La palabra “texto” deriva del participio del verbo latino “texere”, cuyo significado básico es “tejer”. Un texto es un tejido de palabras, frases, significados, relaciones, que intentan comunicar una información o un estado de ánimo. Esto vale también para los textos de la Biblia. La exégesis o interpretación de la escritura ha elaborado unos métodos para el estudio de los textos bíblicos. |
La interpretación de los textos bíblicos es un proceso muy complejo que sólo puede ser afrontado con rigor científico por especialistas. Primero hay que estudiar la estructura del mismo y su historia. Luego hay que ir delimitando las “perícopas” (se designa con este nombre una parte del texto que tenga cierta autonomía y sentido en sí misma). Después hay que fijarse en el contexto y en la articulación del propio texto. También es necesario fijarse en las traducciones, en el análisis morfológico-sintáctico, así como en el estudio del vocabulario empleado, sin olvidar los análisis semánticos, semióticos, discursivos y narrativos. Toda esta complicada operación está dirigida a averiguar no sólo la originalidad del texto y lo que quería decir el autor, sino también lo que puede enseñarnos a nosotros ahora. De ahí que, con razón, ya San Pedro dijera en su carta que la Biblia no ha sido escrita para la interpretación privada, no porque no pueda darse esa interpretación para uso personal, sino por el riesgo que se corre de que las lecturas personales de la Palabra de Dios sean elevadas a categoría de dogma por cada uno, sin una base científica para hacerlo y sólo por el hecho de que es lo que a uno mismo la parece.
Sí se puede, desde luego, con algo de estudio y con humildad, intentar una aproximación al contenido de la Sagrada Escritura, mediante lo que se llama “crítica literaria”. Ésta nació en el siglo XVII y estudia los textos tratando de descubrir algunas particularidades de su historia, en especial si se han usado algunas fuentes para su confección, se ha intervenido un autor o varios, quiénes son éstos, o en qué tiempo fue compuesto el texto. En los trabajos científicos actuales es fácil averiguar las fuentes de que el autor se sirve, porque es el mismo autor el que suele citarlas. Pero esto no se hacía en la época en que se escribió la Biblia. Y de averiguar eso, entre otras cosas, se encarga la crítica literaria.
Por lo que se refiere al Antiguo Testamento, encontramos que el libro de los Proverbios usa como fuente en alguna de sus partes pasajes de una obra egipcia conocida como “Sabiduría de Amenemope”; la crítica literaria debe estudiar hasta qué punto depende de ella. Encontramos también una doble redacción del Decálogo en Ex 20, 1-17 y Dt 5, 6-21; la crítica literaria ha de preguntarse cuál es anterior, si dependen una de otra o ambas de un modelo previo. En Is 6, 1 se pone la actividad del profeta en tiempos del rey Ozías (s. VIII a.C.), mientras que en Is 44, 28 se nombra a Ciro, rey de Persia (s. VI a.C.); la crítica literaria debe investigar a qué época y autor pertenece cada pasaje y cómo han llegado ambos a formar parte del mismo libro de Isaías. El relato de la creación de Gn 1-2, 4a es seguido por un nuevo relato de la creación diferente (Gn 2, 4bss), es función de la crítica literaria situar cada relato en su contexto histórico aproximado, estudiando las ideas reflejadas en cada uno, sus expresiones literarias, vocabulario, etc.
En el Nuevo Testamento, l crítica literaria ha estudiado sobre todo las fuentes de los evangelios sinópticos, desarrollando varias teorías; para ello se ha fijado en las repeticiones, supresiones y añadidos de los textos. Gracias a esto, se puede afirmar, siempre con prudencia, que Lucas y Mateo usan el evangelio de Marcos como referencia y que probablemente también utilizan otra fuente escrita que hoy ha desaparecido y que los técnicos denominan “fuente Q” (del alemán Quelle, fuente).
Una vez que la crítica literaria nos ha ayudado a describir la historia de un texto escrito y nos ha permitido delimitar fuentes primeras y añadidos posteriores, es el momento del análisis crítico de los géneros literarios, lo cual es muy importante para entender el significado, pues no es lo mismo que un texto sea una parábola, por ejemplo, que la narración de un hecho histórico. El análisis de los géneros literarios se llama también historia de las formas literarias y nos va a permitir dar un paso más, situando un determinado género en su “situación vital” (en alemán “sitz im leben”). Pongamos un ejemplo de la vida ordinaria para entender lo que es un género literario: no es lo mismo escribir una crónica deportiva que una homilía. Son géneros bien distintos. Cada uno tiene un tema peculiar, una estructura o forma interna (la crónica hará el relato del partido, dirá las alineaciones de los equipos, señalará los jugadores más destacados, y todo con un lenguaje propio; la homilía tratará de explicar el texto bíblico, referirlo a la vida de los oyentes, exhortar al mantenimiento de la fe o a vivir según el modelo presentado). Habrá, incluso, en cada caso un repertorio de procedimientos frecuentes (la crónica deportiva hablará de jugadores, de jugadas, de pases, de goles y utilizará la alabanza o el vituperio con abundancia; la homilía empezará con un “queridos hermanos”, tratará de ser cercana al oyente, hará referencia a los textos bíblicos y a los problemas de la comunidad). En cuanto a la situación vital de la crónica, será el periódico o la emisora de radio, que quiere comunicar a sus lectores u oyentes las incidencias del juego, sean éstos seguidores de uno u otro equipo; en la homilía, la situación vital será la celebración litúrgica y, dentro de ésta, las características de la misma, pues no es igual una celebración de eucaristía diaria que una dominical, un funeral que una boda, una predicación en un ambiente social de un tipo que de otro.
Todos estos factores definen un género literario específico y ninguno confundirá una crónica deportiva con una homilía, pues conocemos las “reglas del juego”. En la Biblia, que es literatura, encontraremos también géneros literarios. El problema es que nos son normalmente desconocidos, pues ya no están en uso. De ahí que necesitemos una serie de procedimientos para detectarlas. Una vez conocidas, ellas nos dan el “tono” del texto, tan importante para saber interpretarlo y conocer su sentido y significación. Además nos pueden dar un cierto conocimiento sobre las circunstancias históricas y sociales en que se escribe ese texto. Por ejemplo, sería una catástrofe interpretar el relato de la resurrección de Cristo como si fuera una parábola, puesto que está narrando un hecho histórico; en cambio, cuando leemos la parábola del hijo pródigo no debemos pensar que en realidad hubo un padre y dos hermanos que se comportaron así al pie de la letra, sino que tenemos que sacar las conclusiones del relato sabiendo que es un ejemplo que estaba poniendo Jesús a sus oyentes, al margen de la historicidad concreta de todos sus pormenores. Lo mismo podemos decir con respecto a otros géneros literarios fáciles de identificar, como la profecía, los salmos o los textos de carácter apocalíptico. |