Las vías de acceso a Dios (I)

La fe en Dios y la proximidad con Él proporcionan al hombre una gran paz. Una paz no exenta de interrogantes que, como ya hemos visto en las lecciones anteriores, llevan a algunos a alejarse de Dios. Pero si este alejamiento tiene varias formas, todas ellas coinciden en proporcionar el mismo resultado: la intranquilidad. Por eso es necesario saber cómo acercarse a Dios.

Aunque el mundo occidental, profundamente secularizado, parece que ha dejado de lado la cuestión de Dios, todavía existe una amplísima mayoría que se identifica a sí mismo con una u otra religión, según las naciones. Además, como se vio en el capítulo anterior, el ateísmo está dejando el campo social más lleno de cadáveres -físicos o espirituales- de los que produjeron las cruzadas. Por eso no faltan los que intuyen un futuro de nuevo creyente para la sociedad. Para prepararlo es necesario ofrecer al hombre contemporáneo la forma de llegar a Dios. Estas vías de acceso a Dios han sido tradicionalmente tres: reflexión, demostración y experiencia.
Reflexión

1.- Reflexión. El acercamiento a Dios a través de la reflexión ha sido una vía clásica que encontramos en San Anselmo de Canterbury (1033-1109) -autor de la frase “Creo para entender”- y en Santo Tomás de Aquino (1224-1274).

El hombre medieval, incluido el filósofo medieval, no preguntaba por Dios como quien duda, sino como creyente. Su fe no estaba en cuestión, sino que, desde ella y no contra ella, quería saber más sobre Dios y quería incluso poder demostrar su existencia y todos los demás atributos divinos que la Revelación le enseñaba. San Anselmo es un ejemplo de ello. A él pertenece este texto:
            “No pretendo, Señor, penetrar tu profundidad, porque de ninguna manera puedo comparar con ella mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad, aunque sea imperfectamente. Esa verdad que mi corazón cree y ama. Porque no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender (credo ut intelligam). Creo, en efecto, porque si no creyere, no llegaría a comprender” (Proslogio 1).
Y es también de San Anselmo, en la misma obra citada, la siguiente: “Enséñame a buscarte, muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte si no me enseñas el camino. No puedo encontrarte si no te haces presente. Yo te buscaré deseándote, te desearé buscándote, te encontraré amándote, te amaré encontrándote”.
            Para San Anselmo, por lo tanto, la grandeza de Dios es inaccesible de forma total a la inteligencia humana; por eso es necesaria la fe, para poder acceder por otro camino a lo que la razón no puede alcanzar. De ahí su frase: “Creo para entender”. La fe no limita a la razón, sino que le abre una ventana para que desde ella vea un horizonte que antes le estaba vedado.
Santo Tomás de Aquino, por su parte, intentó demostrar la existencia de Dios mediante las famosas cinco vías. Para él, la existencia de Dios no es únicamente tema de fe, sino que forma parte de los presupuestos de la fe que son accesibles al conocimiento natural. La vía del conocimiento es un proceso de los efectos a la causa.
Las cinco vías son: 1.- La existencia del movimiento y por lo tanto de un primer motor. 2.- La necesidad de que exista una causa eficiente de las cosas. 3.- el hecho de que la existencia de Dios sea posible y necesaria a la vez. 4.- La existencia de grados en el ser, que reclama el grado supremo que es Dios. 5.- La tendencia a un fin en las cosas existentes.

Demostración

La segunda vía de acceso a Dios es la de la demostración. Dos pensadores que recorrieron este camino fueron los franceses Descartes y Pascal.

Renè Descartes expuso sus reflexiones sobre el tema en “Meditationes de prima philosophia” (1641). Sin embargo, en él, al contrario de lo que sucedía en los filósofos medievales citados antes, la fe ya no es un presupuesto indiscutible, desde el que se utiliza la razón.
Descartes cierra los ojos a las cosas del mundo -cosa que no hacía, por ejemplo, Santo Tomás, quien, por el contrario, las utilizaba para demostrar la existencia de Dios-. Y lo hace porque no se fía de la percepción sensible. El fin de Descartes es alcanzar la certeza o al menos algunos juicios ciertos. Es típico en él, lo mismo que en muchos hombres desde la Edad Moderna hasta ahora, dejarse convencer sólo por lo que perciba “clara y distintamente”, por lo que él llama: la evidencia. Esa evidencia la encuentra él en su propia existencia y en el pensamiento que posee de su existencia. De ahí su “pienso luego existo”.
En cuanto a la idea que tiene de Dios, considera que debe ser descartado todo lo que proceda del hombre. Por eso define a Dios así: “Entiendo por Dios una sustancia que es infinita, independiente, omnisciente y omnipotente, que me ha creado a mí y todos los otros seres, si los hay. Esos atributos le hacen ser tan excelente que, cuanto más lo considero, menos me parece posible que sea un mero producto mío. De ahí que haya que concluir, por lo dicho antes, que Dios existe necesariamente”.
Para Descartes, pues, la prueba de la existencia de Dios está en el propio ser humano, ya que lo primero que se puede asegurar que existe es el propio yo y, a partir de esa existencia se puede llegar a demostrar la existencia de Dios.
Blas Pascal, en cambio, adoptó otro camino y rechazó el modo de pensar de Descartes. Para él, la clave está en Jesucristo. El 23 de noviembre de 1654 escribió su célebre “Memorial” que, entre otras cosas, dice así: “Fuego. ‘Dios de Abrahán. Dios de Isaac. Dios de Jacob’. No de los filósofos y los sabios. Certeza, certeza, sensación de alegría y paz. Dios de Jesucristo. …  Sólo se le puede encontrar por las vías que enseña el evangelio”.
Lo que cuenta para Pascal es una experiencia personal, datable históricamente. Le interesan las razones del corazón que la razón no conoce: “Porque es el corazón el que siente a Dios y no la razón”. En esta línea, la última conclusión de la razón es “reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepujan”. Por creer en Dios, afirma, no se pierde nada y se puede ganar todo.