La especificidad de la Moral cristiana

¿Existe una moral específicamente cristiana o más bien hay que decir que la Iglesia no dispone de un código ético diferente del que tienen las demás religiones o los hombres de buena voluntad?. La cuestión ha dividido en los últimos años a la comunidad teológica y ha motivado la intervención del Magisterio de la Iglesia, tanto de Pablo VI como de Juan Pablo II.

El noble afán de justificar la moral católica ante una cultura plural y secularizada y el deseo de hacer cercano al hombre actual el mensaje moral del Nuevo Testamento, ha llevado a algunos autores a afirmar que el cristianismo, en el ámbito de la ética, no tiene elementos cualitativos nuevos, sino que su doctrina enseña lo mismo que la moral natural. Esta actitud provocó la opinión de otros moralistas que sostienen que el cristianismo predica una moral específicamente nueva.
Las posturas fueron acercándose y hoy ningún moralista sostiene que no exista alguna diferencia entre la ética natural y la moral cristiana. Sin embargo, la confrontación de opiniones surge a la hora de fijar esa distinción. Con el fin de señalar las diferencias, los moralistas distinguen dos ámbitos, el de los valores o normal y el de las intenciones o motivaciones.
Motivaciones nuevas
En este segundo campo, todos reconocen que el cristiano tiene motivaciones nuevas, de forma que el amor al enemigo, por ejemplo, el no creyente lo practicará por respeto a la dignidad del hombre, mientras que para el cristiano se trata de imitar a Cristo y de hacer lo que el Señor mandó que se hiciera.
En el primer campo, el de los contenidos, las diferencias se mantienen. Para unos, no hay ninguna o apenas ninguna, mientras que para otros es evidente que hay un “mandamiento nuevo”, el de la caridad cristiana. De aquí, concluyen estos, se deduce la superioridad de la moral cristiana que añade a la moral natural no sólo una intención sino auténticos valores éticos, preceptos superiores y virtudes nuevas, todo ello asentado sobre una nueva concepción del hombre.
Aquí está precisamente la primera de las cuestiones que hay que analizar: ¿ofrece el cristianismo una nueva concepción del hombre?, ¿existe una antropología teológica que difiere de la antropología filosófica?. Podemos afirmar que, respecto a la interpretación del hombre, los datos del Nuevo Testamento introducen una realidad nueva en la vida humana, es la realidad de la gracia de Dios que se empieza a recibir por el Bautismo. Por la creación, el hombre ha sido constituido en criatura racional, por la “recreación” que es el bautismo, el hombre es un hijo de Dios fortalecido y renovado por la gracia divina. Por eso, a esta “nueva criatura” se le pide un “nuevo tipo de vida”, la práctica de una nueva moral. En la medida en que, por la irrupción de la gracia de Dios en el hombre éste es un hombre distinto, también existe una moral distinta para este hombre fortalecido por la gracia. Hay, pues, una moral específica para el cristiano, en los contenidos y no sólo en las intenciones o motivaciones.
Si de la antropología pasamos al orden de los valores nos encontramos con realidades muy parecidas. Aunque no es fácil dilucidar en todos los casos si se trata de valores exclusivamente cristianos, radicalmente nuevos, sí que hay algunos ejemplos donde la novedad es evidente.
El primero es el de la “caridad cristiana”, el “mandamiento nuevo”. Lo mismo cabe decir de las tres virtudes teologales -fe, esperanza y caridad-, que superan esencialmente a las virtudes naturales y adquiridas. Otro punto de referencia para expresar el nuevo nivel de valores morales que contiene el Nuevo Testamento es el contenido moral de las Bienaventuranzas, las cuales -como dice la encíclica “Veritatis splendor” en el número 16- “en su profundidad original son una especie de autorretrato de Cristo”.
“Pero yo os digo”
En cuanto al nivel de las normas, conviene señalar que ya en el Antiguo Testamentos e incluyen normas que superan las de la ley moral natural, aunque el Decálogo de Moisés incluye los preceptos de esa misma ley. En el Nuevo Testamento no sólo aparecen diversos catálogos de pecados, sino y sobre todo una lista de virtudes, las cuales sitúan al cristiano ante la exigencia de un modo de vida que no cabe igualarla con la del humanista. No en vano, Cristo establece reiteradamente la contraposición entre “lo que se dijo a los antiguos” y lo que Él dice (Mt 5, 21-48). Esto lo hace sobre todo refiriéndose a cinco temas: los pecados contra la caridad (Mt 5, 27-32), la práctica de la sexualidad (Mt 5, 27-32), las normas a que deben someterse los juramentos religiosos (Mt 5, 33-37), el estilo de vida que invalida la ley del talión (“ojo por ojo y diente por diente”, Mt 5, 38-42) y el precepto del amor que abarca a todos, incluido al enemigo y a quien se haya comportado como tal (Mt 5, 43-48).
Lo mismo cabe decir de la enseñanza moral de los Apóstoles, que destaca por el tono de vida que demanda de los bautizados, de forma que deben configurar su existencia con Cristo, dado que viven ya una vida nueva (Rom 6, 4).
Sobre esta controversia se pronunció el Magisterio de la Iglesia cuando vio que la discusión entre las dos posturas no llevaba camino de amainar. Pablo VI afrontó directamente la cuestión en el discurso pronunciado en la Audiencia general del 26 de julio de 1972. “¿Existe una moral cristiana, es decir una forma original de vivir que se califica de cristiana?”, se preguntó el Pontífice, que dio a continuación la respuesta: “Sí, se trata del nuevo estilo de vida inaugurado por Jesús al que el cristiano debe imitar”.
Más adelante, en el Discurso a la Comisión Teológica Internacional de 1975, Pablo VI habla de la novedad de la ética cristiana en los tres ámbitos ya señalados: antropología, preceptos y virtudes.
Juan Pablo II
Por su parte, Juan Pablo II habla de la “especificidad original” y se enfrenta abiertamente con la teoría que niega novedad en los contenidos a la moral del Nuevo Testamento. Acusa a esta corriente de ser una de las causas de la negación de actos intrínsecamente malos. “Es necesario -dijo Juan Pablo II en su discurso al Congreso Internacional de Teología Moral celebrado en 1986- que la reflexión ética muestre que el bien-mal moral posee una especificidad original en comparación con los otros bienes-males humanos”.

Finalmente, la encíclica “Veritatis splendor” deja claro que existe una moral específicamente cristiana. Aduce, para justificarlo, la novedad del mandamiento del amor (nº 20), la afirmación de que hay una antropología específicamente cristiana (nº 21), la existencia de la nueva ley del Espíritu (nº 23), el valor específico que tienen las Bienaventuranzas (nº 16) y la radicalidad con que se presentan las exigencias éticas del Nuevo Testamento (nº 17-19). Por último, el planteamiento de la moral cristiana como un seguimiento e imitación de la vida de Jesús se distingue específicamente de la moral de la ley natural, común a las demás morales filosóficas y religiosas (nº 26). Esto solo ya bastaría para hacerla distinta.