En este nuevo capítulo sobre las herejías afrontamos dos, antiguas y nuevas a la vez: el galicanismo y el gnosticismo. La primera, se apoya en un exacerbado nacionalismo para buscar la independencia de las Iglesia locales con respecto a Roma. La segunda, anterior al cristianismo aunque inserta luego en él, cree en un dios bueno y en uno malo. |
Galicanismo: Francia vivió, durante siglos, una situación muy especial, que le llevaba a sentirse superior al resto de los pueblos europeos. Esto influyó también en la Iglesia, en parte por haber sido siemrpe considerada la “hija primogénita”, debido a que fue el Rey Clodoveo de los francos el primer monarca que se convirtió al catolicismo tras las invasiones bárbaras. Este “complejo de superioridad”, apoyado en la gran importancia que tenía la Universidad de la Sorbona de París, casaba muy mal con la necesario sujección al Papa de Roma. Una y otra vez, algunos obispos y buena parte del clero -apoyados por varios monarcas-, pugnaron por conseguir una autonomía que rayaba casi en la independencia.
Así nació el llamado “galicanismo”, que no era, en su origen, más que los derechos y costumbres que regían al clero francés durante el llamado “antiguo régimen” (tres siglos antes de la Revolución francesa). Había comenzando en 1415, con el Concilio ce Constanza (no reconocido por Roma). El rey Carlos VII recogió estos derechos del clero francés en una “pragmática sanción”, que fue ratificada en la Asamblea del clero de Francia en 1682. Bossuet hizo un resumen de la doctrina galicana en la “Declaración de los Cuatro Artículos”.
En realidad, con el nombre de “galicanismo” se conoce el conjunto de opciones que, con falsos pretextos teológicos e históricos, buscaba disminuir la autoridad del Papa sobre los fieles en beneficio del Estado, el cual actuaba -controlándolos- a través de los obispos y los sacerdotes. De alguna manera, la Revolución francesa, que tanto daño hizo en otros aspectos a la Iglesia, se llevó por delante el galicanismo, pues en la persecución brutal que cayó sobre la Iglesia francesa y que ocasionó miles de mártires, todos comprendieron que sólo la unidad con Roma les permitía sobrevivir. Hay quien dice, incluso, que esa Revolución, tal y como se dio, no habría tenido lugar si la Iglesia francesa no hubiese sido, en buena parte, galicana; es decir, si se hubiese atrevido a enfrentarse con los reyes para criticar sus excesos, en lugar de ser una Iglesia dócil al poder político aunque muy crítica con Roma. Después, el nombre de “galicanismo” se ha dado, por extensión, a la pretensión de independencia de Roma que se ha manifestado, con más o menos fuerza, en diversos países, tanto antes como después del Concilio. Siempre el galicanismo se ha caracterizado por el sometimiento al poder político local y el deseo de autonomía o incluso de independencia -basado en sentimientos nacionalistas- con respecto al Papa. Al galicanismo se enfrentó otra tendencia, también nacida en Francia, conocida como “ultramontanos”, que insistían en la unidad con el Papa, aunque algunos de sus miembros cayeron también en excesos.
Durante el Segundo Imperio y a instancias del Papa Pío IX (en su encíclica del 21 de marzo de 1853), los obispos franceses, reunidos en Amiens, reprobaron el galicanismo como contrario a la doctrina católica o, al menos, como opuesto al espíritu de la Iglesia e irrespetuoso con la Santa Sede. Los que no quisieron renunciar al galicanismo se fueron de la Iglesia.
Gnosticismo: En el sentido etimológico del término, “gnosis” significa “conocimiento”. Estuvo muy enraizada con la cultura mediterránea y con las llamadas “religiones de los misterios”. Pitágoras y sus seguidores, Platón y los neoplatónicos, la escuela de Alejandría y otros se inspiraron en la gnosis. También ha influido en la cábala hebrea y hoy se halla presente en no pocas sectas y grupos esotéricos, como la Nueva Acrópolis y otros.
Se han conservado fragmentos de antiguos textos gnósticos, en lengua copta: “Pistis Sophia”, “Los libros del Salvador” y “Los libros de Jeú”. Recientemente se descubrió una biblioteca de antiguos textos gnósticos en Nag Hammadi (Egipto), formada por una cincuentena de libros en copto.
Las primeras herejías gnósticas hicieron su aparición en tiempos apostólicos, especialmente en Siria y Egipto. En poco tiempo, el pensamiento gnóstico se extendió por todo el Imperio y a partir del siglo VI se fundió con el maniqueísmo creciente. Después pasó al Islam, por medio del chiismo y el sufismo. Reapareció en la europa cristiana con los teósofos del Renacimiento y de la Reforma. Jacob Boehme fue uno de sus más notables exponentes. Un sector de la masonería tiene influencia gnóstica.
La doctrina gnóstica es dualista (cree en dos principios, el del bien y el del mal, de igual poder y siempre enfrentados, y a los dos habría que tenerles contentos para que no hicieran daño al hombre) y rechaza la autoridad de la escritura. Para los gnósticos la creación es mala, lo cual implica una contradicción con el carácter bondadoso de Dios. ¿Cómo ha podido, ese Dios bueno, crear un mundo imperfecto y lleno de obstáculos? ¿Por qué la guerra, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte?. Los gnósticos dan dos respuestas a estas cuestiones: o bien Dios no ha creado el mundo, o bien hay dos dioses, uno bueno y otro malo; el mundo sería el resultado de la mezcla de dos creaciones; el dios malo habría creado la materia y el dios bueno el espíritu; por eso la materia -el cuerpo- es malo, es la cárcel del alma, como dijo Platón. Así es como se llega al dualismo de los maniqueos, aunque no todos los gnósticos estarían de acuerdo con eso, pues algunos creen que el demonio es un dios menor, un genio maléfico, que habría engañado al dios bueno y se habría apoderado de una porción del poder divino para crear la materia y subyugar al espíritu. Este acto de engaño sería el equivalene al pecado original.
Algunos gnósticos decían que los apóstoles no lo habían contado todo, sino que se habían guardado un secreto que contenía una parte importante de la Revelación, secreto que se habría transmitido misteriosamente a lo largo de los siglos y que sólo los iniciados podían conocer.
Para los gnósticos, los hombres se dividen en tres categorías: los pneumáticos o espirituales; los psíquicos, ligados a su identidad individual; los hílicos, esclavos de la materia. Los primeros tienen asegurada la salvación y se reintegrarán a la Luz que predomina en ellos (aquí se ve una clara influencia del hinduismo). Los segundos no se salvarán sino después de ser purificados por multitud de sufrimientos en sucesivas reencarnaciones. Los terceros, materialistas empedernidos, morirán como hombres, es decir, como animales desprovistos de alma. Los pneumáticos son descritos a menudo como los elegidos, “descendientes del Gran Set”; están a resguardo de todo pecado y, aunque hagan cosas malas, sus obras quedan inmediatamene purificadas. Esto les llevaba a la relajación moral, como constataron y criticaron los Padres de la Iglesia. De hecho, muchas sectas gnósticas se declaran contra la procreación y contra el matrimonio y a favor del erotismo más salvaje, puesto que engendrar hijos supone perpetuar la materia; la homosexualidad está recomendada.
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