Preservativos y sida

El sida es una de las plagas que azotan hoy a la Humanidad. Son millones las personas afectadas por esta enfermedad. La Iglesia ha estado presente, desde que se inició la epidemia, al lado de estos enfermos –alrededor del 40 por ciento de ellos recibe atención en centros católicos e incluso los más afectados encuentran a veces sólo en ellos un poco de consuelo y alivio-. Sin embargo, el ocultamiento de estos datos y el hecho de que la Iglesia se oponga al uso de los preservativos en las relaciones sexuales hace que la jerarquía católica sea presentada como aliada en la difusión del sida, llegando incluso a oírse voces que tildan a algún cardenal de “enemigo de la humanidad” por esta oposición.
Enseñanza de la Iglesia y otros textos:
“Para la prevención se necesita la información adecuada y debida de los valores morales y no se permite cualquier cosa que viole el valor de la sexualidad. La Prevención debe realizarse respetando la dignidad del hombre y su destino trascendente, excluyendo campañas que conlleven modelos de comportamiento que favorezcan la extensión del mal. Se trataría de informaciones que más que ayudar perjudicarían. Hay que informar y educar sin prejuicio de la ética. Hay que iluminar a los jóvenes sobre los valores que están en juego. El mejor remedio frente al VIH-SIDA, que se transmita por relaciones sexuales ilícitas, es la fidelidad matrimonial y la castidad” (Juan Pablo II).
“Las autoridades competentes deben de actuar para tratar de resolver el problema de los enfermos del VIH-SIDA. No deben de implementar campañas de prevención contra el VIH-SIDA que incluyan modelos de comportamiento que favorezcan la expansión del mal; o también dar cierta clase de información que perjudique más que beneficie, respecto a contraer el mal del VIH-SIDA.” (Juan Pablo II).
“Uno no puede hablar realmente de «sexo seguro» llevando a la gente a creer que el uso de condones es la fórmula para evitar el riesgo de HIV, y de esta forma vencer la pandemia de sida. Tampoco puede ser llevada la gente a creer que los condones proporcionan una seguridad absoluta. No se dice que hay un porcentaje grave de riesgo, no solamente de sida, sino también de diferentes enfermedades transmitidas sexualmente, y que el porcentaje de fracaso es bastante alto. Yo, simplemente, quiero recordarle al público, secundando la opinión de un buen número de expertos, que, cuando el condón es empleado como contraceptivo, no es totalmente seguro, y que los casos de embarazo no son raros. En el caso del virus del sida -el cual es cerca de 450 veces más pequeño que un espermatozoide- el material de látex del condón obviamente ofrece una seguridad mucho menor. Algunos estudios revelan que la permeabilidad de condones puede llegar al 15% o aún hasta el 20% de los casos. Siendo así, hablar del condón como «sexo seguro», ¡es una forma de Ruleta Rusa! Y esto es aún sin considerar otras posibles razones para la falla del condón, tales como la degradación del látex debido a la exposición a la luz del sol y al calor, así como la rotura y el resquebrajamiento.” (Cardenal López Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Declaraciones a Radio Vaticano).
“Ante quien no quiera aceptar estos límites a pesar de la seriedad del problema, sería de todos modos obligado recordarle que, respecto al sida, el preservativo no preserva siempre, puesto que hay documentado un importante porcentaje de error (10-15 %). Es bueno que no se olvide.Se podría objetar que la disminución estadística del riesgo bastaría por sí misma para justificar la invitación  a usar el preservativo, sobretodo para los que no son, en todo o en parte, capaces de autocontrol. Aese respecto, sin embargo, se debe observar que, si toda la estrategiade prevención se basa en el uso del preservativo, esto acaba poradquirir entre los individuos y en la psicología de masa la apariencia
de una panacea, con efecto ulteriormente liberalizante y, por lo tanto,con la consecuencia de un aumento general de los casos de riesgo y de lapoblación en riesgo. En realidad, el recurso al preservativo como únicavía de prevención es inadecuado y en definitiva falaz” (Monseñor Sgreccia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida).
Los da“Weller publicó en 1993, un estudio basado en los datos recogidos en la literatura científica hasta junio de 1990 sobre la eficacia del preservativo como profiláctico de la transmisión del Sida por contacto heterosexual. La conclusión de este trabajo es que el uso del preservativo reduce el riesgo de contagio del HIV en un 69%; es decir, el riesgo de contagio en relaciones heterosexuales preservadas sería del 31%. Estos datos concuerdan con los expresados por la OMS, que observa un riesgo relativo de contagio del HIV para los usuarios del preservativo del 0,4; es decir, en torno al 40%. El índice de prevención se sitúa, según estos trabajos, entre el 60% y el 70%. También se ha estudiado sobre el paso del HIV a través de los poros del látex y se ha comprobado paso de partículas de poliestireno de 110 nm de tamaño a través del látex en 29 de 89 preservativos, es decir, en el 33%. Otra fuente de información procede de los métodos de control de calidad que realizan diversas instituciones sanitarias en USA: el estudio de 38.000 preservativos de 165 lotes diferentes puso de manifiesto escapes superiores a los permitidos en el país, que oscilaban, según los lotes, entre el 12% y 21%. Estos trabajos, en su conjunto, indican que los preservativos de látex pueden reducir, pero no eliminar, el riesgo de transmisión del virus del Sida”. (Doctor Javier Marigorta. Sociedad Valenciana de Bioética).
