4 de octubre de 2025.
Este sábado, fiesta de San Francisco de Asís, el Papa León XIV ha firmado su primera exhortación apostólica. Lleva por título “Dilexit te” (Él te ha amado) y es continuación de “Dilexit nos” (Él nos ha amado), que fue la cuarta encíclica de su predecesor, el Papa Francisco. De hecho, esta exhortación estaba ya prácticamente terminada cuando éste enfermó y murió. León ha ordenado revisarla y ahora es un texto que, al margen de sus orígenes, es obra suya, porque él la asume como tal. El contenido no se conocerá hasta el próximo jueves, día 9, aunque se sabe que el tema principal gira en torno al amor de Dios por los que sufren, lo cual incluye a los pobres, a los emigrantes, a los enfermos y a las víctimas de la guerra, entre otros.
Pero a lo largo de la semana también han ocurrido otras cosas. Antes de hablar de ellas, creo que hay que hacer una premisa, que es válida, al menos en lo que a mí concierne. No tengo ninguna intención de criticar al Papa. No soy quien para ello. Él es el Papa y merece mi obediencia y mi respeto. Pero, para ayudarle a cumplir el ministerio petrino, que incluye el objetivo que ha marcado como norte de su pontificado, el de unir a la Iglesia, quizá pueda ayudar señalar algunas cosas que pueden perjudicar ese objetivo e incluso dañar su propia imagen. En torno a cualquier líder surge enseguida una camarilla de aduladores que le van a decir que todo lo que hace es maravilloso y perfecto; quizá agrade al líder escuchar permanentemente lisonjas y termine por creer que cualquier mínima objeción que se le haga es una falta de respeto y un ataque. Cuando eso ocurre, su gobierno -repito, el de cualquier líder- está condenado al fracaso.
Esta semana ha seguido causando revuelo lo del premio al senador del partido demócrata Dick Durbin, que la Archidiócesis de Chicago, presidida por el cardenal Cupich, quería otorgarle. Ante el escándalo producido, ha sido el propio senador el que ha decidido rechazarlo. En realidad, lo que parece que ha sucedido es que, además de los diez obispos que se manifestaron públicamente contra la entrega de ese premio, otros muchos habrían escrito al presidente del Episcopado norteamericano pidiendo que se emitiera una nota pública condenándolo. Incluso habría llegado al nuncio lo que estaba sucediendo y, para evitar males mayores, Durbin dimitió, por propia iniciativa o sabiamente aconsejado. La cosa habría podido quedar ahí, a no ser por unas declaraciones del Papa, en una fugaz rueda de Prensa concedida a la salida de Castelgandolfo, en la que, de alguna manera, se alineaba con la tesis de que había que valorar los 40 años de servicio del senador y, en particular, lo que había hecho a favor de los emigrantes. Comparaba el aborto con la pena de muerte, no equiparándolos, pero sí preguntándose si eran “pro vida” los que estaban a favor de ésta. Estas palabras del Papa han causado sorpresa y dolor a muchos católicos y han perjudicado el objetivo del Papa de unir a la Iglesia. Un destacado escritor católico italiano, Stefano Fontana, llegó a afirmar que, con este tipo de entrevistas hechas a la ligera, “el Papado se degrada al bazar de las opiniones”, y aseguraba que con gestos así “se alimenta la confusión”. Fue Benedicto XVI el que rechazo equiparar aborto con pena de muerte, empezando por el hecho de que, en un caso la víctima es totalmente inocente, y en el otro es culpable -salvo error judicial-. Estoy totalmente en contra de la pena de muerte, pero delante del aborto, que es la primera causa de mortalidad de seres humanos en el mundo, creo, con el Papa Benedicto, que ambas cosas no pueden ser equiparadas. Y si descendemos al tema de la emigración, que no implica el asesinato de los emigrantes ilegales, la equiparación es aún más injusta. Estoy también en contra de la política emigratoria que está llevando a cabo el presidente Trump, por la forma en que la está haciendo, pero no es lo mismo matar a un inocente que enviar a su país a un emigrante ilegal. Además, volviendo al caso