12 de septiembre de 2025.
Un joven esposo y padre, Charlie Kirk, ha sido asesinado en Estados Unidos. Era un destacado líder del partido republicano, cristiano evangélico y entusiasta defensor de la familia y de la vida humana desde su concepción. Es una noticia que ha conmocionado Estados Unidos, pero que tiene un fondo ideológico que va más allá de la política y afecta también a lo que está sucediendo en la Iglesia. El presidente Trump enseguida responsabilizó moralmente a los que demonizan y acusan de ser fascistas a todos los rechazan la ideología wok, la ideología de género y el aborto. Unos cargan de balas el rifle telescópico con que han asesinado a Kirk y otros aprietan el gatillo. Dentro de la Iglesia, sin llegar al extremo de matar el cuerpo, también se demoniza, difama, amenaza, persigue e insulta a los que se limitan a defender la fe católica. Si por defender la vida y la familia en la sociedad norteamericana se te considera fascista, lo mismo sucede en la Iglesia a los que defienden eso y el resto de las enseñanzas todavía oficiales. Llevamos décadas sufriendo marginación, amenazas e insultos. Y lo digo en nombre propio, aunque yo no sea de los que peor han sido tratados. Esta situación tiene que terminar, porque no es justa y porque hace muy difícil la evangelización.
Se va a conmemorar este domingo la memoria de 1624 cristianos que murieron por odio a la fe, la mayoría de los cuales lo fueron a manos de musulmanes. Pero, ¿por qué se les honra sólo a ellos y se olvida a los que, sin haber sido asesinados, fueron perseguidos dentro de la Iglesia por defender la que aún sigue siendo oficialmente la fe católica? Pongamos el ejemplo de lo ocurrido con el jubileo gay, organizado entre otras instituciones por la que lidera el sacerdote jesuita James Martin, recibido con amable sonrisa por el Papa. ¿Cómo se trata a los que protestan porque ese acto jubilar se permitiera? ¿Qué insultos se les dirige? ¿Se les matará también física o moralmente como a Kirk? Uno de los que han hablado con más claridad contra lo sucedido ha sido el obispo Schneider, que ha calificado el acto como una “abominación desoladora en un lugar santo”, señalando que el paso por la puerta santa debe ser un acto de conversión y en esa peregrinación lo que hubo fue reivindicación. Schneider, además, responsabilizó a las autoridades de la Santa Sede de lo ocurrido, lo comparó con lo sucedido con la Pachamama y pidió al Papa que reparara públicamente ambos acontecimientos. Para este obispo, al que muchos tratan de fascista como a Kirk, lo ocurrido significa que se ha pasado ya del “todos, todos, todos” al “todo, todo, todo”. Y esto no sólo en el Vaticano, sino en tantas diócesis y parroquias del mundo, convirtiendo a quienes lo hacen en esos guías ciegos que conducen a otros ciegos hacia el abismo.
Esta semana, el prefecto de Doctrina de la Fe, cardenal Fernández, ha intervenido en el curso de formación para nuevos obispos y les ha hablado de la sinodalidad. Ha reconocido que “algunos sacerdotes expresan dudas, desinterés o rechazo” frente a ella y lo ha achacado a una concepción radical de la sinodalidad, que implicaría el cambio democrático de la doctrina, entre otras cosas. El cardenal ha reconocido que es necesario aclarar el alcance de esa sinodalidad, pero ha dejado abierta la puerta a que sea una sinodalidad de varias velocidades, según los países donde se aplique, lo cual coincide en parte con lo que pide el Sínodo alemán. Pues si eso es lo que opina el prefecto de Doctrina de la Fe, está en su mano aclarar cuanto antes un concepto que él mismo dice que es confuso, para que esos sacerdotes que miran la sinodalidad con temor sepan a qué atenerse. Algo está fallando cuando, después de tanto tiempo de decir que la Iglesia debe ser sinodal, no se sepa todavía en qué consiste eso.
Vuelvo a la memoria de los mártires cristianos que se conmemorará este domingo, fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. Me recuerda las palabras del Señor a los judíos, reprochándoles que sus padres mataran a los profetas, mientras que ellos se dedicaban a levantar altares en su honor. De alguna manera se está haciendo lo mismo en la Iglesia: se elogia a los que derraman su sangre por Cristo, pero se demoniza y se trata como basura a los que se limitan a defender la fe católica en su integridad. La consecuencia es la misma que lo que está sucediendo en la sociedad: muchos tienen miedo de hablar para no ser perseguidos y, si en el mundo crece la sensación de que el futuro es la ideología de género, en la Iglesia sucede algo semejante. Es muy difícil poner a Cristo en el centro, cuando se ridiculiza su mensaje. No es posible separar el mensaje del mensajero. Para evangelizar hay que acabar con la confusión doctrinal cuanto antes. Sólo el Papa puede hacerlo. Es su responsabilidad defender a Cristo tanto como defender sus enseñanzas. Rezamos por él.