Argumentación:
Hay que empezar recordando que, si bien la oposición de la Iglesia al uso del preservativo tiene un carácter moral, debido a que las relaciones sexuales tienen que hacerse dentro del matrimonio y abiertas a la vida, su rechazo a que se utilice el condón de cara a la prevención del sida tiene un carácter añadido: la no completa fiabilidad del método, asociada a una publicidad engañosa. Si el método fuera totalmente fiable, la Iglesia podría decir: lo distribuimos a aquellas personas que no son católicos y que, por lo tanto, no están obligados por nuestros principios éticos. No se opondría, en ese caso, a que en una sociedad plural –donde hay católicos y no católicos-, se hiciera publicidad a favor del uso del preservativo como método para evitar el contagio del sida. Pero es que las garantías que ofrece, al no ser totales –los datos científicos hablan de fallos entre el 15 y el 30 por ciento- recomiendan no utilizar ese sistema para evitar el contagio del sida; para colmo, el preservativo es presentado ante la opinión pública como “sexo seguro”, engañando de ese modo a los “consumidores” del producto e incitándoles a llevar a la práctica todo tipo de relaciones sexuales, sin ningún freno moral; la unión de ambas cosas –la eficacia parcial y la publicidad engañosa- conduce, trágicamente, a una mayor difusión de la epidemia. Irónicamente, son los que están contribuyendo a esto –y haciendo un gran negocio de paso- los que se presentan como los grandes enemigos del sida, mientras que es la Iglesia –que, además, atiende a millones de afectados- la que pasa ante la opinión pública como la principal colaboradora con la difusión de la enfermedad por oponerse al uso del preservativo.
Tiene razón, por lo tanto, el cardenal López Trujillo cuando dice que usar el condón es como jugar a la ruleta rusa –poner en la cabeza una pistola cargada con una bala y apretar el gatillo, esperando que aquella no esté en ese momento en el tiro-. Con el agravante de que es como si al que decide jugar a ese juego le hubieran dicho que no había ninguna bala en la recámara. Si de cada cien usos del preservativo, éste es ineficaz en quince –tomando la proporción más baja, que podría ser superior, llegando a treinta-, eso significa que de cada veinte veces que se utilice, al menos en tres ocasiones se habrá contraído la enfermedad en caso de que uno de los dos estuviera infectado. Es una proporción muy alta. Además, como no hay frenos morales a la promiscuidad, el número de veces que se tienen relaciones sexuales tiende a crecer, por lo que la posibilidad de ser contagiado aumenta. Eso explica el fracaso en los intentos por frenar la expansión de la epidemia en África, a pesar de los envíos masivos de condones por parte de agencias supuestamente humanitarias. En cambio, en países como Uganda, donde se optó por llevar a cabo políticas publicitarias basadas en los valores morales –castidad antes del matrimonio y fidelidad en el matrimonio-, los resultados en la lucha contra el sida han sido sorprendentes.
A pesar de estos datos científicos, no faltan quienes argumentan a favor del preservativo diciendo que más vale usar un método imperfecto –que da una fiabilidad de entre el 70 y el 85 por ciento- que no usar ninguno. La realidad demuestra que la impresión de seguridad que da el preservativo es tan grande que el consumidor se olvida de que existen riesgos y, al confiarse, termina por quedar infectado. Además, esa misma impresión de seguridad hace que se abandone la publicidad de otras motivaciones para evitar el contagio, como la castidad.
En cuanto a la parte estrictamente moral del uso del preservativo por parte católica –los argumentos anteriores han estado centrado sobre todo en su relativa eficacia-, el tema en sí resulta ridículo en la mayor parte de los casos, pues la prohibición del preservativo es consecuencia de una prohibición anterior: la de no tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Si un católico tiene problemas de conciencia por usar el preservativo, más problemas debería tener por tener relaciones sexuales sin estar casado. Si el saber que, al tener esas relaciones, comete un pecado mortal no le impide cometerlas, tampoco le impedirá cometerlas saber que la Iglesia prohíbe usar condones. Por lo tanto, la prohibición de la Iglesia de usar el preservativo no va a llevar a ningún católico a tener relaciones sexuales fuera del matrimonio sin utilizarlo –con lo que podría contagiarse del sida-, pues si ese católico quisiera hacer caso a la Iglesia lo primero que haría sería no tener ese tipo de relaciones.