7 de septiembre de 2025.
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3, 14-17)
El amor de Dios se manifiesta continuamente y de muchas maneras, pero la encarnación, suplicio, muerte y resurrección de Cristo, junto con su presencia en la Eucaristía, es la demostración suprema e insuperable de ese amor. Ver a Cristo crucificado nos atrae y, al atraernos, nos toca el corazón y así surge en nosotros el agradecimiento, el deseo de amar cada día más a quien nos ha amado tanto. La cruz, con el Crucificado clavado en ella, es la prueba de un amor infinito que supera con creces cualquier otro don que pudiéramos recibir de Dios: dinero, trabajo, salud… No entendemos muchas veces el silencio de Dios, pero ese es en realidad un silencio roto por el Cristo crucificado. Al verle debemos exclamar: no entiendo por qué permites que esto o lo otro me suceda, pero no dudo de tu amor por mí, porque más valioso que este milagro que te pido es el hecho de que Tú hayas muerto por mí para perdonar mis pecados y abrirme las puertas del cielo.
Y si esto nos sucede con Cristo, también puede pasarle a los demás, no sólo viéndole a Él crucificado, sino viéndonos a nosotros mismos cuando estamos sufriendo y, a pesar de eso, no nos desesperamos, no nos amargamos, no nos alejamos de Él y es de Él de quien sacamos las fuerzas para seguir luchando, para perdonar, para volver a empezar, para amar incluso a quien no se lo merece porque nos ha hecho o nos está haciendo daño. De ese modo, nuestro sufrimiento se puede convertir en un testimonio que atraiga, no hacia nosotros, sino hacia Cristo, porque, como dijo San Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Este es el mejor ejemplo que podemos dar a los de nuestra familia cuando están lejos de Dios.
Propósito: Contempla al Crucificado, dale las gracias por su amor y déjate atraer por Él. Únete a Él en tu propia cruz para ser testigo de que con Cristo se puede ser feliz incluso cuando se está sufriendo.