del premio a Durbin, mientras esté en vigor la prohibición de comulgar a los políticos que han apoyado leyes abortistas, parece una incongruencia que se les den premios católicos. Y ahora llego a lo que más me preocupa, discernir quién es el separador y quién es el separatista. ¿Quién polariza, quién divide, el obispo que decide dar un galardón público a un político que está excomulgado en su diócesis de origen, sin ni siquiera consultar o informar a ese obispo, o el obispo que se entera por la prensa y protesta? ¿Quién crea la división, el que va contra la ley o el que la defiende? Yo hago lo que quiero y, si protestas, el culpable eres tú. La izquierda se ha adueñado de lo que llamamos “el relato”, la narración de lo que sucede, con una capacidad de manipulación asombrosa. De ese modo podemos llegar a concluir que el asesino o el violador es la víctima y que el que ha sido asesinado o violado o el policía que captura al criminal son los culpables. Lo ocurrido en este desdichado asunto va más allá de la entrega de un premio que no tiene mayor importancia. Lo que se debate en el fondo es si los que defienden la doctrina católica son los culpables de que haya división y polarización en la Iglesia, o si lo son los que infringen y enseñan a infringir esa doctrina, tanto en lo dogmático, como en lo litúrgico o en lo moral.
Y así llegamos al segundo asunto de la semana. Cuatro obispos han decidido llegar a cabo un acto de reparación por la admisión oficial a varias organizaciones LGTBQ, como peregrinos que cruzaron la puerta santa de San Pedro para ganar el jubileo. Al menos algunos de ellos lo hicieron con muestras públicas de reivindicación de su exigencia de que los actos homosexuales sean aceptados como moralmente lícitos por la Iglesia. ¿No se podía haber evitado esa peregrinación, que estos obispos consideran una profanación del templo donde están los restos del jefe de los apóstoles? ¿Era necesaria la entrevista, con sonriente foto incluida, del Papa con uno de los promotores de dicho acto? ¿Han beneficiado ambas cosas a la causa de la unidad de la Iglesia que el Papa quiere conseguir y a la propia imagen del Papa, o la han perjudicado? Algunos están felices con todo ello y otros están muy molestos. ¿Pero quiénes son unos y quiénes son los otros? Los que rechazan la doctrina de la Iglesia están felices y los que la defienden están decepcionados. ¿Es ese el camino de la unidad? ¿es posible una unidad que no se base en la verdad? Las cosas que oigo y leo contra el Papa León son terribles y me niego a secundarlas, pero, porque le quiero y quiero la unidad de la Iglesia, creo que hay cosas que se deben evitar por el bien de todos.
Otro asunto, los anglicanos han nombrado por primera vez en su historia a una mujer como arzobispa de Canterbury y primada de la comunidad anglicana. La reacción de la asociación que engloba al 85 por 100 de los anglicanos en el mundo ha sido inmediata y durísima: rechazo total y ruptura de la comunión. En cambio, la reacción católica ha ido un punto más allá de la cortesía y la ha acogido calurosamente. ¿Le puede quedar alguna duda a alguien, al que todavía le funcionen un par de neuronas, que eso es lo que nos va a pasar a los católicos si se aprueba el diaconado femenino? Porque así ocurrió con los anglicanos y han terminado por tener su propia “papisa”, que no se llama Juana como la de la leyenda, sino Sarah. Es la técnica del resquicio abierto en la puerta que se empleó con el aborto. Lo importante es abrirla, aunque sea un poco, luego ya se irá ampliando la apertura. Como el tiempo es superior al espacio, ahora lo que parece que hay que hacer es consolidar las aperturas, para ir poco a poco ensanchando la brecha. Y si protestas, eres una persona que divide y polariza, porque para no serlo tienes que limitarte a aceptar lo que ellos dicen e incluso aplaudirlo, como decimos en España, “hasta con las orejas”. O eres un adulador o te conviertes en separatista, polarizador y enemigo. A eso hemos llegado.
Rezamos por el Papa.