31 de octubre de 2025.
Se esperaba con interés y una cierta preocupación el mensaje del Papa a los equipos sinodales, reunidos en Roma para su jubileo. No fue un mensaje rompedor y en lo que se insistió es en la necesidad de escuchar y dialogar, pero sin suprimir la autoridad episcopal y, como consecuencia, la autoridad delegada de los párrocos. Incluso el modelo del que el Papa habló, porque lo conoce bien, el de la Iglesia en Estados Unidos, debería ser válido para todos, porque ahí se practica el equilibrio entre diálogo y autoridad.
Sin embargo, en el discurso del Papa hubo un párrafo que ha suscitado interrogantes y preocupación. “Debemos comprender que no todos corremos a la misma velocidad y que a veces debemos ser pacientes unos con otros. Y en lugar de que unos pocos se adelanten precipitadamente y dejen a muchos atrás, lo que podría incluso causar una fractura en la experiencia eclesial, debemos buscar maneras, a veces muy concretas, de comprender qué sucede en cada lugar, cuáles son las resistencias o de dónde provienen, y qué podemos hacer para fomentar cada vez más la experiencia de comunión en esta Iglesia que es sinodal”.
La preocupación no está en que se fomente la “experiencia de comunión”, ni siquiera en que se deba ir despacio para evitar rupturas, sino en hacia dónde se debe ir. En el contexto en que se da ese mensaje, teniendo en cuenta hacia quiénes va dirigido, lo que muchos han entendido es que el Papa quiere llevar la Iglesia hacia una sinodalidad extrema, como la que propugnan los alemanes. Esa sería la meta, aunque el Pontífice está diciendo, a los alemanes y a otros como ellos, que deben aceptar ir más despacio. ¿No hay límites infranqueables, marcados por la enseñanza de dos mil años de la Iglesia, basada en la Palabra de Dios? ¿Superar esos límites y entrar en una deriva como la de las Iglesias protestantes es sólo cuestión de oportunidad política, cuestión de tiempo? ¿No debería haber dicho el Papa, para aclarar las cosas, que esos límites infranqueables son las dos fuentes de la Revelación, tal y como la Iglesia enseña: la Palabra y la Tradición? ¿Hay que entender el mensaje del Papa como un intento de apaciguar a los más radicales, asegurándoles que todo llegará, pero que no aceleren? ¿Es una repetición de lo que dijo en su entrevista a la periodista Allen: “por ahora no”, entendiendo eso como una promesa de que mañana será sí?
Una de las frases más repetidas del Papa Francisco era la de que “el tiempo es superior al espacio” y que lo importante era “abrir procesos”. Las palabras del Papa León han sido interpretadas en esa línea: los procesos ya están abiertos y ahora hay que dar tiempo para que se consoliden. Algo así como: vamos a consolidar lo conseguido antes de dar el siguiente paso, pero ese paso lo daremos.
Esta posible conversión de la Iglesia católica en una Iglesia liberal, una especie de Iglesia “cato-protestante”, se enfrenta con un problema: la realidad. La realidad es muy terca, es muy tozuda. Y la realidad es que los católicos practicantes son en su mayoría conservadores y eso se está acentuando cada vez más entre los jóvenes. Se habla de escuchar al pueblo, pero el pueblo es cada vez más conservador y sólo se escucha la parte liberal del mismo, que es cada vez más pequeña. Una reciente encuesta revela que, en Estados Unidos, es ya mayor la proporción de los jóvenes que van a misa que los ancianos, no en números absolutos, pero sí en números relativos. Y eso es aún más acentuado entre las vocaciones sacerdotales, comparadas con los sacerdotes ancianos. Aumentan en todo Occidente los bautismos de adultos y la práctica totalidad de ellos son conservadores. La tozuda e insobornable realidad dice que la Iglesia liberal no tiene ningún futuro. Podrán, desde el poder, mantener una jerarquía liberal, pero cada vez estará más separada de su base. Podrán seleccionar a los equipos sinodales para que aprueben las normas morales más alejadas de la Palabra y de la Tradición, pero el pueblo pasará de ellos y, más pronto o más tarde, será inevitable que salte la chispa que encienda el cisma, como acaba de pasar entre los anglicanos. El cardenal Burke es un dique contra ese cisma, pero un día Burke no estará.
Una Iglesia sinodal, donde se abandona la obediencia a la Palabra y a la Tradición, no tiene ningún futuro, sea quien sea quien la promueva. Por eso, me gustaría leer las palabras del Papa en el sentido contrario a lo que muchos han entendido, debido al contexto en que se pronunciaron. Imaginemos que el Papa acudió por sorpresa a la Misa tradicional que presidió el cardenal Burke en el Vaticano y que, al final de ella, les dijo las mismas palabras a los allí presentes: “Debemos comprender que no todos corremos a la misma velocidad y que a veces debemos ser pacientes unos con otros. Y en lugar de que unos pocos se adelanten precipitadamente y dejen a muchos atrás, lo que podría incluso causar una fractura en la experiencia eclesial, debemos buscar maneras, a veces muy concretas, de comprender qué sucede en cada lugar, cuáles son las resistencias o de dónde provienen, y qué podemos hacer para fomentar cada vez más la experiencia de comunión en esta Iglesia que es sinodal”. La diferencia no está en las palabras, sino en lo que se quiere decir con ellas, en función de a quien se dirigen. En un caso significan: vamos a la Iglesia liberal, aunque vamos a ir despacio. En el otro: vamos a una Iglesia fiel a sus raíces, aunque debéis tener calma porque la herencia que he recibido es difícil de gestionar. Esta segunda opción sería, además, la más fiel al Concilio Vaticano II, pues lo que quería San Juan XXIII al convocarlo era poner al día a la Iglesia, pero volviendo a sus orígenes, volviendo a la Palabra y a la Tradición, volviendo a Jesús, a María y a los apóstoles.
Es verdad que el tiempo es superior al espacio, pero en este caso el tiempo, aunque no les guste, juega en su contra. Creen que tienen el poder, pero eso es porque no tienen fe. El poder lo ha tenido, lo tiene y lo tendrá sólo Dios.
Recemos por el Papa, para que nos conduzca a una Iglesia unida, donde la Verdad, que es Cristo, no sea cuestionada por nadie.

