26 de diciembre de 2025.
Julián Marías, uno de los mejores ensayistas españoles de la segunda mitad del siglo XX, católico que no se avergonzaba de serlo, decía que le gustaría ir a Misa y oír al sacerdote hablar religiosamente de cosas religiosas. En aquellos efervescentes años setenta en España, cuando se secularizaron en una década más de siete mil sacerdotes, religiosos y religiosas, las misas eran muchas veces un lugar donde se hacía política, porque fuera no se podía hacer. Lo peor fue que, cuando llegó la democracia, se siguió haciendo lo mismo. El precio que hubo que pagar fue que muchos dejaron de ir a misa, incluso aunque estuvieran de acuerdo con los mítines que soltaban los sacerdotes incluso en los funerales, porque para escuchar eso ya tenían al sindicato o al periódico del Partido. Un católico como Julian Marías, que había luchado por la democracia cuando ésta no existía, expresaba con pocas palabras el malestar de muchos.
He recordado esta anécdota esta semana, al oír los diferentes mensajes del Papa, desde la Misa del Gallo hasta la bendición Urbi et Orbi. En su primera Navidad como Pontífice, León XIV ha estado impecable. Ha hablado religiosamente de cosas religiosas y eso ha esponjado mi alma y ha añadido paz a mi corazón. Lo hizo a veces con palabras llenas de poesía, como cuando dijo que “la paz nace de un sollozo acogido”, y, en otros momentos, usando un tono más firme, como cuando recordó el sufrimiento de tantos en Gaza. Porque recordar a los que sufren “a causa de la injusticia, la inestabilidad política, la persecución religiosa y el terrorismo” o pedir que callen las armas al menos en las 24 horas de la Navidad en Ucrania es profundamente religioso, en el sentido cristiano del término. Usar el verbo “implorar” o el verbo “pedir”, en lugar del verbo “exigir” o el verbo “condenar”, es hacerlo religiosamente. Se habla religiosamente, como ha hecho el Papa, cuando se pone a Cristo como referente permanente y se va a la raíz de la liberación, que es la derrota del pecado: “Jesucristo es nuestra paz, ante todo porque nos libera del pecado”, “sin un corazón libre del pecado, un corazón perdonado, no se puede ser hombres y mujeres pacíficos y constructores de paz”, “Él es el Salvador”. Además, fue consolador escucharle a un agustino -Lutero lo fue y tergiversó las enseñanzas de San Agustín sobre la gracia- recordar la frase de su santo fundador: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Sin la colaboración del hombre, sin las buenas obras, la fe está muerta y la gracia no fructifica.
Por otro lado, el Papa no ha dejado de citar a su inmediato predecesor. Sin duda que lo hace porque se considera continuador de la reforma que quiso introducir en la Iglesia, y no por la vieja táctica comunista de decir con palabras lo que se niega con los hechos, como cuando llamaban a sus naciones “repúblicas democráticas” mientras que, en las elecciones, el partido único ganaba siempre con un 98 por 100 de los votos. Pero, a la vez, recuperó la celebración nocturna de la Misa del Gallo -en la que usó el Canon Romano- y la diurna de la Misa de Navidad, además de utilizar los más clásicos ropajes litúrgicos, al más puro estilo de Benedicto XVI.
Otra voz que se ha escuchado en estos días, incómoda pero certera, ha sido la del cardenal Müller. Ha recordado que mientras se habla mucho de escucha y de sinodalidad, hay católicos que siguen siendo marginados por sus pastores. No se trata sólo de los que quieren celebrar la Misa tradicional, sino también de aquellos que quieren comulgar en la boca o quieren hacerlo de rodillas. Por no hablar de los que piden que se celebre con dignidad la liturgia en el rito nuevo y que se predique lo que Cristo y la Iglesia enseñan. Müller ha lamentado que, con mucha frecuencia, se trate mejor a los de fuera que a los de dentro. Si la sinodalidad consiste en escuchar sólo a los que piensan como el que manda, no sólo será una burla a su verdadero concepto, sino que se convertirá en un instrumento de opresión para instaurar la dictadura del pensamiento único. Un pensamiento que es, además, el contrario a la enseñanza de la Palabra de Dios y de la Tradición de la Iglesia, incluidos los textos del Concilio Vaticano II, aunque esta dictadura eclesial pretenda justificarse en lo que se conoce como el “espíritu del Concilio”, que es, como afirma Müller, el “espíritu del mundo, que no tiene nada que ver con el Espíritu Santo”.
Feliz Año Nuevo. Cristo, y sólo Cristo, es nuestra paz y nuestra esperanza.

