La Iglesia sinodal, a examen

29 de mayo de 2025.

            En este primer mes de gobierno de León XIV, el protagonista indudable ha sido Jesucristo, pues el Papa ha querido que sea el Señor, y no él mismo, el centro de todo. Ha reiterado su deseo de que todo gire en torno a Jesucristo, para que sea posible la unidad entre las distintas formas de entender la misión de la Iglesia. Eso implica necesariamente someter a examen lo que se entiende por sinodalidad, que es el modelo de Iglesia promovido por su inmediato predecesor. Una Iglesia sinodal, entendida como una Iglesia que escucha a todos, no debería despertar ningún recelo y, sin embargo, basta con mencionar esa palabra y la desconfianza y las preguntas surgen de forma inmediata en muchos católicos.

            Por ejemplo, si sinodalidad es escucha, ¿por qué en el último Sínodo participaron laicos con derecho a voto, lo cual es muy distinto a participar sólo con derecho a voz?

            Si sinodalidad es escucha a todos, ¿por qué en ese Sínodo la mayor parte de los laicos invitados representaban a un sector de la Iglesia que no estaba identificado con el Concilio Vaticano II, sino con el llamado “espíritu del Concilio”, que exige una ruptura en muchos aspectos con todo lo anterior al evento conciliar? ¿con qué criterio representativo se eligió a esos laicos? El propio Papa Francisco había reprochado por escrito a los gestores del Sínodo alemán que no representaran más que a un pequeño sector de los católicos alemanes, los más radicales e ideologizados. Y, sin embargo, dio la sensación, quizá equivocada, de que con los elegidos para el Sínodo había pasado algo parecido.

            Si Sinodalidad es oír la voz del pueblo de Dios, ¿por qué muchos obispos y sacerdotes que se sienten identificados con la Iglesia sinodal prohíben la comunión en la boca a sus feligreses o les impiden comulgar de rodillas como signo de respeto? Podrán decir que el verdadero respeto está en el alma y no en los gestos corporales, pero deberían respetar la sensibilidad de esas personas, para las cuales esos gestos corporales son importantes. Sería una forma de mostrar que están acogiendo y escuchando a todos.

            Si “todos, todos, todos” caben en la Iglesia sinodal, ¿por qué no se permite, en la línea marcada por el Papa Benedicto, la celebración de la misa tradicional y, en cambio, se toleran espectáculos blasfemos como el ocurrido en la catedral de Paderborn, en Alemania, sin que esa grave ofensa al Señor -que la diócesis ha lamentado alegando que no sabía nada- haya quedado sin consecuencias para los que la promovieron y permitieron? Son muchos los laicos que se sorprenden y escandalizan ante las restricciones a la forma tradicional de celebrar la misa, incluso aunque no asistan a ella, mientras que se permiten todo tipo de abusos en la celebración de la forma nueva.

            Todos caben en la Iglesia, como debe ser porque así lo quiso Jesucristo, pero son muchos los que transforman el “todos, todos, todos” en “todo, todo, todo”. ¿De verdad cabe todo en la Iglesia? Caben los criminales, ¿pero cabe el crimen? Caben los corruptos, ¿pero cabe la corrupción? Caben incluso los pederastas, ¿pero cabe la pederastia? Caben los divorciados vueltos a casar, ¿pero se puede comulgar en pecado mortal? Además, incluso a los que caben, a los que cabemos gracias a que todos caben, ¿no se nos debe pedir la conversión? San Agustín decía: “Si no puedes evitar pecar, odia al menos el pecado que cometes”. Sin un espíritu de conversión y arrepentimiento, ¿el “todos caben” no se convierte fácilmente en un “todo cabe”?

            En estos años, el concepto de Iglesia sinodal no ha sido el de una Iglesia que escucha, o el de una Iglesia misericordiosa y acogedora con los pecadores, sino que, para muchos, se ha convertido en sinónimo de una Iglesia que acoge sólo a los que quieren romper con la Palabra y con la Tradición y que, más que misericordiosa, es tolerante. La misericordia debe ser, como la de Dios, infinita hacia el pecador, mientras que la tolerancia debe ser cero para con el pecado, y ha dado la impresión de que sucedía todo lo contrario, se toleraba el pecado y se rechazaba al pecador porque se le decía que no existía su pecado y que, por lo tanto, no tenia necesidad de pedir perdón por algo que había dejado de ser pecado.

       Iglesia sinodal, Iglesia que escucha, sí. Pero a todos. Iglesia misericordiosa sí, pero Iglesia tolerante no. Iglesia que abre los brazos a los pecadores sí, pero Iglesia que abre los brazos al pecado, no. Sólo así se podrá conseguir la ansiada y urgente unidad que Cristo quiere para su Iglesia.

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