En el capítulo anterior, vimos la dificultad de acceder a la figura histórica de Jesús y la tendencia de muchos teólogos, desde el siglo XIX, a rechazar lo que de él nos cuenta el Nuevo Testamento, por considerarlo sospechoso al proceder de “creyentes” en él. Vimos también los criterios de fiabilidad de esos textos. Desde esa perspectiva, nos acercamos ahora al Jesús histórico. |
Como decíamos en el capítulo anterior, desde el siglo XIX, debido a la crítica racionalista, es como si la pregunta que se hacían en tiempos de Jesús sobre él se hubiera vuelto a revés. Entonces se preguntaban si él era el Mesías, el Cristo en el que había que creer. Hoy nos preguntamos si el Cristo en el que creemos es aquel Jesús de Nazaret, en lo que tiene de figura histórica. La consecuencia es, como ya dijimos, que no hay hecho ni dicho de Jesús que no sea puesto en duda por uno o por otro, a veces sin más argumento que la propia opinión o la propia tendencia ética o política. Pero en realidad todo esto tiene una causa, una explicación. La crítica a lo que enseña el Nuevo Testamento, su puesta en duda, su desautorización, se debió al deseo de atacar a la Iglesia y a su mensaje moral y dogmático. Así lo reconoció uno de los más honestos investigadores sobre la figura histórica de Jesús, que trabajó en aquel siglo racionalista y que, inevitablemente se dejó contagiar por él, aunque menos que otros. Se trata de Albert Schweitzer (1875-1965), el cual compuso en 1906 una reseña acerca de la investigación de la vida de Jesús. Schweitzer afirma, poniendo al descubierto los motivos de los que criticaban la autenticidad histórica del Nuevo Testamento: “La investigación histórica de la vida de Jesús no partía del interés puramente histórico, sino que buscaba al Jesús de la historia como recurso en la lucha de la liberación contra el dogma”.
Plan deliberado
La forma que se encontró más eficaz para conseguir atacar y destruir el dogma y la moral cristiana fue cortando la relación entre los representantes de Jesucristo y el propio Jesucristo. Si se lograba demostrar, o al menos presentar como posible, que toda la enseñanza moral del cristianismo no está basada en el fundador, en Cristo, entonces esa enseñanza perdía toda fuerza y todo interés. Por lo tanto, estamos ante un plan deliberado que ha funcionado a la perfección durante muchos años, en parte porque, como se dijo en el capítulo anterior, es difícil acceder a la figura histórica de Jesús por otras vías que no sean las del Nuevo Testamento, ya que en la época no existía un desarrollo de la literatura histórica como en la actual.
Pero si no tenemos ese objetivo, si no estamos “predispuestos” a rechazar lo que el Nuevo Testamento nos dice de Cristo porque nos interese rechazarlo -como les sucedía y sigue sucediendo a muchos teólogos-, entonces, tal y como se demostró en el capítulo anterior, comprobamos que, con argumentos científicos objetivos, el Nuevo Testamento es en lo esencial muy fiable para conocer a Jesús de Nazaret, a pesar de ser un escrito procedente de creyentes en la divinidad de ese mismo Jesús.
Dos tipos de textos
Desde esta perspectiva, limpia de todo interés destructor o, incluso, constructor, podemos distinguir en el Nuevo Testamento dos grandes bloques de textos: 1.- Los que hablan de Jesús. 2.- Los que hacen hablar y actuar a Jesús mismo. Al primer grupo pertenecen todas las epístolas y al segundo los cuatro evangelios. Entre ambos están el libro de los Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis.
Si nos fijamos, por ejemplo, en lo que San Pablo nos cuenta sobre Jesús, vemos que su interés por él empieza por el final, por su muerte y su resurrección: “Predicamos a un Cristo crucificado” (1 Cor 1, 23), así como por el motivo por el cual él existió, ser nuestro salvador: “Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para liberarnos de la sujeción a la ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios” (Gal 4, 4s).
En cambio, al acercarnos a los evangelios, vemos que éstos se acercan a la figura de Jesús desde el principio y, desde allí, nos conducen hacia el final, hacia la pascua: “Ya que muchos se han propuesto componer un relato de los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros, según nos lo transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros dela palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado cuidadosamente todo lo sucedido desde el principio, escribirte una exposición ordenada, ilustre Teófilo, para que llegues a comprender la autenticidad de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1, 1-4). Se ve, pues, un deseo explícito por parte de este evangelista -y de los demás, aunque no tan explícito- de asegurar a los cristianos que no conocieron al Jesús histórico que lo que se está diciendo de él es rigurosamente cierto y no se trata de un mito elaborado para engrandecer a un personaje de leyenda.
Hoy en día, desenmascarados ya -aunque no suprimidos del todo- los esfuerzos por separar al Jesús histórico del Cristo de la fe, separación que buscaba desautorizar a la Iglesia y separar a los cristianos de la jerarquía, la inmensa mayoría de los teólogos coinciden en constatar que el Nuevo Testamento expresa con bastante autenticidad lo que de verdad ocurrió. “Está bien claro -dice un investigador actual, E. Fuchs- que lo que los evangelios relatan del mensaje de los hechos y de la historia de Jesús está caracterizado por una autenticidad, una frescura, una originalidad que ni siquiera la fe pascual de la comunidad ha podido reducir; todo esto remite a la persona terrestre de Jesús”.
Tras este largo e imprescindible preámbulo, podemos pasar ya a exponer lo que podemos conocer sobre el Jesús histórico.
Cronología
En primer lugar, la época en que vivió. Jesús vivió durante el reinado de los emperadores romanos Augusto (31 a.C. -14 d.C.) y Tiberio (14-37). De acuerdo con nuestro calendario, su periodo de vida pudo haber empezado entre los años 8-6 a.C. y 30 d.C.. Según esto, Cristo habría nacido en realidad unos años antes de lo que suponemos. Hoy se admite generalmente que el nacimiento de Jesús no coincide con el comienzo del calendario cristiano, debido a que el monje Dionisio el Exiguo, que fue quien estableció en el siglo VI el calendario cristiano, cometió un error de cálculo al identificar el año 1 de nuestra era con el 754 de la fundación de Roma. La fundación de Roma el punto de inicio para datar los años que se empleaba antes de empezar a utilizarse el calendario cristiano. En tiempo de Jesús, Herodes era tetrarca de Galilea (4 a.C.-39 d.C.), por lo tanto Jesús debió nacer antes del año 4 a.C., en tiempos del padre de Herodes, llamado Herodes el Grande. Poncio Pilato fue gobernador romano de Judea entre los años 26 y 36. Lucas dice que Jesús tenía alrededor de 30 años cuando empezó a predicar y lo hizo durante 3 años. Posiblemente la muerte de Jesús tuvo lugar el 7 de abril del año 30. |