14 de febrero de 2025.
El Papa ha escrito una carta a los obispos norteamericanos en la que critica la forma en que el presidente Trump está llevando a cabo la expulsión de los inmigrantes ilegales. La carta representa, por sí misma, un enfrentamiento sin precedentes entre el Vaticano y Estados Unidos y están por ver las consecuencias que tendrá en el futuro inmediato. Entre otras cosas, el Papa afirma que “el acto de expulsar a personas que en muchos casos han abandonado su propia tierra por razones de extrema pobreza, inseguridad, explotación, persecución o grave deterioro del medio ambiente, lesiona la dignidad de muchos hombres y mujeres, y de familias enteras, y las coloca en un estado de particular vulnerabilidad e indefensión” y, añade, “una conciencia debidamente formada no puede abstenerse de formular un juicio crítico y manifestar su desacuerdo con cualquier medida que identifique tácita o explícitamente la clandestinidad de algunos migrantes con la criminalidad”.
Las reacciones a la carta han sido muchas e inmediatas. El presidente del Episcopado norteamericano, monseñor Broglio -no hay que olvidar que es un obispo conservador- había publicado ya una nota criticando que en esas expulsiones no se tuvieran en cuenta a las personas vulnerables, y ahora, tras la carta del Papa, ha publicado otra nota dándole las gracias y mostrando su apoyo al Pontífice. Lo mismo han hecho otros obispos, del ala liberal del Episcopado.
Pero también la intervención del Papa ha recibido críticas muy duras. Por ejemplo, se le ha reprochado que no hiciera algo parecido durante los cuatro años de gobierno del católico Biden para protestar por su política de apoyo al aborto y a la ideología de género, como si eso fuera menos importante que la emigración. Se le reprocha también que en su dura carta contra Trump no dedique al menos unas palabras de elogio por las medidas que está tomando para defender la vida, la familia e incluso el cristianismo. Las críticas le acusan de parcialidad ideológica, pues parece ignorar que sólo en los dos primeros años de la presidencia de Biden fueron expulsadas 4,4 millones de personas, mientras que en los cuatro años que gobernó Trump lo fueron 3,13millones, que fueron menos que los 3,16 millones que hizo expulsar Obama. El año que Trump expulsó más fue 2019, con 267.000, mientras que el año que expulsó más Obama fue 2014, con 316.000 y el que batió todas las marcas fue Biden, con 271.000 en 2024, pero ni contra Obama ni contra Biden protestó.
Un articulista relativamente moderado, como R. Reno, ha escrito en la revista conservadora “First Things” que, con esta carta, el Papa ha publicado su nota de suicidio, porque ha invitado a los obispos a intervenir en política, oponiéndose al Gobierno en hacer cumplir la Ley, lo cual le está prohibido a todas las religiones en Estados Unidos. Sin embargo, da la razón al Pontífice “cuando afirma que la dignidad infinita y trascedente que posee todo ser humano supera y sostiene cualquier otra consideración jurídica que pueda hacerse para regular la vida en sociedad. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los países de Occidente han reconocido que las restricciones a la inmigración deben ser eliminadas cuando se enfrentan a refugiados que huyen de la persecución”. Y aunque Reno no lo cita, en este grupo estarían los 600.000 venezolanos que han recibido asilo político en Estados Unidos y que ahora podrían ser devueltos a su país de origen.
Quizá el más ponderado de todos los que han intervenido, en el debate abierto tras la carta del Papa, es el arzobispo de Los Ángeles, monseñor Gómez. Su Arquidiócesis es la más grande de Estados Unidos y la que más emigrantes ilegales acoge, casi todos ellos católicos. Monseñor Gómez ha recordado que Obama expulsó a más de cinco millones de ilegales, lo cual le valió el título de “deportador en jefe”, aunque no hubo protestas contra él porque la izquierda puede hacer lo que quiera y no pasa nada. El arzobispo afirma que «todos estamos de acuerdo en que no queremos que haya inmigrantes indocumentados que sean terroristas o criminales violentos, que «deberían ser expulsados de una manera que respete sus derechos y su dignidad como seres humanos». Pero señala que el verdadero problema no es la expulsión, sino el sistema defectuoso que permite entrar a los indocumentados y que es ahí donde está el primer problema que hay que arreglar, pues “toda nación tiene el solemne deber de controlar y proteger sus fronteras”. Monseñor Gómez invita a la generosidad en la acogida de inmigrantes, reconociendo -como también hace el Papa en su carta- que “no podemos dejar entrar a todo el que quiera vivir aquí, por lo que deben existir reglas y un proceso ordenado para decidir a quién damos la bienvenida, a cuántos damos la bienvenida y bajo qué condiciones».
Por último, el arzobispo de Los Ángeles hace una llamada al diálogo, recordando que «el gobierno tiene su responsabilidad y la Iglesia tiene su misión”.
Trump fue votado por la mayoría de los católicos norteamericanos, muchos de ellos hispanos y antiguos ilegales, que hoy posiblemente no le volverían a votar. Si quiere que su programa político le sobreviva, no puede permitirse el lujo de estar enfrentado con la Iglesia. Y la Iglesia tampoco puede permitirse el lujo de estar enfrentada con la principal potencia del mundo, que, además, está aplicando en aspectos esenciales una política que coincide con sus normas morales. Un ilegal ha cometido un delito, ciertamente, pero considerarle y tratarle del mismo modo que a un delincuente que, además de ilegal, ha robado, violado o matado es desproporcionado. El Papa tiene razón en esto y la tiene también cuando hace una petición para que la aplicación de la ley -que es lo que está haciendo Trump y lo que hicieron antes que él con mayor rigor los presidentes demócratas, Obama y Biden- se haga con un sentido humanitario y con generosidad. Ahora, si las relaciones están rotas y la guerra declarada, lo que hace falta no es echar más leña a un fuego que no beneficia a nadie, sino tender puentes de diálogo que ayuden en primer lugar, a los más vulnerables. Y, como pide monseñor Gómez, debemos empezar por rezar, para que en los muros se abran puertas y se construyan puentes.