28 de noviembre de 2025.
Pocas veces me ha dado tanta alegría comentar lo ocurrido en la Iglesia como esta semana. Y no porque hayan faltado noticias preocupantes, sino porque las buenas han sido mayores.
Empecemos por las que tienen al Papa como protagonista. En primer lugar, el mensaje a los jueces que deciden sobre las nulidades matrimoniales. Ha dejado claro que, si bien la misericordia es esencial, porque Dios es misericordia, ésta no se puede aplicar en detrimento de la verdad. No se puede dar una nulidad matrimonial pensando en lo que necesita o quiere la persona que la pide, sino pensando en si hubo o no hubo verdadero sacramento del matrimonio cuando éste se contrajo.
Después ha venido la Carta Apostólica “In unitate fidei”, con motivo del 1700 aniversario del Concilio de Nicea, en el que la Iglesia definió la doble naturaleza de Cristo, proclamando su divinidad sin menoscabo de su humanidad. Cristo es verdadero Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, Dios verdadero de Dios verdadero, de la misma naturaleza que el Padre, engendrado, no creado. A la vez es verdadero hombre, nacido de una mujer, la Inmaculada y siempre Virgen María. Ambas naturalezas residen no en una persona cada una, sino en una única persona, la del Hijo de Dios, eterno como el Padre y el Espíritu Santo, y, por lo tanto, anterior a la encarnación. Una persona, la divina, y dos naturalezas, la divina que ya tenía antes de la encarnación y la humana que asumió en ese momento. Esta es nuestra fe y el Papa la ha reafirmado con fuerza. Ha llamado también a volver a la unidad a todas las Iglesias y comunidades eclesiales que siguen haciendo suyo el Credo de Nicea, y ha pedido a todos los cristianos que seamos coherentes en nuestra vida con la fe que profesamos. En este punto, quizá, hubiera sido necesario añadir algo. La llamada a la coherencia entre fe profesada y fe vivida es siempre necesario hacerla, pero el debate que se saldó en Nicea no era sobre comportamiento ético, sino sobre la fe; por eso, creo que lo que es imprescindible hoy es insistir en que la divinidad de Cristo implica la aceptación íntegra de su mensaje, porque no es un mensaje humano sino divino; un mensaje proclamado -como cuando considera adulterio el nuevo matrimonio después del divorcio- y un mensaje practicado -como cuando elige sólo a hombres para constituirlos primero apóstoles y luego sacerdotes-. Decir, como ha dicho el cardenal Greg, que el diaconado femenino es una “profundización natural de la voluntad del Señor” es una interpretación muy arriesgada; si el Señor hubiera querido hacer otra cosa la habría hecho, como demostró rompiendo la sagrada ley judía del sábado, acercándose a los odiados romanos o enviando a Santa María Magdalena a que anunciara a sus descreídos apóstoles que había resucitado. Si se empieza a interpretar la voluntad del Señor o su mensaje, en el sentido de adaptarse a lo que el mundo exige, terminaremos no sólo por traicionar a Cristo, sino incluso por tratarle de ignorante, de cobarde o de excesivamente prudente, lo cual implicaría de alguna manera negar su divinidad o profesarla teóricamente, pero vaciándola de su contenido.
Si estos dos documentos papales han sido buenos, también lo ha sido uno procedente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. El cardenal Fernández ha publicado una nota doctrinal ensalzando la monogamia, “Una Caro”. En ella se reafirma que el matrimonio es sólo la unión de un hombre y una mujer, y se rechaza tanto la poligamia como lo que ahora se llama “poliamor”. Con esta nota, la Iglesia sale al paso de gestos como el que ha llevado a cabo hace unas semanas, en Alemania, una “pastora” luterana, que ha bendecido como matrimonio la unión de cuatro hombres, con el argumento de que si se quieren todo es bueno y está bendecido por Dios. “Una Caro” ha caído muy mal en los ambientes LGTB, pues insiste en que el matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer, rechazando así el matrimonio homosexual. Para colmo, en la presentación del documento, el cardenal Fernández insistió en que la encíclica más odiada por los liberales, “Humanae vitae” de San Pablo VI, sigue plenamente en vigor, con todas sus consecuencias.
