¿Por qué dicen que María no es corredentora?

7 de noviembre de 2025.

            La publicación, por Doctrina de la Fe, de la nota doctrinal “Mater Populi fidelis” dedicada a desaconsejar el uso del título “corredentora” dedicado a la Virgen María y a pedir que se use lo menos posible el de “mediadora de todas las gracias” ha producido el efecto equivalente a golpear con un palo un avispero. Desde “Fiducia supplicans” no se había visto nada igual. Además, hace varios años que ya no se insistía en la publicación de un dogma sobre ambos títulos, publicación que fue rechazada por Benedicto XVI, no por ella misma sino por no haber llegado el momento de proclamar ese dogma. Todo esto me suscita muchas preguntas y, como suelen decir los judíos, creo que pueden ser más interesantes las preguntas que las respuestas.

            Primera: ¿A quién perjudica esta nota doctrinal?

            Si el Papa está intentando unir a la Iglesia, ¿beneficia este objetivo esencial una nota que ha molestado mucho a los sectores más conservadores, en un momento en que no era urgente publicarla? ¿Beneficia o perjudica al Santo Padre crear ese malestar, siendo él quien, en última instancia, ha aprobado la publicación de la nota? ¿Contra quién se está dirigiendo el enfado de los que rechazan el documento, contra el cardenal Fernández o contra el Pontífice? ¿Es esto lo que se buscaba con un documento que podía perfectamente no haber sido publicado pues no era urgente?

            Segunda: ¿Los dos títulos perjudican el diálogo ecuménico?

La nota argumenta que ambos títulos, sobre todo el de “corredentora” dañarían el diálogo ecuménico. ¿Se puede honestamente afirmar eso cuando los anglicanos acaban de nombrar una mujer como primada de su comunidad eclesial, provocando la marcha del 80 por 100 de sus fieles? ¿No son ellos los que están alejándose a marchas forzadas de la comunión? Y con los ortodoxos, ¿puede Doctrina de la Fe tener el valor de decir que esto perjudica el diálogo con ellos? ¿No fue la publicación de “Fiducia supplicans”, por ese mismo Dicasterio, la que hizo a los ortodoxos romper el diálogo, como varias veces ha dicho el cardenal Koch? ¿Es el ecumenismo un motivo o una excusa?

            Tercera: ¿Crean confusión las dos notas y por ello no es conveniente su uso porque habría que estar dando explicaciones continuamente?

            Todos los dogmas de fe, sin excepción, han sido proclamados no sólo para poner fin a discusiones y a confusiones, sino después de mucho tiempo de luchas teológicas, a veces incluso violentas. No se ha proclamado como dogma nada en lo que todos estuvieran de acuerdo, porque eso no necesitaba ser defendido. La fe en un solo Dios, por ejemplo, no fue negada por ningún hereje. Entonces, ¿por qué querer cerrar el debate teológico con una sentencia como ésta? Los debates se han cerrado con la publicación de dogmas, ¿pretender ser un nuevo dogma de fe que María no es corredentora ni mediadora y así acabar con el debate sobre esos títulos? Si estuviéramos ante un nuevo dogma, ¿no se debería haber consultado, al menos, al Episcopado mundial? Además, ¿acaso no ha habido que dar explicaciones, y es necesario seguir haciéndolo, sobre todos los dogmas de fe, como el de la doble naturaleza de Cristo en una única persona, la divina? ¿O sobre la transubstanciación? ¿O sobre el juicio final y la vida eterna? O, yendo a los dogmas marianos, ¿sobre la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos o sobre su Inmaculada Concepción? El que haya que dar explicaciones para aclarar el significado de los dogmas, ¿es motivo suficiente para no publicarlos?

            Cuarta: ¿Por qué se han minusvalorado las afirmaciones de tantos santos y Papas a favor de los dos títulos cuestionados?

            Aunque la nota doctrinal reconoce que ambos títulos han sido defendidos y utilizados por muchos santos, doctores de la Iglesia y Papas, se considera que no es suficiente para justificar su uso. Sin embargo, ¿por qué se ha omitido un texto bíblico que es Palabra de Dios y que es mucho más audaz y perturbador que el de “corredentora”? Me refiero a San Pablo y a Colosenses 1,24: “Ahora me gozo en lo que padezco por ustedes, y completo en mi propia carne lo que falta de las tribulaciones de Cristo a favor de su cuerpo, que es la Iglesia” ¿Sería condenado San Pablo por afirmar que falta algo a lo que hizo el Señor muriendo en la cruz para salvarnos y que él, con su propio sufrimiento lo está completando? ¿No es esto mucho más arriesgado teológicamente que afirmar que el sufrimiento de María es corredentor, entendido como colaboración a la redención?

