Valor histórico de la Biblia

En los capítulos anteriores nos hemos acercado a la Biblia, siempre para ver su historicidad, desde la perspectiva meramente literaria. Pero llega un momento en que nos tenemos que plantear la conexión entre ese mundo literario y la realidad que él expresa. Estamos planteando la pregunta por la historicidad de lo referido en los textos bíblicos.
La cuestión de la historicidad de lo referido en los textos bíblicos es fundamental. La fe cristiana no se apoya en un libro, sino en una persona, Jesucristo, y en unos hechos determinados: su nacimiento, muerte y resurrección, básicamente. Fe e historia se hallan, por tanto, ligadas de manera inseparable. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que la pregunta por la historia, tal y como se plantea, es relativamente moderna y no perteneció a las cuestiones que los autores bíblicos se planteaban. Nada tiene, por tanto, de particular que los libros bíblicos no sean libros de historia en el sentido en que damos a esta expresión, aunque eso no significa que lo que cuentan no sea histórico, real.
            Por lo que se refiere al Antiguo Testamento, su interés primario fue siempre religioso. En cuanto al Nuevo Testamento, nos presenta los acontecimientos narrados desde una perspectiva que no es preferentemente histórica, por más que se narren hechos en verdad históricos. Así lo reconoció tanto Pío XII (encíclica “Divino afflante Spiritu”) como el Concilio Vaticano II, el cual “afirma sin vacilar” la historicidad de los evangelios, pero reconociendo que pertenecen no al género histórico propiamente dicho sino al específico de la proclamación.
             Los problemas que plantea la interpretación histórica del Antiguo Testamento son en parte comunes a los de cualquier otro texto antiguo. Además, dada la gran diferencia entre unos escritos y otros, tanto en el tiempo como en el ambiente cultural donde nacen, no se pueden dar unas normas generales para todos ellos. Pero sí se pueden ofrecer algunas pautas generales.
            Lo primero que hay que hacer es usar los métodos histórico-críticos ya descritos. Después hay que contrastar las tradiciones bíblicas con datos extrabíblicos, como restos arqueológicos, y documentos escritos de la época. Gracias a esto, por ejemplo, se puede establecer la historicidad sustancial acerca de las figuras patriarcales del Génesis (Abraham, Isaac, Jacob, José), pero es muy difícil comprobar la historicidad de todos los detalles. En cambio, se pueden controlar mucho mejor los hechos narrados en los dos libros de los Reyes, a partir de las crónicas asirias y babilónicas, o los referidos en el primer libro de los Macabeos, merced a los datos históricos extrabíblicos contemporáneos. Este tipo de comparación exige una buena preparación histórica y cultural acerca del entorno del libro bíblico que se estudia.
            Para juzgar la historicidad de los textos del Nuevo Testamento, y en especial de los evangelios, se debe partir también de la peculiaridad de estos textos, que son propiamente testimonios de fe. También aquí el estudio histórico-crítico previo es imprescindible. Además, la investigación histórica ha elaborado una serie de criterios que se han de tener en cuenta. Los enumeramos brevemente:
            1.- Es preferible partir de las tradiciones evangélicas más primitivas posibles, puesto que en ellas se encuentra menos elaboración de posteriores redactores.
            2.- Tienen más probabilidad de ser auténticamente históricos aquellos datos que aparecen referidos en diferentes fuentes y están expresados en distintos géneros literarios. Eso no significa que las cosas que cuenta sólo uno de los evangelistas, lo cual sucede con frecuencia con San Juan, no sean históricas, puesto que el cuarto evangelio se escribió precisamente con la idea de completar lo que ya habían dicho los anteriores.
            3.- Es muy importante el criterio de discontinuidad: una palabra o un hecho relatado es históricamente auténtico, cuando no se puede referir a costumbres, enseñanzas o intereses de la comunidad cristiana o del judaísmo de su tiempo. Así, por ejemplo, estamos seguros de que es cierto el pasaje en el cual Jesús le dice a San Pedro: “Apártate de mí, Satanás, que me haces tropezar”, pues jamás se habría inventado la comunidad cristiana algo que fuera en desdoro del que era su líder tras la muerte de Cristo. Lo mismo hay que decir de la escena de la triple negación antes del canto del gallo. Otro ejemplo es el de Jesús curando en sábado o cuando se deja lavar los pies por la adúltera, o cuando se narra la escena de su visita a casa del publicano. Pero, naturalmente, el que estemos seguros de que esto es verdad, merced a este criterio de discontinuidad, no significa que el resto de cosas no lo sea. Es como si consideráramos que sólo las cosas que cuentan malas del prójimo son verdaderas y las que cuentan buenas son inventadas. Por eso, si este criterio se empleara con exclusividad, nos encontraríamos con que los datos que podemos considerar históricos serían mínimos. Debido a esto, este criterio debe ser complementado con los anteriores y con los siguientes.
            4.- Pueden considerarse históricamente aceptables aquellas situaciones, palabras y hechos que corresponden al ambiente histórico y cultural de la época narrada y se sitúan armónicamente en el interior del proceso histórico vivido por los personajes de que se habla. A este criterio se le llama de continuidad y coherencia histórica y es complementario del anterior. Según esto, no habría duda de la historicidad de que el Señor, en la última cena, cuando iba a instituir la Eucaristía, se reunió sólo con sus apóstoles y no con las mujeres que le acompañaban.
            5.- Finalmente, debe aceptarse como histórico aquel hecho que explica toda una serie de acontecimientos que sin él carecerían de sentido. Esto se refiere, muy en particular, a los grandes acontecimientos de la vida de Jesús: su nacimiento, su muerte y su resurrección. Si el Señor no hubiera resucitado y no se hubiera aparecido a los suyos para dejar constancia de ello, no se explica cómo unos hombres acobardados y traidores tuvieron de repente la fuerza y el valor para echarse a la calle a dar la cara por Cristo, cuando días antes habían hecho justo lo contrario. La resurrección de Cristo y la certeza que tuvieron sus discípulos de que eso había sucedido, es la clave que va a dar sentido a todo el Nuevo Testamento y al nacimiento del cristianismo. Ninguna duda puede quedar, pues, sobre la historicidad de la misma. Los apóstoles no mintieron para hacer negocio, porque decir que Cristo había resucitado les supuso la persecución y la muerte. Si dijeron lo que dijeron es porque de verdad habían visto, oído y tocado a Cristo resucitado.

6.- Todo lo que perjudica al que lo cuenta es cierto. Este podía ser, pues, el último criterio, ya que nadie inventa algo para hacerse daño sino para beneficiarse. A la luz de estos criterios, podemos estar absolutamente seguros de la historicidad esencial del Nuevo Testamento.