El profeta Jonás ocupa un lugar muy especial. Es un personaje que se niega a obedecer la orden recibida de Dios y eso da lugar a un castigo del Señor, enseñándole así que nadie puede desobedecer a Dios sin que eso traiga sus consecuencias. Pero luego Jonás obedece y triunfa, tras pasar tres días en el vientre de la ballena, símbolo de la resurrección de Cristo. |
El libro de Jonás es único en la literatura profética. Ningún otro libro del canon profético contiene tanta narrativa y tan poco discurso profético (sólo cinco palabras). La audiencia de Jonás es también única (los ninivitas, en lugar del pueblo de Israel). Hay profetas, como Jeremías, que predicaron contra los gentiles, pero sólo en el libro de Jonás los gentiles no sólo no son condenados sino que se les da una oportunidad para convertirse. La razón por la que Jonás es incluido entre los profetas -y no en la literatura sapiencial- es porque habla esencialmente de reconciliación.
Para entender el libro de Jonás es esencial tener en cuenta la referencia a este profeta en 2 Re 14, 25-27. Ahí se dice que Jonás proclamó un mensaje de redención a Jeroboán II (787-749), no porque el rey fuese justo (al contrario: “Hizo lo que estaba mal a los ojos del Señor”), sino porque Dios tuvo misericordia de Israel (“El Señor vio la aflicción de Israel”). Al mismo tiempo, Jonás fue un profeta de calamidades para el enemigo de Israel, pues el territorio recuperado por Jeroboán suponía una pérdida para los arameos. En este sentido, el Jonás mencionado en 2 Re 14, 25 es con todo rigor uno de los profetas preliterarios, comparable a Samuel, Natán, Gad y Elías: uno de los principales rasgos de sus profecías era su naturaleza incondicional e irrevocable. Para ellos, la conversión no significa nada: el veredicto puede retirarse, pero no anularse (por ejemplo, 1 Re 21, 27-29).
Sin embargo, el libro de Jonás no está en sintonía con la actuación del profeta que nos cuenta 2 Re 14, 25-27. En el libro que lleva su nombre, Jonás no es un profeta glorioso que proclama la salvación a Israel, sino un testarudo que trata de escapar a su misión profética. Quizá esto se deba a que la relación entre los dos Jonás es más literaria que histórica, puesto que el libro de Jonás fue escrito mucho después de la época de Jeroboán II; en el libro de Jonás, Nínive era ya un nombre legendario, mientras que en la época de Jeroboán, no era todavía la capital de los asirios.
En realidad, el libro de Jonás es un libro de protesta contra una interpretación de la ley, a la vuelta del destierro de Babilonia, que era particularista, rigorista, alejada del deseo de Dios. Por eso el autor del libro de Jonás tuvo que utilizar un pseudónimo para escribirlo y empleó el de ese profeta, que había existido muchos años atrás.
Jonás es llamado por el Señor para que vaya a Nínive. Esta llamada puede compararse con las dirigidas a otros profetas: Oseas, Joel, Miqueas y Sofonías; pero se parece más a la fórmula con la que Elías recibe los mensajes divinos. Sin embargo, esta fórmula de llamada sólo hace su aparición después de que Elías ha sido presentado a los lectores. En Jon 1,1, el profeta no ha sido aún presentado, razón por la que debemos interpretar esa fórmula como una referencia a 2 Re 14, 25.
El nombre de Jonás resulta programático para el libro en su conjunto: “Jonás, hijo de Amilay”, puede traducirse por “Jonás, hijo del fidedigno”. Como veremos, Jonás se opone a la veracidad de Dios en virtud de su propia idea de esa veracidad. El término “Jonás” significa “paloma”. Israel es comparado a “una paloma ingenua e insensata” en Os 7, 11. Jonás representa el lado más raquítico de Israel. Jonás, la “paloma” (símbolo de la paz), es enviado con este mensaje a Nínive, llamada “la ciudad sanguinaria” en Nah 3, 1 y al rey asirio, cuyo nombre es “rey belicoso” (Os 5, 13). No ha de extrañarnos que Jonás vaya en la dirección opuesta y en vez de ir a Nínive se dirija hacia Tarsis.
