Los tiburones atacan al Papa

6 de junio de 2025.

            Una señal definitiva de que el Papa León lo está haciendo bien es que ya ha empezado a ser atacado por los tiburones. De momento son pequeños escualos, la avanzadilla de la tropa, enviados por los que tienen dientes más fuertes y afilados, como señal de advertencia. Son ataques en la prensa italiana, sobre todo, y proceden tanto del clero como de laicos distinguidos hasta ahora con prebendas. Lo que les está poniendo nerviosos es la claridad con que el Pontífice habla de asuntos tan dispares como la familia y como las fuentes a las que hay que recurrir para la evangelización.

            La primera cosa que les ha molestado esta semana ha sido el telegrama dirigido al CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano, que coordina todas las Conferencias Episcopales de América latina. El motivo era la celebración del 70 aniversario de su fundación y en su reunión estaban intentando discernir qué medios pastorales hay que emplear para la evangelización de un continente que fue casi totalmente católico y hoy asiste a un masivo abandono de la Iglesia hacia las sectas y la increencia. En este telegrama el Papa les ha dicho, literalmente, que esas soluciones deben encontrarse “según los criterios de la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio”. El mensaje es muy claro y lleva consigo, entre otras cosas, olvidarse para siempre de la Pachamama y de las veleidades amazónicas más exóticas.

            Luego terminó de ponerles nerviosos, muy nerviosos, lo que León XIV dijo en la homilía del Jubileo de las Familias. Empezó por afirmar que la vida humana es un don desde su origen, para continuar diciendo que “el matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre y la mujer, amor total, fiel y fecundo”, en una cita literal de la encíclica “Humanae vitae” de San Pablo VI, en su número 9. Aquí fue donde puso el dedo en la llaga, pues en los últimos años el matrimonio como unión estable y abierta a la vida de un hombre y de una mujer fue considerado como un ideal y, por lo tanto, como una meta difícil de alcanzar, lo cual llevaba consigo que, mientras se lograba ese ideal, había que aceptar soluciones menos perfectas, como la convivencia sin casarse, el matrimonio de los divorciados o las uniones homosexuales. Las palabras del Papa no sólo aluden a la “Humanae vitae”, sino que recogen con claridad lo que enseñó San Juan Pablo II en “Veritatis splendor” en el artículo 103: “Sería un error gravísimo concluir… que la norma enseñada por la Iglesia es en sí misma un «ideal» que ha de ser luego adaptado, proporcional y gradualmente a las posibilidades concretas del hombre, buscando un equilibrio de los varios bienes en juego”. La consideración del matrimonio como un ideal, al que había que intentar llegar, pero aceptando situaciones que no lo alcanzaban, fue criticado, con ironía, por el cardenal Caffarra, que afirmó: “La indisolubilidad, o más generalmente el matrimonio entendido en sentido cristiano, no es un ideal, una especie de meta a alcanzar y por la que hay que esforzarse. Me gustaría ver la reacción de una esposa a la que su esposo le dijera: ‘Mira, la fidelidad a ti es para mí un ideal hacia el que me esfuerzo, pero que aún no poseo’”. Con esas pocas y claras palabras, el Papa León ha recuperado el magisterio de la Humanae vitae y de la Veritatis splendor. Con razón se han puesto nerviosos y han empezado a atacar los tiburones.            

Pero en este comentario semanal quiero referirme también a algo que me ha afectado personalmente. Esta mañana, viernes día 6, el Santo Padre ha concedido una audiencia a los participantes en el encuentro anual de los presidentes de los movimientos eclesiales y en el que, como fundador de los Franciscanos de María, he tenido el honor de participar. En su mensaje, León XIV ha afirmado que los carismas son una dimensión esencial en la vida de la Iglesia y ha recordado que la jerarquía eclesiástica y el sacramento de las Sagradas Órdenes existen para ofrecer objetivamente la gracia a través de los sacramentos, la predicación de la Palabra y el cuidado pastoral, mientras que los carismas son distribuidos libremente por el Espíritu Santo para que la gracia pueda dar frutos de vida cristiana de diferentes maneras. Siguiendo con su mensaje, el Pontífice ha citado a San Juan Pablo II, afirmando que tanto la jerarquía como los carismas son coesenciales en la divina constitución de la Iglesia fundada por Jesús. Por último, el Papa dijo que “unidad y misión son dos prioridades el ministerio petrino. Por esta razón, -añadió- pido a las asociaciones eclesiales y a los movimientos apoyar fiel y generosamente al Papa en estos dos puntos, siendo en primer lugar levadura de unidad y después trabajando en la evangelización”. Como hizo San Juan Pablo II, el Papa vuelve a contar con los movimientos para que le apoyen en su objetivo de unir a la Iglesia y de evangelizar. Hay que hacerlo porque Cristo, a través del Papa, lo pide, confiando en que su vicario sabe por dónde debe dirigir la nave de la Iglesia.

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