Los profetas. Amós

El profeta Amós es considerado como el gran defensor de los pobres, el “profeta de la justicia social”. Se enfrenta de manera especial con aquellos que acuden al templo y, mientras tanto, practican la injusticia. Le dice al pueblo, en nombre de Yahvé, que el verdadero culto agradable al Señor pasa por la caridad y que, mientras ésta no se dé, el culto está vacío.

El profeta Amós, quizá más que otros, no puede ser entendido sin conocer el contexto histórico en el que habla. Por un lado anuncia la destrucción del Reino de Israel, por otro su mensaje está cargado de amenazas en nombre de Yahvé. Estas dos cosas parecerían, a priori, alejarle mucho del mensaje de Jesucristo, del mensaje del Dios Amor. Sin embargo, cuando se conoce ese contexto histórico, se comprende el por qué Amós dijo lo que dijo y por qué es necesario tener en cuenta sus palabras, precisamente para no malinterpretar -en un sentido bobalicón- el mensaje del amor de Dios. En esencia, lo que Amós va a recordar, a aquellos hombres que le oyeron por primera vez y a todos nosotros, es que la justicia es la base del amor y que Dios no está contento con aquellos que practican la injusticia.
Amós era natural de Tecoa, en el desierto del Negueb, en el Reino del Sur o Reino de Judá. Sin embargo, su ministerio profético lo llevó a cabo en Betel, el santuario del Reino del Norte -el Reino que se había separado de Jerusalén después de la muerte de Salomón y que es más conocido con el nombre de Samaría-. Profetizó durante el reinado de Jeroboam II (783-743), en sus últimos años. Debido a la inactividad del imperio asirio en esos años, Israel se había desarrollado mucho y eso el pueblo lo atribuía al esplendor del culto que se ofrecía en el santuario de Betel. Pero ese santuario no era fiel al verdadero Dios, según los del Reino del Sur (Jerusalén, donde estaba el santuario principal). El éxito económico, interpretado por el pueblo samaritano como un apoyo de Dios a su cisma religioso con respecto a Jerusalén, iba unido a una creciente injusticia social, a una galopante opresión de los ricos sobre los pobres. Todo eso hacía que el culto que se practicaba en los santuarios de Israel, sobre todo en Betel, fuera un culto vacío, sin conexión con la vida, desprovisto de toda auténtica experiencia de Dios. Contra estos males, Amós descarga su ira en nombre de su Dios, a quien compara con un león rugiente, precisamente contra aquellos que teóricamente estaban adorando a ese mismo Dios. Si no se convierten, les dice, el castigo es inevitable.
El libro de Amós es pequeño, pues sólo tiene nueve capítulos y 146 versículos. Está dividido en una introducción, los oráculos contra las naciones, la descripción de los crímenes de Israel y una conclusión. Conviene empezar a leerlo por los versículos 10 al 17 del capítulo 7, en los que se narra el enfrentamiento entre Amós y el sacerdote de Betél Amasías. Esta sección nos permite captar la tensión existente entre la autoridad divina, bajo la cual se encuentra Amós, y la autoridad humana, bajo la que se encuentra Amasías, ministro del culto a sueldo del rey. Más adelante veremos esa misma confrontación en los Hechos de los Apóstoles, cuando éstos se nieguen a someterse a la autoridad del sanedrín porque esa autoridad ha entrado en conflicto con la autoridad divina: “¿Os parece justo delante de Dios que os obedezcamos a vosotros antes que a Él?” (Hch 4, 19).
Amós era pastor de bueyes y cultivador de higueras, pero era, a la vez, un hombre culto. En su libro queda claro que conoce bien la situación política y social de los países vecinos de Israel y de Judá. Niega pertenecer a un grupo de profetas o ser hijo de profetas, desligándose así de aquellos que habían hecho de la profecía un forma de vida y que, en bandadas, iban por Israel ofreciendo sus servicios a cambio de dinero. Estos eran más parecidos a los magos o echadores de cartas de nuestros días que a los verdaderos profetas y habían acarreado el descrédito al ejercicio de la profecía. También niega Amós ser un profeta que entra en trance y justifica su misión lejos de su propia patria porque ha sido Dios quien le ha ordenado que lo haga (7, 15).
Los oráculos contra Israel contienen un sumario de las acusaciones que Yahvé hace al Reino del Norte y constituyen la parte central del libro (3,1-9,10). Estas acusaciones son, sobre todo, la opresión a los pobres y la vaciedad e hipocresía del culto que se le da a Yahvé en los santuarios cismáticos de ese Reino. Amós insiste también en que no se puede reclamar impunidad por el hecho de pertenecer al pueblo elegido. Esa pertenencia implica responsabilidad, no privilegios. Es pionero, así, en lo que más tarde enseñará San Pablo (“Ya no hay distinción entre judío y griego, entre esclavo y libre” Gal 3, 28). Todos los pueblos son iguales ante Dios, sin que importe su color, su credo o su culto. Por último, Amós no olvida predicar la esperanza al pueblo, incluso cuando lanza las amenazas de destrucción más terribles; por eso, el final no será para todos y Yahvé “no aniquilará completamente a los descendientes de Jacob” (9,8).
En cuanto a la influencia que ha tenido este profeta, hay huellas de él en el Evangelio de Lucas, en la Carta de Santiago y en los Hechos de los Apóstoles. San Cirilo de Alejandría y San Jerónimo escribieron comentarios sobre él. San Juan Crisóstomo es el verdadero heredero del espíritu de Amós en su lucha a favor de los pobres y por eso le dedica una sección especial en su Sinopsis del Antiguo y del Nuevo Testamento. En las lecturas litúrgicas de la Eucaristía, aparecen fragmentos de Amós en varias ocasiones, con el objetivo de recordar a los cristianos que el culto no puede ser un sustituto de la vida y que la creencia en Dios tiene que ir unida a la solicitud por los pobres. Amós ha sido y sigue siendo, pues, una fuente de inspiración para todos los que trabajan por mejorar la condición de los pobres.
Merece la pena rescatar, para meditar, algunos de los versículos más conocidos de este profeta:
“Esto dice el Señor: Por tres crímenes de Israel y por cuatro no le perdonaré; porque ha vendido al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias; porque aplastan contra el polvo de la tierra la cabeza de los necesitados y no hacen justicia a los pobres; porque hijo y padre se acuestan con la misma mujer, profanando mi santo nombre; porque se acuestan junto a cualquier altar sobre ropas tomadas en prenda, y en la casa de su Dios beben el vino de las multas” (2, 6-8).
“Escuchad esta palabra, vacas de Basán -el profeta llama así a las mujeres ricas que iban mucho al templo pero que no practicaban la caridad-, que vivís en la montaña de Samaría; las que oprimís a los débiles, maltratáis a los pobres y decís a vuestros maridos: ‘Traed y bebamos’. El Señor ha jurado por su santidad: vendrán días sobre vosotras en que os levantarán con anzuelos y a vuestra descendencia con arpones de pesca; saldréis por las brechas de una en una y seréis empujadas hacia el Hermón, dice el Señor. ” (4, 1-3).
“¡Ay de los que convierten el derecho en ajenjo y echan por tierra la justicia!… Pues bien, porque oprimís al pobre y le imponéis tributo del grano, casas de piedra labradas habéis construido, pero no las habitaréis… Buscad el bien y no el mal a fin de que viváis” (5, 7-14).