10 de octubre de 2025.
León XIV ha publicado su primer documento magisterial, la exhortación apostólica “Dilexit te” (Él te amó) y eso tiene más valor que todas las entrevistas y declaraciones. Estaba ya casi terminada por su predecesor, pero él ordenó revisarla antes de publicarla. Lo mismo hizo Francisco con la encíclica que tenía ya lista, incluso traducida, Benedicto XVI. Aquella encíclica no fue de Benedicto sino de Francisco y esta exhortación no es de Francisco sino de León.
“Dilexit te” es, sobre todo, un precioso himno a la caridad. A ese amor que viene de Dios a nosotros y que debe volver hacia Dios a través del prójimo, especialmente a través del que sufre. Parte del hecho incontestable de que Cristo no aconsejo amar a los pobres -eso ya estaba en el judaísmo- sino que exigió a sus seguidores que lo hicieran. La parábola del buen samaritano es suficientemente clara al respecto. Pero para darle más fuerza a este mandamiento, el Señor quiso identificarse con el que sufre. El juicio final para cada uno de nosotros girará en torno a esta pregunta: he tenido hambre, ¿me has dado o no me has dado de comer?, porque “lo que hayas hecho a este hermano mío que pasa necesidad a mí me lo has hecho o a mí me lo has dejado de hacer”. El apóstol Santiago lo dejó bien claro en su carta: “no podemos amar al Dios al que no vemos, sino amamos al prójimo al que vemos”. La motivación cristiana para exigir el amor al prójimo que sufre no se basa ni en el humanismo ni en el sentimentalismo -sin que eso sea rechazable-, sino en la presencial real, aunque no sea sacramental, de Cristo en el que sufre. Es, por lo tanto, un encuentro con Cristo el que se produce cuando ayudo a una persona necesitada. Distinto del encuentro con Cristo en la Eucaristía, pero también real como aquel. Y a esa “comunión” están llamados todos, incluso aquellos que no pueden recibir la comunión eucarística.
En su exhortación, León XIV hace un recorrido por la historia de la Iglesia, mostrando, con ejemplos concretos, cómo ésta ha estado siempre al lado de los pobres, en las múltiples facetas en que se manifiesta la pobreza. Los santos demuestran que la Iglesia nunca ha abandonado a los que sufren, pero el Papa no se limita a ese recorrido histórico, sino que pide que se siga actualizando, tanto en obras individuales -que incluyen la limosna- como en obras colectivas que vayan a la raíz de las causas de la pobreza, las injusticias sociales, tanto aquellas que tienen un carácter más económico -como los salarios injustos o los horarios de trabajo opresivos- como las que nacen de ideologías que justifican e incluso consagran esas injusticias. En este punto es, quizá, donde “Dilexit te” se vuelve más original y sorprendente -al menos para algunos-, porque hay quien podía pensar en que el Papa estaba dando marcha atrás en la historia y reivindicando la “teología de la liberación” -al fin y al cabo, el que le puso el nombre, Gustavo Gutiérrez, era peruano-. León XIV corta en seco esa tentación citando y elogiando la Instrucción del entonces cardenal Ratzinger en 1984 que frenó ese tipo de teología, señalando su relación con el marxismo y con la justificación, en nombre del amor a los pobres, de la lucha revolucionaria violenta. En “Dilexit te”, León XIV afirma que, si bien es necesario “seguir denunciando la dictadura de una economía que mata y reconocer que mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”, la forma de hacerlo no puede ser la de la lucha revolucionaria violenta. Lo hace diciendo que la Instrucción sobre la Teología de la Liberación de Ratzinger fue “un documento que al principio no fue bien acogido por algunos”, aunque después de ese elogio, que reivindica la Instrucción, se hace eco de una cita del mismo que es frecuentemente olvidada: “«A los defensores de “la ortodoxia”, se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y de los regímenes políticos que las mantienen. La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos, y especialmente a los pastores y a los responsables. La preocupación por la pureza de la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con una vida teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de servicio al prójimo, y particularmente al pobre y al oprimido».
Por otro lado, el mandamiento de ayudar a los que sufren no se limita a las cosas materiales que necesitan. Escribe en “Dilexit te”, citando al Papa Francisco: “la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria”. Por eso, alerta de la tentación de optar “por una pastoral de las llamadas élites, argumentando que, en vez de perder el tiempo con los pobres, es mejor ocuparse de los ricos, de los poderosos y de los profesionales, para que, por medio de ellos, se puedan alcanzar soluciones más eficaces. Es fácil percibir la mundanidad que se esconde detrás de estas opiniones… prefiriendo círculos sociales que nos tranquilizan o buscando privilegios que nos acomodan”. Termina la exhortación con estas palabras: “Ya sea a través del trabajo que ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y personales, será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son para él: «Yo te he amado».
El Papa ha vuelto a poner la caridad en el centro del comportamiento cristiano, una caridad motivada espiritualmente, con una dimensión social -la lucha contra la injusticia- y una dimensión personal que debe implicar a todos. Pero no ha sido ésta la única noticia de esta semana. Ante todo, está el acuerdo de paz en Gaza, logrado por la mediación del presidente norteamericano Trump, y que pone fin a la masacre contra la población de esa región, pero también a la horrible e inhumana situación de los secuestrados por la organización terrorista islámica Hamas, en aquel atentado de hace dos años que costó la vida a más de mil personas inocentes. La guerra de Gaza ha terminado y hay que darle gracias a Dios por ello y también a los que lo han hecho posible.
No puedo acabar la reflexión de hoy sin unas palabras de elogio a un cardenal que suele estar considerado entre los más liberales del colegio cardenalicio, Hollerich, jesuita y arzobispo de Luxemburgo. En ese pequeño país europeo se está proponiendo incluir en su Constitución el aborto como un derecho. El cardenal Hollerich ha alzado valientemente su voz contra ello y ha defendido la vida del no nacido sin excepciones ni aceptación de causas que justifiquen su muerte. No hace otra cosa, al hacerlo, que seguir la línea de la Iglesia desde siempre, incluido el Papa Francisco, que llegó a llamar “sicarios” a los médicos que realizaban abortos.
Tenemos que mostrar con obras que es posible y que se debe defender la ortodoxia y la ortopraxis, defender la doctrina al mismo tiempo que se defienden los derechos de los pobres y se les ayuda.
Rezamos por la Iglesia y por el Papa.