Continuamos con el tema de la conciencia moral y de los problemas que se presentan cuando se cae en el subjetivismo y se hace de la conciencia la señora caprichosa que decide de manera independiente qué es bueno y qué es malo. Pasamos después, en esta misma lección, a analizar algunos tipos de conciencia (recta, dudosa…) para determinar qué hay que hacer en cada caso. |
Algunos teólogos modernos sostienen que el señorío de la conciencia es tal que no puede limitarse su ejercicio a la aplicación de la norma general a los casos concretos, pues eso sería reducirla al papel de un esclavo que obedece a su amo, que sería la ley. Esta postura es de un claro enaltecimiento del subjetivismo, denunciado explícitamente por la encíclica “Veritatis splendor”:
“Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana pueda conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está orientado a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás” (VS 32).
Esta concepción de la conciencia, denunciada por Juan Pablo II, la constituye en un juez absoluto del bien y del mal, que decide por sí misma, sin tener que dar cuenta a nadie y sin tener que basarse en argumentos lógicos. al final, es el propio capricho o la propia conveniencia el único motivo para decidir que una cosa es buena o es mala. Por eso, como con razón denuncia la Iglesia, se está llegando al extremo de afirmar que los valores morales son creación de la propia conciencia y que, en consecuencia, el papel de ésta no es tanto “juzgar” si debe o no actuar de una manera o de otra, como el de establecer qué es bueno y qué es malo, para decidir después lo que se debe hacer.
El hombre, según estos subjetivistas, sólo sería maduro moralmente cuando pudiera decidir por sí mismo, sin referencias externas, lo que es bueno o malo y lo que debe hacer en consecuencia. Toda “injerencia” externa es contemplada por estos subjetivistas como una intromisión ilegítima en la conciencia humana, como un atentado a la libertad. De ahí que la Iglesia sea vista cada vez más como la gran enemiga de la libertad, no porque esté contra ella, sino porque tiene la pretensión de poder establecer principios morales y tiene la osadía de publicarlos, de defenderlos, de reivindicarlos.
Para los subjetivistas, todo aquel que se atreva a decir que algo es bueno o es malo, es un enemigo de la libertad y un enemigo del hombre. Para ellos, cada uno debe decidir por sí mismo lo que es bueno o malo y nadie debe interferir en esa decisión. Olvidan no sólo la existencia de una ética natural impresa en el corazón del hombre, sino la acción poderosa de la mayoría de los medios de comunicación que le están diciendo al hombre continuamente que es bueno todo lo que le pide el cuerpo y malo lo que le supone algún tipo de sacrificio.
Tipos de conciencia
Desenmascarada la trampa demagógica que se esconde detrás de la reivindicación de una autonomía plena para la conciencia, conviene ver ahora algunos tipos de conciencia que se suelen presentar.
1.- Conciencia recta: Se llama así a la que actúa guiada por la buena intención de acomodarse a la norma y, consecuentemente, quiere actuar conforme al querer de Dios.
La conciencia recta podría ser diferente de la conciencia verdadera, siendo ésta la que emite un juicio acorde con la verdad objetiva, mientras que la recta es la que se ajusta al dictamen de la propia razón, aunque pueda estar equivocada. Como tiene buena voluntad, no se le puede reprochar nada éticamente a la conciencia recta, pero podría darse el caso de estar en el error. Esta situación es cada vez más frecuente, debido a la confusión moral ambiental, que termina por impregnarnos a todos.
Para evitarlo, para hacer que la conciencia recta sea también y siempre conciencia verdadera, dado que la condición a cumplir por la primera es la de acomodarse siempre a la norma y a la voluntad de Dios, lo que hay que procurar es conocer las enseñanzas morales de la Iglesia y aceptarlas. No puede haber “rectitud” de conciencia si se desobedecen las enseñanzas morales. Podría haberla si se desobedecen por ignorancia, pero hoy están accesibles esas enseñanzas de mil modos para la inmensa mayoría, así que, para casi todos en una sociedad como la nuestra, el que las ignora cae en el pecado de ignorancia voluntaria.
2.- Conciencia dudosa: Con frecuencia, la razón no alcanza la certeza y se queda en estado de duda. Conciencia dudosa sería la que no sabe dictaminar con seguridad y vacila acerca de la licitud de llevar a cabo u omitir una acción. Puede haber una “duda positiva”, cuando existen razones serias para dudar, o una “duda negativa”, cuando no existen.
La duda positiva puede surgir en relación a la existencia o no de una ley (duda de derecho, que consiste en dudar de si la Iglesia ha prohibido o no tal cosa) o acerca de si es lícito o no realizar cierto acto (duda de hecho o duda práctica). La primera se resuelve fácilmente, con una consulta. En el segundo caso hay que aplicar siempre el principio de no actuar; es decir, si se duda de que algo pueda ser pecado, lo mejor y por si acaso es no hacerlo, al menos de momento. Mientras tanto, hay que intentar salir de la duda, con la oración, el estudio o con la consulta a peritos.
En el caso de que la duda proceda de la existencia de un conflicto entre dos deberes, se debe elegir el que encierra un mal menor o, visto desde otra perspectiva, el que supone un bien mayor. Pero, en todo caso, el consejo mejor es el de consultar a un sacerdote, no buscando al hacerlo a aquel que ya se sabe de antemano que va a dar la orientación más cómoda, sino a aquel que es fiel a la Iglesia.
3.- Conciencia perpleja: La conciencia perpleja es aquella que, ante dos preceptos, cree pecar, sea cual sea el deber que elija. Es una situación más compleja que la de la duda, pues en ésta la cuestión está en elegir entre algo que cuesta más y algo que cuesta menos, teniendo esto último la posibilidad de ser pecado.
En este caso la duda está en saber qué hay que hacer si obrando de una manera se va a producir un determinado daño y obrando de la otra se va a producir otro daño distinto pero también grave. Un caso típico es el que se plantea cuando se duda entre decir la verdad, y eso traería malas consecuencias para alguien, o la mentira.
4.- Conciencia escrupulosa: Es la que cree que hay pecado en todo, incluso donde no lo hay. Con frecuencia no se trata de una cuestión de conciencia sino de una enfermedad.
Para vencer el escrúpulo hay que mantenerse firmes ante la tentación de dejarse llevar por los primeros movimientos del escrúpulo. Además, hay que obedecer ciegamente al director espiritual. |