El ateísmo

Tras ver cómo es el rostro de Dios en el cristianismo y en las principales religiones, conviene detenerse en la imagen de Dios que rechazan aquellos que dicen no creer en Él o que optan por no pronunciarse ante su posible existencia. Ateos y agnósticos son un grupo creciente, siendo especialmente importante el sector de los que se apuntan a la cómoda moda de no pensar.

Se atribuye al jurista y politólogo holandés Hugo Grotius (1583-1645) la iniciativa de vivir en el mundo -y de gobernarlo- “como si Dios no existiera” (etsi Deus non daretur). Se vivía aún en Europa bajo el impacto de las guerras de Religión y pensadores como Grotius empezaban a sugerir que lo mejor era dejar a Dios y a la religión a un lado para poder entendernos y convivir en paz. Hoy todos sabemos que de aquellos polvos -los de la guerra bajo excusa de la religión- vinieron los lodos del indiferentismo que ahora padecemos. Hasta el extremo de que teólogos cristianos como Bonhoeffer llegaron a plantear en el siglo XX un cristianismo no religioso, un cristianismo sin Dios. A él corresponde este fragmento, escrito el 16 de julio de 1944: “Dios, como hipótesis de trabajo, ha sido eliminado y superado en moral, en política y en ciencia; pero también en filosofía y religión. Y nosotros no podemos ser honestos sin reconocer que hemos de vivir en el mundo ‘etsi deus non daretur’… Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios”.
Agnosticismo

En este contexto surge la postura agnóstica. El término fue acuñado por Huxley, seguidor de Darwin, en 1869. “El principio del agnosticismo -dice- es la imposibilidad de alcanzar un conocimiento cierto” con respecto a Dios. Y es el agnosticismo la actitud ante Dios que gana más adeptos, habiéndose producido un desplazamiento masivo del ateísmo hacia el agnosticismo.

Según Schlette hay dos tipos de agnosticismo, el analítico y el aporético-enigmático. El primero nace de la pregunta sobre si la palabra “Dios “ tiene un significado en nuestro lenguaje. Según Wittgenstein (1921), las preguntas que no se pueden contestar no son tales preguntas, o dicho de otro modo: “de lo que no se puede hablar es preciso callar”. Este filósofo vienés quería expresar con ello que sobre las grandes cuestiones -como la existencia de Dios- de las que no se podía hablar con rotundidad lo mejor era no decir nada, abstenerse de plantearlas o discutirlas. De ahí se pasaba a una postura típicamente agnóstica. De hecho, se había llegado a la anunciada “muerte de Dios” en el pensamiento a través de la muerte de Dios en el lenguaje: que ya no se hable de Dios y así tampoco se pensará en Dios.
El otro tipo de agnosticismo, el “aporético-enigmático”, se fija menos en el lenguaje y más en la parte pragmática e histórica. Para este tipo de agnóstico, el alejamiento de la cuestión de Dios se debe a la imposibilidad de poder conciliar conceptos como la bondad divina y la existencia del mal en el mundo. Para pensadores como Schlette, el budismo estaría en una línea muy próxima a este tipo de agnosticismo, pues Buda llega a afirmar que no hay que indagar nada que no se pueda saber con certeza y que no hay que indagar nada cuyo conocimiento sea inútil. Para Buda, no hay que olvidarlo, hay que descartar todo lo que no ayuda a alcanzar la paz, el conocimiento, la sabiduría suprema y el nirvana.
En cualquiera de los dos casos, el agnosticismo se presenta a los ojos del hombre contemporáneo como una postura cómoda, en el sentido de que da argumentos para dejar de lado la cuestión de Dios. Esto, aparentemente, es cómodo y ventajoso, pues permite al hombre decidir por sí mismo acerca de la moralidad de las cosas, con un uso pleno de su libertad, sin tener ningún problema de conciencia. Naturalmente, esta postura aparentemente sin exigencias presenta su lado oscuro: en la medida en que no hay un Dios que te incomoda tampoco hay un Dios que te ayuda; en la medida en que no tienes a nadie que te diga lo que no debes hacer, tampoco tienes a nadie que te dé luz para saber lo que sí debes hacer; en la medida en que tu conciencia es dócil a tus intereses, tus intereses pueden terminar por destruirte precisamente por estar obrando sin una conciencia que haga sonar las señales de alarma ante tu comportamiento.
Ateísmo

El ateísmo, por su parte, también ofrece diferentes formas. En primer lugar están los que niegan la existencia de Dios con argumentos. En este momento, esta postura está muy debilitada, por varios motivos; la conexión entre el marxismo-leninismo y el ateísmo ha debilitado mucho la opción atea, así como el hecho de que las ciencias de la naturaleza sean cada vez más conscientes de sus límites y por lo tanto cada vez pretendan menos explicarlo todo. Además, se ha demostrado como insostenible y falso el reprocho hecho a las religiones de que se alejan del mundo y no aceptan las críticas. Todo ello ha llevado a que cada vez se difunda más la impresión de que el ateísmo es impotente para resolver los problemas pendientes, sobre todo la cuestión del sufrimiento.

Otro tipo de ateísmo es la negación práctica de Dios. Esta postura es, en el fondo, muy parecida al agnosticismo, pero se atreve a dar el paso de negar a Dios, de negar su existencia, simplemente -afirman los que lo hacen- porque no sirve para nada. De hecho, hoy el nombre de Dios ha desaparecido del diálogo de los hombres y ya no determina su pensamiento ni su acción. Hasta políticos que son católicos practicantes parecen empeñarse en gobernar como si Dios no existiera, con la excusa de que como tienen que gobernar para todos, deben excluir la motivación y el horizonte religioso de su trabajo. La vida se vive en nombre del hombre mismo, bajo el signo de la humanidad y el humanitarismo; la definición del ser humano queda referida a la conducta ética y encuentra su norma en la regla de la ayuda mutua, en el imperativo kantiano o en la máxima de futuro: “obra de forma que la supervivencia del mundo quede garantizada y el futuro de los hijos asegurado”.
El fin de la humanidad
La consecuencia de este tipo de comportamiento, de este ateísmo práctica, es el absurdo, la carencia de sentido al presente y al futuro. El teólogo Rahner describe así lo que sucedería si “la palabra Dios desapareciera sin dejar rastro ni resto”: “Sólo podemos decir que el hombre dejará de ser hombre. Se habrá convertido en el animal hábil. Cabe imaginar, aunque nadie puede saberlo exactamente, que la humanidad muera de muerte colectiva, perpetuándose en lo biológico y lo técnico-racional, e involucione hacia un Estado termita de animales enormemente inventivos”.

Ni el agnosticismo ni el ateísmo dan respuesta a los problemas del hombre. Incluso aquellos que rechazan la fe en Dios porque dicen no poder conciliarla con el sufrimiento humano, tienen que reconocer que ese rechazo tampoco soluciona ese sufrimiento. Por el contrario, deja al hombre más solo, más abandonado que nunca. Sobre la oscuridad del ateísmo amanece de nuevo la fe.