19 de diciembre de 2025.
El final del Año Jubilar está ya muy cercano y el Papa está decidido a no esperar más para hacer los cambios que considera necesarios en el Gobierno de la Iglesia. Ha convocado a todos los cardenales a Roma para un consistorio extraordinario justo al día siguiente de cerrar el jubileo. Durante los días 7 y 8 de enero va a llevar a cabo un auténtico ejercicio de sinodalidad. Quiere reunir a todos y quiere escuchar a todos. Aunque no todos tendrán la oportunidad de hablar, sí se podrán oír voces de las distintas corrientes que hay en la Iglesia. Tres temas serán los que centren el debate: sinodalidad, misa tradicional y relación de la Cura vaticana con las Conferencias Episcopales y los obispos. Para ello ha pedido a los que asistan al consistorio que se lleven leídos dos documentos del Papa Francisco: “Praedicate Evangelium” -la constitución apostólica con la que se reformó la Curia vaticana- y “Evangelii gaudium” -la exhortación apostólica que da las pautas que deben seguirse para evangelizar-. Con estos puntos de partida, que serán el equivalente a los “Instrumentun laboris” -instrumentos de trabajo o borradores iniciales- con los que empiezan los Sínodos, los cardenales tendrán un marco para reflexionar y poder aconsejar al Papa, que es, en definitiva, la función esencial del colegio cardenalicio.
Se prevé un cierto tipo de consenso que lleve a atenuar de algún modo las limitaciones que sufre la celebración de la misa tradicional, sin llegar a derogar “Traditionis custodes” del Papa Francisco. Del mismo modo, tampoco habrá grandes enfrentamientos en la cuestión de la reforma de la Curia y de su relación con las Conferencias y obispos. La cuestión más debatida será la de los limites de la Sinodalidad. Todo el mundo está a favor, si se entiende como escucha, pero son muchos los que están en contra de que se convierta en una modificación esencial de la forma de gobernar en la Iglesia. El Concilio Vaticano II dejó claro que ese gobierno está ligado al sacramento del Orden sacerdotal; en virtud de ese sacramento, el obispo -y sus colaboradores, los sacerdotes-, tienen tres ministerios o servicios (munera): santificar -celebración de los sacramentos-, enseñar -homilías- y gobernar. Mientras que la corriente liberal afirma que la misión de gobierno no va unida al sacramento, sino a la decisión del Pontífice de concedérsela a quien él decida, la otra corriente insiste en que eso va en contra del Vaticano II y de la Tradición perenne de la Iglesia. En la práctica, este tipo de Sinodalidad implicaría que los laicos, en todo tipo de consejos -pastorales, económicos, episcopales e incluso en el Sínodo o en un futuro Concilio- tendrían derecho no sólo a voz sino también a voto; en un consejo pastoral parroquial, por ejemplo, el voto del párroco sería uno más, del mismo valor que el de cualquiera de los laicos representados en él. De alguna manera implicaría la democratización en la Iglesia, contra la cual ya advirtió el entonces teólogo Joseph Ratzinger en 1970, en uno de los libros con los que empezó a distanciarse de la corriente liberal: “Democracia en la Iglesia. Posibilidades y límites”. Esta cuestión, que será donde se produzcan los mayores enfrentamientos en el debate, afecta de lleno a lo que está sucediendo en Alemania.
La Conferencia Episcopal alemana ya ha presentado en Roma sus estatutos sobre el organismo que dará continuidad a su Sínodo. Los laicos tendrán derecho a voto y habrá dos laicos por cada obispo. George Weigel, el escritor norteamericano que estuvo más cercano a San Juan Pablo II y a Benedicto XVI, ha publicado un artículo en el que acusa a la Iglesia alemana de un alejamiento radical de la enseñanza católica. El artículo termina así: “La desastrosa situación alemana no puede quedar sin respuesta por parte de Roma indefinidamente”. Y son muchos en la Iglesia los que opinan lo mismo y los que alertan del riesgo de busca una solución de compromiso, que no haga más que dar alas a los que quieren subvertir no sólo la Tradición, sino incluso el Concilio Vaticano II, al cual, por cierto, desprecian en nombre del “espíritu del Concilio”, que nadie sabe en qué consiste exactamente.
Un detalle importante ocurrido esta semana, ha sido el nombramiento del nuevo arzobispo de Nueva York y como tal futuro cardenal. Ha recaído en Ronald Hicks, hasta ahora obispo de Joliet, junto a Chicago. Todo parece indicar que es un hombre del cardenal Cupich, pues fue él quien le nombró su vicario general nada más llegar a Chicago y después su obispo auxiliar, pero muchos analistas conservadores no lo ven así en absoluto y se han alegrado de este nombramiento. Hizo un extraordinario trabajo en El Salvador y en todo Centroamérica, al frente de una institución que cuidaba a niños abandonados; ha sido tolerante con la celebración de la misa tradicional en su diócesis y ha dado gran impulso al reavivamiento eucarístico; fue elegido para presidir la Comisión del Clero y los Religiosos en la Conferencia Episcopal norteamericana, por una notable mayoría; aunque hay que decir también que fue uno de los obispos que, en 2021, firmaron una declaración en contra de que se prohibiera el acceso a la comunión a aquellos políticos católicos, como Biden, que apoyaran leyes abortistas, y que, en 2024, también apoyó la prohibición a los párrocos del Estado de Illinois de promover una petición para exigir legalmente el consentimiento de los padres de menores para intervenciones como el aborto o el cambio de sexo. Es posible que este sea el perfil del tipo de cardenal que quiere León XIV: rehuir las cuestiones políticamente controvertidas -sin cambiar la doctrina-, para centrarse en la espiritualidad y en la evangelización.
La Navidad está ya a las puertas y es la mejor noticia y la más importante. Feliz y santa Navidad, confiando absolutamente en el amor de Dios, derrochado hasta el máximo posible en la Encarnación de Cristo. Él y solo Él es nuestra esperanza.
Feliz y santa Navidad.