            Para poder contestar a esas preguntas, creo que es necesario explicar el doble objetivo que tienen todos los dogmas. El primero es afirmar una verdad de fe y zanjar las discusiones. El segundo, mostrar una enseñanza necesaria para la vida de los fieles y para su salvación. Con respecto a los cuatro dogmas marianos, el de María Madre de Dios nos enseña que Cristo es verdadero Dios, que Dios ha querido contar para la salvación con los seres humanos (María, en este caso) y que nosotros podemos ser, espiritualmente, “madre de Dios” -como el propio Cristo dijo- si llevamos a la práctica la ley del amor enseñada por Él. El dogma de la virginidad perpetua de María, no sólo afirma que Jesús fue hijo y único hijo de ella y del Espíritu Santo, sino también nos ayuda a entender el valor de la virginidad, tan importante en una época dominada por la lujuria y sometida al vicio de la pornografía. El dogma de la Inmaculada Concepción, no sólo presenta a María como exenta del pecado original, sino que nos enseña que, con la gracia de Dios y colaborando con ella, podemos vencer las consecuencias que en cada uno de nosotros ha dejado ese pecado. El dogma de la Asunción al cielo en cuerpo y alma de María, enseña la verdad del destino de Nuestra Madre, pero también nos afianza en la fe en la resurrección de la carne y no sólo del alma, y en la existencia de la vida eterna.

            La última pregunta, ¿a quién favorece decir que María es corredentora, siempre dejando claro que esa afirmación significa colaboración con la redención dada por Cristo, el único redentor?

            Cuando San Juan Pablo II llamaba a María “corredentora” lo hacía con un objetivo: enseñarnos que nuestro sufrimiento, unido al de Cristo, sirve para algo. Leon Bloy, aquel escrito católico francés tan terrible como extraordinario, del círculo que rodeaba a Jacques Maritain, decía que no le podía perdonar a la Iglesia que dejara a los pobres más pobres de lo que son. Y no se refería a que ésta no hiciera obras caritativas, sino a que no diera valor al sufrimiento. El pobre -entendido en su sentido verdadero y amplio, como el que sufre por cualquier motivo- se ha convertido en un sujeto receptor -a veces incluso en un objeto receptor- y se le trata como si no pudiera dar nada, como si no sirviera para otra cosa más que para recibir nuestra caridad. San Juan Pablo II insistió en que la unión espiritual con Cristo a través de nuestros sufrimientos -los del que ha perdido un hijo, del que está enfermo, del anciano, del que vive solo, del emigrante, del perseguido por la justicia y también, naturalmente, del que no tiene para comer- se convierte en un gran tesoro ante los ojos de Dios. ¿Acaso no hemos enseñado siempre en la Iglesia que ofrecer el propio sufrimiento por alguien, y no sólo rezar por él, ayuda a esa persona? ¿No es eso lo que significa, entre otras cosas, la gota de agua que los sacerdotes ponemos en el vino, durante el ofertorio? ¿No se podría haber aprovechado el título de “corredentora” para explicar que aceptar la cruz de cada día, a veces tan dura, da dignidad al que sufre, el convierte en alguien útil, en alguien que puede dar mucho y no verse limitado sólo a recibir?

            En cuanto al título de “mediadora”, ya pueden decir en el Vaticano lo que quieran, que no va a influir absolutamente en nada, lo que se dice en nada, en la fe del pueblo de Dios. Éste va a seguir acudiendo a su Madre querida para que interceda ante su Hijo, como hizo en Caná, y consiga de Él las gracias que necesita. El pueblo seguirá acudiendo a Lourdes o a Guadalupe, al Pilar de Zaragoza o a la Macarena de Sevilla, a Luján o a Chiquinquirá, al margen de si en Roma piensan que crea o no confusión pedirle ayuda a la Virgen. ¿No sería más inteligente y útil educar a ese pueblo en que, además de pedir, debe ofrecer y debe imitar a la Virgen?

            Volviendo a la pregunta inicial, ¿contra quién va esa nota? ¿Contra un amor excesivo a la Virgen que puede desvirtuar el papel de Cristo como único redentor y mediador? ¿Contra la figura del Papa, que queda dañada ante los fieles que aman a la Virgen? ¿Contra su intento de unir a la Iglesia? ¿contra la valoración del sufrimiento inevitable como un tesoro que da dignidad a los que sufren y les ayuda a sentirse útiles?            

“Qui prodest”, se preguntaban los antiguos romanos. ¿A quién aprovecha?  Debemos preguntarnos. Y también ¿a quién perjudica? A María, desde luego, no la perjudica, porque Ella es lo que es, al margen de lo que nosotros digamos de Ella. Quizá a los que perjudique sea a los que la amamos con todo nuestro corazón, sin que ello merme en absoluto el amor que tenemos a su divino Hijo. Y, sobre todo, a los que perjudique sea a los pobres, que, como decía Leon Bloy, se quedan siendo aún más pobres de lo que ya son, porque además de pobres son inútiles que no sirven para nada.

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