17 de enero de 2025.
El Papa ha hablado este miércoles, durante la audiencia general, de la explotación infantil. “Cada niño explotado -ha dicho- es un crimen contra la humanidad”. Entre las formas de esa explotación ha enumerado el trabajo en condiciones peligrosas, el secuestro o compra de niños para la prostitución, la pornografía infantil y los matrimonios forzados. También se ha referido a una de las consecuencias del aborto: el tráfico de órganos para trasplantes. “No podemos permanecer indiferentes”, ha gritado el Papa, solicitando tanto a instituciones como a Gobiernos que se impliquen seriamente contra esa lacra espantosa. Pero también ha apelado a la responsabilidad de cada uno, que se pone a prueba cuando se compran productos elaborados por niños, convirtiendo al consumidor de esos productos en un colaborador de la explotación infantil. Por ello recomendó que se investigue el origen de los productos que se adquieren, a la vez que reclamó a las empresas que dejen de utilizar a los niños en las cadenas de producción. Por último, pidió a los periodistas que no tengan miedo a la hora de denunciar esta explotación, pues ciertas cosas sólo se solucionarán si la opinión pública se entera de lo que está sucediendo.
El Papa tiene razón y hay que agradecerle que alce su voz contra esos crímenes terribles que afectan a tantos niños y que pasan desapercibidos, pues sólo son noticia cuando un cura se ve implicado en un escándalo. Por desgracia, las posibilidades de que sea escuchado no son muchas, pues, por un lado, hay mucho dinero en juego, y, por otro, la aceptación social del aborto ha hecho que la primera causa de maltrato infantil -pues eso es lo que es cada aborto- sea considerada un derecho que hay que defender a toda costa. La nuestra es una sociedad que vierte lágrimas de compasión por las crías de foca o de oso polar, pero que asesina a los niños no nacidos sin el menor remordimiento. Es una sociedad que se siente incómoda -sólo un poquito- si ve que hay niños trabajando en las fábricas que hacen las zapatillas de lujo, pero que no le importa cuando los niños abortados en el noveno mes de embarazo son troceados para vender sus órganos. No es sensibilidad, es sensiblería. La sensibilidad llevaría a ponerse en pie de guerra contra el aborto, contra la prostitución infantil y contra todo lo que supone daño a un niño. La sensiblería lo más que hace es llevarte a firmar una hoja contra el cambio climático o a dar una pequeña limosna para salvar las ballenas.
Pero hay otro maltrato infantil que sí es responsabilidad directa de la Iglesia. Me refiero al que tiene lugar en tantas parroquias y colegios católicos. De este maltrato habló Benedicto XVI, siendo ya Papa emérito, en la carta que dirigió a los presidentes de las Conferencias Episcopales reunidos en Roma para tratar del problema del abuso a menores. El Papa emérito pidió a los obispos que vigilaran -esa es su responsabilidad, vigilar- la enseñanza que se daba a los fieles -a los niños y también a los adultos, pues éstos al no tener formación, son también de alguna manera niños en cuestiones de fe-. Si se da una mala catequesis o si se transmiten errores en las homilías, dogmáticos y sobre todo morales, las consecuencias son terribles para los que han sido engañados y para los que padecerán su comportamiento equivocado. Hacemos bien en alzar la voz contra el abuso infantil, pero quizá algún día alguien nos recordará que hemos sido responsables, por acción u omisión, de abusos de otro tipo y que muchos pecados y delitos se han cometido porque los que los hicieron no sabían que estaba mal lo que estaban haciendo. Si debemos boicotear una marca de ropa que emplea niños para confeccionarla, con más motivo debemos exigir a los que educan a esos niños que les enseñen a distinguir el bien del mal. Quizá los que hoy defienden con entusiasmo el aborto -o lo practican- fueron un día alumnos de una escuela católica en la que no se les enseñó la gravedad de implica quitarle la vida a un no nacido. O, quizá, los que tienen relaciones sexuales con menores que han sido prostituidos, son católicos a los que nunca se les habló, en las catequesis que recibieron, de los pecados contra el sexto mandamiento. De aquellos polvos vienen estos lodos.