Las herejías sobre Cristo (X)

La reforma de la Iglesia emprendida por Lutero terminó en una ruptura de la misma, que a su vez fue el punto de partida para otras divisiones, como el calvinismo y el anglicanismo. En sus inicios, Lutero protestó contra desviaciones producidas en la predicación de las indulgencias, pero luego llevó esta protesta a otros ámbitos de la doctrina católica.

Luteranismo: El luteranismo es la primera escisión importante que se produjo en la llamada Iglesia de Occidente y que ha perseverado hasta nuestros días. De ella derivan, de una manera o de otra, las demás, e incluso el calvinismo y el anglicanismo están relacionadas con ella.
Martín Lutero, el fundador del luteranismo o Iglesia evangélica, fue el promotor de una reforma de la Iglesia que iba a suponer la ruptura de la unidad de la misma. Antes de él había habido otros -Huss en Bohemia, los cátaros en Francia o Savonarola en Italia-, pero ninguno tuvo tanto éxito como Lutero.
Nació en Eisleben (Sajonia), en el seno de una modesta familia de mineros. En ese momento, Alemania estaba agitada por el flujo de los refugiados de la guerra de los hussitas en Bohemia y por el proselitismo de los anabaptistas y de los hermanos moravos, dos sectas heréticas de tintes anarquistas. Como el joven Martin carecía de medios económicos, se acogió a la generosidad de una sñora pudiente para proseguir sus estudios. Así logró la licenciatura en la Universidad de Erfurt (1505). Ese mismo año, cumpliendo la promesa realizada tras el fuerte impacto que le produjo la caída de un rayo junto a él durante una tormenta, entró en el convento de los agustinos de Erfurt y allí profesó y fue ordenado sacerdoe en 1507. Protegido por el elector de Sajonia, accedió pronto al puesto de profesor de teología y predicador de la recién fundada universidad de Wittenberg. Ya en aquella época de su vida, le obsesionaba la oposición aparente entre la gratuidad de la gracia y la práctica de las obras buenas por parte de los hombres. En 1512 logró el título de doctor en Teología.
Antes, entre 1510 y 1511, el monje Lutero fue enviado a Roma con la misión de intervenir en un conflicto de su Orden. En Roma tuvo ocasión de conocer la codicia y la corrupción existentes en algunos medios eclesiásticos vaticanos. Regresó a Alemania profundamene indignado y escandalizado. Le había molestado especialmente el tráfico de dinero que se hacía en torno a la compra-venta de indulgencias. En aquella época se había desplegado una gran campaña para obtener fondos destinados a la construcción de la Iglesia de San Pedro en Roma, cayendo en abusos y deformaciones que crearon un mal ambiente en el pueblo fiel. Al poner el acento en en logro del dinero, se daba la impresión de que lo que interesaba era eso y no la salvación de las almas. Se cometieron incluso errores doctrinales como, por ejemplo, afirmar que una indulgencia podía salvar a los que habían muerto sin arrepentimiento. Todo este planteamiento se mezcló en Alemania, además, con cuestiones económicas y de política eclesiástica. Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Maguncia, había obtenido la misión de predicar las indulgencias, quedándose con el cincuenta por ciento de los ingresos durante ocho años. Éste, a su vez, nombró para que dirigiera la predicación a un dominico llamado Juan Tetzel, en lugar de elegir a un agustino, orden a la que pertenecía Lutero. Tan pronto como llegó Tetzel a Wittenberg, se encontró con la oposición de Lutero, que le tildó de ser el “principal traficante” de la redención de los pecados. Se entabló una gran polémica entre ambos religiosos; el dominico retó a su oponente a la prueba del agua y del fuego, a lo que Lutero respondió con sorna: “Me tienen sin cuidado tus rebuznos de asno: te aconsejo el vino en lugar del agua y, en lugar del fuego, el aroma de un ganso bien asado”.
La querella se envenenó. Lutero se disparó y se dejó llevar por piruetas dialécticas, en las que era un consumado maestro. Insistió en que las indulgencias constituían una burla y llamó “minotauros” a sus adversarios eclesiásticos. El 31 de octubre de 1517 escribió al arzobispo de Maguncia pidiéndole que retirara su “Instrucción sumaria” sobre la forma de predicar las indulgencias, al mismo tiempo que le remitía sus 95 tesis sobre dicha materia. El 9 de noviembre de 1518 publicó el Papa una decretal en la que rechazaba las tesis luteranas. El cardenal Cayetano, el nuncio Miltilz y otros se encargaron de hacerle firmar una retractación, pero todo fue en vano. Lutero hablaba, predicaba, escribía más que nunca. Desbordando el campo estricto de las indulgencias, comenzó a atacar el dogma.
Al mismo tiempo incidieron en la polémica cuestiones extrareligiosas. Gentes de todas las condiciones sociales, que apenas entendrían las sutilezas teológicas originarias, vieron en Lutero al hombre que podía hacer la esperada reforma y que les traería, con la reforma, viejas aspiranciones de tipo político y social. Así, Lutero se convirtió en un héroe popular en Alemania. La reacción de la Santa Sede no se hizo esperar. En la bula “Exurge Domine” (1520) se condenaron 41 proposiciones de Lutero por heréticas, escandalosas y erróneas. Se le concedieron 60 días para su retractación, bajo pena de excomunión, y se mandó que se quemaran sus escritos, para lo que se encendió una hoguera en una de las puertas de Wittenberg. Allí acudió Lutero vestido con solemnidad y llevando la bula que le condenaba; le seguían sus discípulos, enarbolando las decretales de los Papas y los escritos de sus adversarios; echaron al fuego todos esos documentos, mientras Lutero gritaba: “Puesto que te opones al santo del Señor, irás al fuego eterno”. Acababa de nacer el luteranismo.
Alemania entera estaba en ebullición, mientras que Francia, los Países Bajos e Inglaterra dudaban. El emperador Carlos V -elegido en 1519- reunió a los príncipes electores en Worms (Renania) e invitó a Lutero para que compareciera (1521); los días 17 y 18 de abril se le instó a que se retractara de sus errores, pero fue inútil. El 8 de mayo firmó el emperador del Edicto de Worms, por el que se le condenaba al destierro. Huyó el agustino y se refugió en Sajonia, protegido por el príncipe de ese Estado alemán. Allí, libre de peligros, reanudó sus trabajos, ocupándose especialmente en traducir la Biblia al alemán, logrando una traducción que ha sido considerada desde entonces como una pieza maestra del idioma alemán antiguo. El elector de Sajonia, no queriendo enemistarse con el emperador ni con el Papa, había ordenado una mera prisión formal de Lutero en el castillo de Wartburg, donde todavía puede verse hoy la mancha de tinta existente en la pared de su cuarto, como consecuencia de haber lanzado el tintero contra la cabeza del diablo. Muchos de los biógrafos de Lutero cuentan que éste fue atormentado constantemente por apariciones diabólicas.
Liberado y de regreso a Wittenberg, Lutero contrajo matrimonio con una ex religiosa cisterciense: Catalina. Los veintiún años que le quedaban de vida los consagró al estudio y a completar la doctrina de la nueva Iglesia por él fundada, refutando tanto a sus adversarios católicos como a otros protestantes, tales como Calvino y Zwinglio, principales fundadores de la Iglesia Reformada o calvinista.

(Continúa en el capítulo siguiente).