Unidad, unidad, unidad. El programa de gobierno del Papa

18 de mayo de 2025.

            Acaba de terminar la misa oficial de inauguración del Pontificado de León XIV. Todos en la Iglesia, de un extremo al otro, desde los más liberales a los más conservadores, estábamos aguardando, expectantes, el mensaje que daría el nuevo Papa en su homilía, que tradicionalmente se ha considerado como un resumen de las líneas maestras por las que quiere que discurra su gobierno de la Iglesia.

            Sólo ha dicho dos palabras y éstas las ha repetido una y otra y otra vez: amor y unidad, unidad y amor. Unidad, unidad, unidad, decía el Papa de manera incansable, para que a nadie le quedara ninguna duda de por donde quiere conducir a la Iglesia. Un mensaje necesario para llenar de paz los corazones atribulados de todos los que hemos vivido estos años en medio de la confusión e incluso del miedo. Un mensaje esperanzador, pues antes de proclamarlo, cuando narraba lo que sucedió en el cónclave, ha dicho que los cardenales estaban buscando “un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana” y, a la vez, capaz de avanzar hacia el futuro, afrontando los nuevos retos que el mundo nos hace. Una unidad basada en el amor de Dios y en el amor a Dios. Una unidad basada en la Palabra y en la Tradición. Tanto que el nuevo Pontífice no ha dudado en afirmar que quería ser “siervo de vuestra fe”. Siervo de la fe del pueblo de Dios y no señor de la misma para cambiarla, haciendo una Iglesia nueva que olvidara todo lo anterior.

            “Dios nos quiere unidos en una única familia”, ha dicho, para recordar que lo que Cristo le encargó a San Pedro fue que mantuviera unidos a sus hermanos. No le pidió -añadió el Pontífice- “que fuera un guía solitario”, sino que “sirviera la fe de sus hermanos, caminando junto a ellos”. El Papa quiere construir “una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, capaz de ser fermento para conseguir un mundo reconciliado”. “En el único Cristo, somos uno”, dijo, recordando el lema que ha elegido para su pontificado. Y concluyó: “Esta es la hora del amor”. “Construyamos una Iglesia fundada sobre el amor de Dios, signo de unidad, que se convierta en semilla de concordia para la humanidad”.

            No hay que olvidar que, dos días antes, se reunió con los embajadores acreditados ante la Santa Sede y les dijo cuáles eran sus tres objetivos: defender la paz, que no puede existir si no está basada en la justicia y en la superación de las desigualdades sociales; defender la familia –“formada por la unión estable y duradera de un hombre y una mujer”, afirmó literalmente, provocando numerosas y duras críticas por parte de los colectivos LGBT- y defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural; predicar la verdad de Cristo (“La Iglesia no puede nunca eximirse de decir la verdad sobre el hombre y sobre el mundo, recurriendo a lo que sea necesario, incluso a un lenguaje franco, que inicialmente puede suscitar alguna incomprensión”, afirmó literalmente), pero no sólo la verdad de Cristo, sino la verdad que es Cristo, porque sólo en Cristo está la plenitud de la verdad.

            Nuestra esperanza no esta puesta en León XIV, sino en Cristo. Y está puesta en Cristo hoy, como lo estaba durante el Pontificado de Francisco, de Benedicto o de Juan Pablo. Pero podemos decir que ahora nuestra esperanza es más fácil de mantener, porque tenemos un vicario de Cristo, un sucesor de Pedro, que nos confirma en la fe y nos llena de alegría. Estamos unidos incondicionalmente a él en el objetivo principal que se ha marcado para su pontificado: la unidad de la Iglesia. Porque un reino en guerra civil, como éramos hasta hace pocos días, no puede subsistir, se derrumba casa tras casa. Unidad en el amor, unidad en Cristo, unidad en la fidelidad a la Palabra y a la Tradición, unidad en la verdad y en el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada, como dice San Pablo en su carta a los Colosenses.

    Enhorabuena, Iglesia católica. Tenemos un Papa que nos llena de esperanza. Enhorabuena a todos los que han sufrido y resistido, ofreciendo a Dios su sufrimiento de estos largos años. Es hora de dejar atrás el pasado, de perdonar, de cerrar las heridas, para mirar juntos hacia el futuro, siguiendo sin recelos al vicario de Cristo, a León XIV, al Papa. Enhorabuena, Iglesia católica. Tenemos un Papa católico. ¡Viva el Papa!

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