Pero del cardenal Fernández procede también lo que más me ha llenado de alegría. En una entrevista ha declarado que el rechazo al uso del término “corredentora” aplicado a la Virgen tiene validez exclusivamente litúrgica y en documentos oficiales, para evitar confusión, pero que puede seguir siendo utilizado tanto en la devoción popular como en la predicación, siempre que quede claro el papel colaborador y subordinado de María a la obra redentora de Cristo, el único redentor, papel que, por otro lado, nunca nadie ha puesto en duda. Mi alegría es doble, pues, por un lado, había solicitado públicamente y con humildad que se produjera una aclaración para frenar los ataques contra el Papa, al que estaban acusando de estar contra la Virgen por haber aceptado la publicación de esa nota doctrinal, y, por otro lado, me alegra muchísimo que se ratifique indirectamente lo contenido en la carta apostólica “Salvifici doloris”, de San Juan Pablo II, sobre la colaboración con la obra redentora de Cristo cuando ofrecemos al Señor nuestros propios sufrimientos.
En ese documento, el Papa afirma, entre otras muchas y valiosas enseñanzas: “Cada hombre tiene su parte en la redención. Todos también están llamados a compartir ese sufrimiento a través del cual se logró la redención. Al realizar la redención a través del sufrimiento, Cristo al mismo tiempo elevó el sufrimiento humano al nivel de redención. Por tanto, todo hombre, en su sufrimiento, también puede convertirse en un participante del sufrimiento redentor de Cristo. El sufrimiento de Cristo creó el bien de la redención del mundo. Este bien en sí mismo es inagotable e infinito. Ningún hombre puede añadir nada a ello. Sin embargo, al mismo tiempo, en el misterio de la Iglesia como su cuerpo, Cristo en cierto sentido abrió su propio sufrimiento redentor a todo sufrimiento humano. En la medida en que el hombre se convierte en un participante de los sufrimientos de Cristo —en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento de la historia— completa a su manera ese sufrimiento a través del cual Cristo provocó la redención del mundo” y concluye: “Todo sufrimiento humano, por unión en amor con Cristo, completa el sufrimiento de Cristo”.
Mas adelante, esa misma Carta Apostólica hablando de la Virgen afirma: “En ella, los numerosos e intensos sufrimientos se resumían en tal conexión y concatenación que, si eran prueba de su fe inquebrantable, también eran una contribución a la redención de todos” y añade: “Su ascenso al Calvario, su «posición» al pie de la Cruz junto a su amado discípulo fueron una participación muy especial en la muerte redentora de su Hijo”. Es en este sentido, sin mencionarlo explícitamente, que “Salvifici doloris” deja claro que María es corredentora, colaboradora en la obra redentora de su Hijo, el único redentor.
La aclaración que el cardenal Fernández ha hecho nos permite no sólo llamar a la Virgen corredentora, sino también y sobre todo, afirmar que, cuando aceptamos nuestros sufrimientos por Cristo, unidos a Cristo y con la gracia que viene de Cristo, estamos colaborando con Él en la obra de la redención y podemos ofrecer esa colaboración por los que más queremos, nuestros familiares y amigos, para que, por la comunión en el Cuerpo Místico, se acerquen más al Dios de la esperanza. Si el sufrimiento de Cristo en la cruz fue lo más útil que Él hizo por el género humano, también nuestro sufrimiento, cuando es inevitable, aceptado y ofrecido, es lo más útil que podemos hacer por los nuestros. No somos inútiles cuando sufrimos, somos corredentores, en el sentido en que lo dice San Pablo cuando afirma que completa en su carne lo que falta a la pasión de Cristo (Colosenses 1, 24).
Le doy las gracias al cardenal por la aclaración que ha hecho y espero que los muchos odiadores que se han dedicado estos días a insultarme y amenazarme se calmen un poquito y dejen su odio para otra ocasión más propicia.
El Papa está en este momento en Turquía e irá al Líbano a continuación. Ha ido para renovar la adhesión de la Iglesia al credo de Nicea y volver a apelar a todos los cristianos a recuperar la unidad perdida. Pero, sobre este viaje y los mensajes que el Papa dé, hablaré, si Dios quiere, la semana que viene. Rezamos por el Papa y por la Iglesia.

