprobar una ley de eutanasia que implicaría que todos los fallecidos antes de esa edad verían libre de impuestos la herencia que dejarían. Cabe imaginar la presión tan horrible que va a recaer sobre los ancianos, aunque estén perfectamente sanos, como sucede en la mayoría de los casos a los 75 años. Sin que nadie se lo diga, sabiendo que si piden la muerte favorecen económicamente a sus seres queridos, van a tener la tentación de reclamar la eutanasia. Pero, además, en muchos casos no faltarán las acusaciones de egoísmo por parte de los herederos, reprochándoles que por querer vivir unos años más van a empobrecerles, a perjudicar a los queridos nietos, por ejemplo. Esa presión afectiva y moral puede ser tan grande que muchos soliciten el suicidio asistido, aunque se encuentren bien y estén deseando seguir viviendo. Por amor a los hijos o a los nietos, van a pedir que los maten. Poner a un anciano en una disyuntiva tan dramática es un acto de refinada crueldad. La Iglesia en Inglaterra se ha manifestado en contra y son muchos los obispos que han alertado sobre las consecuencias que traerá esta ley de eutanasia. Incluso varios ex primeros ministros han pedido que no se apruebe. Sin embargo, las posibilidades de que se termine por aprobar son muchas y el motivo será evidente: acabar con los que molestan, simplemente porque, por estar vivos, suponen un gasto que el nivel de vida artificial que nos hemos dado no puede tolerar.            

Lo que puede suceder en Inglaterra es una prueba más de la deshumanización a la que está llegando esta sociedad sin Dios. El filósofo inglés Hobbes llegó a afirmar que el hombre es lobo para el hombre. En este caso se puede decir que es un cruel depredador del anciano, del enfermo, de todo aquel que no es políticamente correcto. Si otro pensador, en este caso francés, Sartre reconoció que el infierno existía, pero que el infierno era el prójimo, ahora eso se va a concretar en la presión diabólica que los herederos van a ejercer sobre los menores de 75 años para que pidan la muerte. Menos mal que la Navidad está encima y que nos recuerda que el Dios de la vida es y será siempre el vencedor. Si Dios no existe, todo está permitido, decía Dostoievsky, pero Dios sí existe y Él es el verdadero defensor del hombre, el único que nos quiere como somos, aunque estemos enfermos o seamos ancianos. Dios es nuestra esperanza.