La pregunta cristiana por Dios conduce necesariamente a Jesucristo. Éste se presenta como mediador y camino hacia el Padre. Así lo muestra la fórmula de la oración oficial de la Iglesia y lo enseña el Nuevo Testamento. Sin embargo, esta pretensión ha sido siempre motivo de escándalo, tanto en el pasado como en la actualidad, para aquellos que no aceptan la divinidad de Cristo. |
Una de las primeras manifestaciones de Cristo como mediador entre Dios y los hombres aparece en la oración litúrgica. Los discípulos aprenden de Jesús a orar. Los cristianos dirigen sus plegarias al Padre por medio de Jesucristo desde los primeros tiempos. Es frecuente encontrar en las cartas apostólicas fórmulas como: “A Dios, el único sabio, por Jesucristo; a él la gloria por siempre, amén” (Rom 16, 27).
Más tarde, la mayoría de las oraciones litúrgicas van dirigidas a Dios Padre “per Christum Dominum nostrum” (por Cristo nuestro Señor), o per Dominum nostrum Iesum Christum Filium tuum (por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo).
Base bíblica
Mateo expone con toda claridad la conexión entre la salvación y la adhesión a Jesús. “Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial; pero a quien me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre celestial” (Mt 10, 32s).
La profesión de fe en Jesús, el único salvador, es nota característica de la comunidad primitiva, como se expone en los Hechos de los Apóstoles. Jesús es el “autor de la vida” (Hch 3,15), elevado por Dios a su derecha, dispensador del Espíritu, otorga el perdón de los pecados y es ratificado como juez.
Lo mismo se puede decir de las cartas de San Pablo. En la segunda carta a los Corintios Pablo afirma: “Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo” (2Cor 5,18). La Carta a los Hebreos y el Evangelio de Juan son también escritos en los que encuentra una clara expresión el puesto de mediador universal que ocupa Jesús.
Por lo tanto, el estudio imparcial del Nuevo Testamento muestra que Jesús ocupa en él un puesto incomparable y que aparece como el personaje decisivo para la humanidad y para el universo. Esta convicción podemos expresarla en los siguientes puntos:
1.- Jesucristo ocupa un puesto central único e insuperable de mediador en las relaciones de los hombres con Dios y de Dios con los hombres.
2.- Este puesto de mediador se refiere a la salvación de los hombres, que éstos obtienen por la sangre de Jesús, por su muerte violenta en cruz, y que el texto describe como perdón del pecado, reconciliación con Dios, gracia, vida eterna.
3.- La muerte salvadora de Jesús está dentro de un horizonte más amplio, que se define por la trama temporal del principio y del fin, del alfa y el omega.
4.- Jesús es la revelación, no sólo de la providencia de Dios con su creación, sino también, y de modo inigualable, del amor y entrega libre y desinteresada de Dios a ella; esta revelación hace descubrir ese amor como manifestación del misterio divino, del ser de Dios.
5.- El puesto de mediador único de Jesús se expresa en una serie de títulos, cada uno de ellos con su propia historia, y que le aplicó al menos la comunidad de sus discípulos; entre ellos los de Cristo, siervo de Dios, Hijo del hombre, Señor, sacerdote, consolador, Hijo de Dios y, finalmente, “Hijo” sin más.
Dios y hombre verdadero
De hecho, la historia de la teología no ha sido otra cosa que la historia de la justa comprensión y también de la justificación del papel mediador de Jesús. Su lugar entre Dios y los hombres planteaba preguntas en dos direcciones. ¿qué relación guarda Jesús con Dios? ¿qué relación guarda Jesús con los hombres y con el hombre?. La respuesta clásica ha sido hasta el presente. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
Esta es la doctrina central del cristianismo, la cual encontró su expresión en definiciones concretas y vinculantes de los concilios de la Iglesia primitiva. desde Nicea (325), pasando por Constantinopla (381) y Éfeso (431), hasta Calcedonia (451).
La sentencia de Calcedonia fue definitiva: “Siguiendo, pues, a los santos padres, todos a una voz enseñan que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad……..Se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación… no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha transmitido el símbolo de los padres” (NR 178, 179; DS 301,302).
La base de la doctrina de Calcedonia fue la célebre carta del Papa León I al patriarca Flaviano de Constantinopla el año 449, en la que formulaba la doctrina de las “dos naturalezas”, la divina y la humana, en una sola persona: “Quedando, pues, a salvo la propiedad de una y otra naturaleza y uniéndose ambas en una sola persona, la humildad fue recibida por la majestad, la flaqueza, por la fuerza, la mortalidad, por la eternidad, y para pagar la deuda de nuestra raza, la naturaleza inviolable se unió a la naturaleza pasible. Y así -cosa que convenía para nuestro remedio- uno solo y el mismo mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús (1 Tim 2,5), por una parte pudiera morir y no pudiera por otra. En naturaleza, pues, íntegra y perfecta de verdadero hombre, nació Dios verdadero, entero en lo suyo, entero en lo nuestro. Entra, pues, en estas flaquezas del mundo el Hijo de Dios, bajando de su trono celeste, pero no alejándose de la gloria del Padre, engendrado por nuevo orden, por nuevo nacimiento, Por nuevo orden, porque invisible en lo suyo, se hizo visible en lo nuestro; incomprensible, quiso ser comprendido; permaneciendo antes del tiempo, comenzó a ser en el tiempo; Señor del universo, tomó forma de siervo, oscurecida la inmensidad de su majestad; Dios impasible, no desdeñó hacerse hombre pasible; y siendo inmortal, se sometió a la ley de la muerte…” (NR 174-176; DS 293 s).
Único mediador
Las fórmulas del siglo V han ejercido tal influencia hasta nuestros días que alguien ha podido preguntar: “Calcedonia, ¿final o comienzo?”. En realidad, cada tiempo formula de nuevo las preguntas: ¿quién es Jesucristo? ¿quién fue Jesús de Nazaret? ¿quién dice la gente que es el Hijo del hombre?. Esta pregunta se plantea ya por el hecho de presentarse como mediador absoluto de la salvación. Cristo no es un mediador, ni tan siquiera el mejor mediador, sino el único y verdadero mediador, pues sólo Él es hombre y Dios a la vez y sólo Él nos ganó la redención de una vez para siempre, muriendo para salvarnos. |