Además de la doctrina en torno a la naturaleza del matrimonio y a la indisolubilidad del vínculo matrimonial, el Nuevo Testamento transmite otras enseñanzas sobre el matrimonio y la familia. Es, sobre todo, San Pablo quien aporta esas enseñanzas en Efesios, 1 Corintios y Colosenses, refiriéndose a las relaciones conyugales y a los deberes familiares.
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En Ef 5, 22-32, San Pablo habla del matrimonio como del “sacramento grande” y lo compara nada menos que con la unión de Cristo y su Iglesia. Por lo tanto, el modelo del matrimonio cristiano es la relación Cristo-Iglesia.
En el aspecto moral, lo que resalta San Pablo es el amor que ha de tener el esposo a la esposa. Cinco veces repite Pablo que el “marido ame a su mujer”. El término que usa es “ágape”: no se trata de un amor carnal, interesado y quizá egoísta -”eros”, ni del amor de simple simpatía -”filía”-, sino de un amor más elevado, en la línea del amor con que Dios nos ama. Por eso pone dos puntos de referencia: debe amarla “como ama a su propio cuerpo” y “como Cristo ama a su Iglesia y se entregó por ella”.
Después, San Pablo concluye: “Por lo demás, ame cada uno a su mujer y ámela como a sí mismo, y la mujer reverencie al marido”. Es significativo que utilice un verbo diferente para designar la relación del marido para con la esposa y de la esposa para con el marido. La obligación de él es mayor que la de ella -posiblemente debido a que se consideraba a la mujer más débil y necesitada de protección que al hombre-, pues a la esposa sólo se pide obediencia, sometimiento voluntario. Al marido, en cambio, se le pide ese mismo sometimiento -debe estar “sujeto” a la mujer- y además se le pide que la ame. Quizá se daba por supuesto que la esposa siempre amaría al marido y que en lo que había que insistir era en que le obedeciera, mientras que al esposo había que pedirle más porque no se podía dar por supuesto ni siquiera el amor.
En 1 Cor 7, 1-9 San Pablo afronta de una manera explícita las relaciones conyugales. Contesta en este texto a unas preguntas que le han hecho los corintios y que, posiblemente, fueron éstas: ¿Qué es mejor, casarse o permanecer soltero? ¿Los cristianos casados deben hacer una vida conyugal normal o deben abstenerse de tener relaciones sexuales en el matrimonio?.
En cuanto a la primera pregunta, San Pablo hace una clara elección por el celibato, lo cual no significa que no apreciara el matrimonio, como acabamos de ver en la cita de la carta a los Efesios.
En cuanto a la segunda pregunta, San Pablo comienza por defender una igualdad radical entre el hombre y la mujer -lo cual era bastante novedoso en la época-. Ambos son el uno para el otro y por eso ninguno debe “defraudar al otro”. Por consiguiente, debe haber una vida conyugal normal, si bien “de común acuerdo” y por motivos sobrenaturales -”para daros a la oración”-, pueden abstenerse por breve tiempo. Pero pronto deben “volver a lo mismo”, no sea que sean “testados por Satanás”.
San Pablo, además, distingue entre lo que es “mandato mío” y “mandato del Señor”. Todo lo anterior es lo que el apóstol impone a una de sus comunidades, a la vez que especifica que lo que Cristo había mandado era que “el hombre tenga a su mujer” y “la mujer tenga a su marido”, por lo que “la mujer no se separe del marido y que, de separarse, que no vuelva a casarse” y “el marido que no repudie a su mujer”. Por lo tanto, San Pablo deja claro que Cristo no trató todos los temas sino que se limitó a establecer de manera clara y definitiva el matrimonio monogámico e indisoluble. Después, empezando por él, la teología moral se fue desarrollando de una manera coherente y fueron extrayéndose los restantes principios éticos concernientes a las relaciones conyugales.
En Col 3, 18-19 y en Ef 6, 1-9 San Pablo afronta los deberes familiares. Con ellos precisa cuáles deben ser las relaciones entre los distintos miembros de la familia. Estos preceptos son:
– Obligaciones de los esposos: La mujer, conforme a la mentalidad patriarcal, debe estar sometida al marido (“las mujeres estén sometidas a sus maridos como conviene en el Señor”). Pero este sometimiento está atemperado por la obligación del esposo no sólo de no “mostrarse agrio”, sino de “amarla”. El término usado es “ágapâte”, que significa una amor -tal como el mismo San Pablo escribió a los de Éfeso- “como Cristo amó a su Iglesia”. Frente a las costumbres imperantes en la época, este tipo de relación suponía un gran paso adelante para los derechos de la mujer. Bajo esta misma perspectiva hay que entender las recomendaciones de San Pablo acerca de las mujeres en la asamblea de culto (1 Tim 2, 8-15) y los consejo que da San Pedro a las mujeres y a los maridos.
– Relaciones padres-hijos: Los padres no pueden tratar duramente a los hijos: “no los provoquéis a la ira”, es decir, no los exasperéis. Aunque no se dice, de este modo se está rechazando la costumbre pagana de abandonar a los hijos e incluso de matarlos -el aborto y el infanticidio eran frecuentes-. Los padres cristianos deben tratar a sus hijos con cariño y no excederse en la corrección -malos tratos-, entre otras cosas, dice San Pablo, para “no hacerles pusilánimes”. En la Carta a los Efesios, San Pablo vuelve sobre el tema y escribe: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y en la enseñanza del Señor” (Ef 6, 4). Tres son, pues, los consejos: no ser excesivamente rigurosos, educarlos en la austeridad y en la disciplina e instruirlos cristianamente.
– Relaciones de los hijos con sus padres: San Pablo menciona sólo la obediencia, pero añade un motivo exclusivamente cristiano: “porque es grato a Dios”. En Efesios es más explícito: “Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el mandamiento que lleva consigo una promesa: ‘Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra” (Ef 6, 1-2). Por lo tanto, San Pablo enuncia cuatro razones para que los hijos amen a sus padres: motivo cristológico (“lo quiere el Señor”); por justicia (“es justo”); porque está preceptuado (Ex 20, 12; Prov 6, 20) y porque Dios ha prometido un premio (“por la promesa”).
– Relaciones con los siervos: Para San Pablo, la obligación de los siervos es obedecer en todo. A los amos les manda: “Proveed a vuestros siervos de lo que es justo y equitativo, mirando a que también vosotros tenéis Amo en el Cielo” (Col 4, 1). En Efesios repite consejos a amos y esclavos: el siervo debe “obedecer a su amo con respeto y temor”. Los amos deben “obrar de la misma manera con ellos, dejando las amenazas; teniendo presente que está en los cielos el Amo vuestro y de ellos, y que en él no hay acepción de personas” (Ef 6, 5-9). Por lo tanto, los motivos que aduce San Pablo son que “es grato al Señor” y que deben cumplirse “como conviene en el Señor”.
Si se tiene en cuenta la situación del matrimonio y de la familia en la cultura de Grecia y Roma, e incluso en Israel, es de admirar lo novedoso que resulta la doctrina del Nuevo Testamento sobre la naturaleza del matrimonio monogámico e indisoluble. Lo mismo cabe decir de la altura moral de los preceptos que deben guiar las relaciones entre los diversos miembros de la familia y entre los esclavos y los amos. Todo habla del gran paso adelante que supone la doctrina ética contenida en el Nuevo Testamento y, en particular, en San Pablo.
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