Seguimos, en este capítulo, presentando los errores teológicos que caracterizaron a la reforma llevada a cabo por Lutero y que dio lugar a la Iglesia evangélica, luterana o protestante. En el capítulo anterior habíamos terminado de exponer, en lo esencial, su biografía, tras su matrimonio con una ex monja y la dedicación durante los últimos años de su vida a consolidar su Iglesia. |
Se criticó mucho a Lutero su matrimonio con Catalina: un ex religioso casado con una ex monja. Era todo un programa de vida y, de hecho, fue imitado rápidamente: miles de sacerdotes, monjes y monjas abrazaron la nueva Iglesia y rompieron sus votos. Un ejemplo notable fue el de la Orden Teutónica, la orden militar de origen alemán que había creado un Estado en una parte de la actual Polonia y cuyo gran maestre, junto a la mayoría de los miebros de la misma, abandonó el sacerdocio y los votos para casarse en una ceremonia pública. Lo mismo hicieron los laicos, pues consideraron absurdo mantener la indisolubilidad del matrimonio cuando los sacerdotes no hacían lo propio con sus votos; así, uno de los protectores de Lutero, el landgrave Felipe de Hesse obtuvo una autorización -se dice que firmada por el propio Lutero- para tener dos mujeres.
Las guerras y los disturbios civiles fueron inevitables, tanto en el bando católico como en el luterano. El mismo Lutero se sintió desbordado con frecuencia por la violencia de la marea que había provocado. En un momento de desesperación, llegó a decir: “Yo que he dado la salvación a tantos, no puedo dármela a mí mismo”. Y en una carta le confesaba a uno de sus más fieles discípulos, Melanchton: “Casi he perdido a Cristo en estas grandes olas de desesperanza en que estoy sumido”.
Lutero no participó en el “concilio” convocado por el emperador para discutir sus tesis en Augsburgo, sino que fueron sus amigos y partidarios los que presentaron allí una confesión de fe redactada por Melanchton con su aquiescencia. La llamada “Confesión de Augsburgo” estaba compuesta de dos partes. La primera de ellas estaba dividida en 21 artículos que contenían los puntos principales de la doctrina luterana. Con esta exposición pretendió Melanchton hacer creer al emperador Carlos que ellos no defendían más que la auténtica doctrina católica, despojada “de unos pocos abusos que se han introducido en la Iglesia sin autoridad competente”, precisando que reconocían y aprobaban las conclusiones doctrinales de los cuatro principales concilios en lo concerniente a la unidad de Dios y al misterio de la Trinidad. La realidad, sin embargo, era muy otra: su doctrina se separaba gravemente del credo católico. Aceptaba el pecado original, pero no como una imputación derivada de la caída de Adán, sino como una corrupción del hombre, sometido a su concupiscencia, y a la ausencia de temor de Dios y falta de confianza en la bondad divina. El tema de la justificación llevaba el sello del pensamiento luterano: “El hombre no puede ser justificado ante Dios por sus propias fuerzas, méritos u obras, sino que es justificado gratuitamente por su fe en Cristo, cuando cree que es recibido en su gracia y que se le perdona su pecado a causa de Cristo, quien con su muerte satisfizo por nuestros pecados. Dios imputa esta fe como justicia ante Él” (artículo 4 de la Confesión de Augsburgo). Esta tesis, así expresada, excluía cualquier mérito por parte del hombre y hacía innecesarias las buenas obras para la salvación; bastaba con tener fe y no importaba el tipo de vida que se llevara.
En materia de sacramentos, el luteranismo admite tres de ellos como signos de salvación, aunque sólo les concede eficacia cuando se reciben con fe. Al contrario aue los anabaptistas, tan activos en aquella época de sangre y fuego, la Confesión de Augsburgo reconocía la necesidad del bautismo de los niños “para procurarles la promesa de salvación”, aunque sólo para los que estuvieran dentro de la Iglesia; aceptaban la absolución de los pecados, aunque rechazaban la confesión privada, y basaban la doctrina de la remisión de los pecados, exclusivamente, en la penitencia y en el ejercicio de buenas obras; reconocían la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, pero manteniendo la teoría de la “consubstanciación” (por la que en el pan y el vino consagrados seguía existiendo el pan y el vino y, además, estaba Cristo, el cual desaparecía de allí en cuanto terminaba la misa, debido a lo cual no tenía sentido conservar las partículas consagradas en el sagrario, pues el Señor se había marchado de ellas al terminar la ceremonia), en oposición a la doctrina católica de la “trasubstanciación” (por la cual Cristo se hacía presente realmente en el pan y vino consagrados, que mantenían sólo las “especies” del pan y del vino -color, gusto, cantidad…- y, por lo tanto, se quedaba allí para siempre mientras siguieran existiendo estas espec ies, por lo que tenía sentido conservar en el Sagrario lo que no se hubiera consumido, para adorarlo o para llevarlo a los enfermos y a los que no hubieran podido participar en la Santa Misa, como se había hecho desde los orígenes del cristianismo). Los otros cuatro sacramentos eran suprimidos por Lutero or considerarlos falsos.
En otros artículos de la Confesión de Augsburgo, se insistía en la primacía de la fe y de la gracia, se condenaba la observancia de fiestas y ceremonias religiosas, la legitimidad de las autoridades y leyes civiles, la indisolubilidad del matrimonio, la protección y el respeto a la propiedad privada, etc. La Confesión asumía la creencia en la resurrección, en el juicio universal y en la existencia del paraíso y del infierno; la del purgatorio, en cambio, la dejaban al arbitrio de cada cual. Se prohobía invocar a los santos por entender que esta práctica menguaba la mediación de Cristo. Tampoco había que rezar por la salvación de los difuntos. El Papa no era reconocido como líder supremo de la Iglesia.
La segunda parte de la Confesión de Augsburgo se ocupaba sólo de cuestiones litúrgicas y de las nuevas ceremonias implantadas en la Iglesia luterana: se recomendaba la comunión bajo las dos especies, se abolían el celibato y los votos religiosos, se admitía el matrimonio de los sacerdotes, se sustitía el latín por la lengua vernácula y se afirmaba la supremacía del poder civil sobre el eclesiástico. Este último punto fue decisivo para el éxito del luteranismo, pues fueron muchos los nobles alemanes y de otros países que apoyaron la nueva Iglesia para poder controlarla. De hecho, aún hoy el jefe de la Iglesia en Inglaterra -que copío este dato del luteranismo- es la reina.
La Confesión fue corregida posteriormente por el propio Melanchton en su Apología. Estos dos textos y el “Pequeño catecismo de Lutero” se consideran los libros fundamentales del luteranismo.
Antes incluso de la muerte de Lutero, la Iglesia luterana se había fraccionado, pero en conjunto se mantuvo unida. Se convirtió en la religión de Estado de varios países nórdicos y en la mayoritaria en otros. Hoy está asentada en los cinco continentes, en 85 países, con 66 millones de fieles. La mayoría habitan en Europa (36 millones). En Estados Unidos hay ocho millones y medio. No hay que confundir a los luteranos con las sectas protestantes o evangélicas que tanto daño hacen en Latinoamérica; de hecho, en todos esos países, los luteranos son 1.128.335. El mayor crecimiento se da en África y en Asia. |