Los marinos se dan cuenta pronto de que Jonás huye de su Dios, al enfrentarse con una terrible tormenta. No se portan mal con Jonás, sino que es éste el que reconoce que lo que está sucediendo es culpa suya. Es entonces cuando el capitán del barco ordena arrojarle al mar. Allí es devorado por el pez (el monstruo del caos de la era primordial), símbolo del mundo subterráneo; allí será cuando Jonás se haga consciente definitivamente del plan de Dios.
Jonás soporta esta situación desesperada -estar en el vientre del cetáceo- tres días y tres noches. El número tres es un número perfecto en la Biblia y, aplicado al sufrimiento, significa “hasta agotar el nivel de la amargura”, la cual acabará por intervención de Dios. Eso es exactamente lo que significan los tres días de Cristo muerto, antes de la resurrección. Los Padres de la Iglesia mencionan con frecuencia a Jonás en sus escritos. Casi todas las referencias se centran en el pasaje del cetáceo. Así, San Agustín dice: “Jonás, con su propia pasión, por así decir, profetizó la muerte y resurrección de Cristo. Pues, ¿por qué razón fue introducido en el vientre de la ballena, sino para prefigurar a Cristo que había de volver al tercer día?”. Muchos exegetas comparan, por tanto, “el signo de Jonás” de Mt 12, 40 (citando a Jon 1, 17) con la resurrección de Jesús. Aunque también es posible que el signo de Jonás se refiera al acto de arrepentimiento, pues en Lc 11, 30 el signo de Jonás está en relación con la predicación de Jonás.
Mientras Jonás está en el vientre de la ballena tiene tiempo de arrepentirse de su desobediencia y, desde allí, eleva su lamentación a Dios. Tras expresar su arrepentimiento, estalla en una acción de gracias, manifestando así su confianza en que Dios no les abandonará en la tribulación. Jonás promete al Señor que le va a obedecer y que va a cumplir la orden recibida. Eso es exactamente lo que hace cuando, al tercer día, la ballena lo expulsa de su vientre.
Nínive era una ciudad con fama de corrupta. En aquel momento, era la ciudad más grande de la zona y posiblemente su corrupción había llegado al punto álgido. Cuando Jonás llega a ella, no va al centro, sino que la rodea y entonces pronuncia su único oráculo profético: “Cuarenta días más y Nínive será cambiada”. El número cuarenta aplicado a un periodo de tiempo es indicativo de que se trata de una temporada perfecta, la necesaria para que ocurra lo que tiene que ocurrir.
Los ninivitas entienden el mensaje de Jonás como una llamada al arrepentimiento y al cambio, aunque no sabían cuál era el Dios que les amenazaba. El rey, que ejercía la función de profeta y sacerdote supremo en la ciudad, cree en lo que Jonás predica y ordena ayunar y hacer penitencia como señal de arrepentimiento. Dios, aunque Jonás no se lo había dicho a los ninivitas, se da por satisfecho con esas muestras de conversión y retira el castigo. Eso precisamente es lo que molesta a Jonás, que hubiera querido que el designio de Dios no tuviera marcha atrás y que, a pesar del arrepentimiento de los habitantes de Nínive, la ciudad fuera destruida.
De eso trata la última parte del libro, en la cual se ve a Jonás quejándose ante Dios por su misericordia con los pecadores. Jonás quiere morir porque su misión ha tenido éxito y Nínive se ha arrepentido. Dios se le muestra entonces como alguien que no es vengativo, como alguien que tiene una paciencia inagotable y que ama a los pecadores aunque éstos no se lo merezcan.
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