Francisco enfurece a sus amigos

12 de abril de 2024.

            El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, presidido por el cardenal Fernández, ha publicado esta semana “Dignitas infinita”, un documento sobre aquellos comportamientos que violan gravemente la dignidad humana. Según algunos, podría haberse hecho mejor y, sin duda, tiene puntos mejorables. Pero, al margen de eso, creo que se trata de un valioso e importante texto que merece la pena acoger y también agradecer. Su importancia viene dada por tres motivos: lo que dice, a quién no le gusta lo que dice y quién lo dice.

            En cuanto al contenido del documento hay que destacar algunos párrafos del mismo: “La Iglesia proclama la igual dignidad de todos los seres humanos, independientemente de su condición de vida o de su calidad. Este anuncio se apoya sobre una triple convicción que, a la luz de la fe cristiana, confiere un valor inconmensurable a la dignidad humana y refuerza sus exigencias intrínsecas”. “Sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana. Después de todo, dicho abuso de la razón fue lo que provocó la trata de esclavos en primer lugar y otros muchos males sociales, en particular la difusión de las ideologías totalitarias del siglo XX”. “Hay que reconocer que se opone a la dignidad humana «cuanto atenta contra la vida – homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado». Atenta además contra nuestra dignidad «cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena». Y finalmente «cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana”.

            El documento denuncia, sin ánimo de ser exhaustivo, algunas violaciones graves de la dignidad humana que son de especial actualidad: la pobreza, la guerra, las condiciones del trabajo de los emigrantes, la trata de personas, los abusos sexuales, la violencia contra las mujeres, el aborto, loas vientres de alquiler, la eutanasia -y el suicidio asistido-, el descarte de las personas con discapacidad, la ideología de género, el cambio de sexo, la persecución que sufren en algunos países los homosexuales y la violencia digital. Afronta también la cuestión de la elaboración de nuevos derechos humanos que no son tales: “a veces también se abusa del concepto de dignidad humana para justificar una multiplicación arbitraria de nuevos derechos, muchos de los cuales suelen ser contrarios a los definidos originalmente y no pocas veces se ponen en contradicción con el derecho fundamental a la vida”.

            Es muy duro con el aborto y también con la ideología de género, de la cual dice que “pretende negar la mayor diferencia posible entre los seres vivos: la diferencia sexual. Esta diferencia constitutiva no sólo es la mayor imaginable, sino también la más bella y la más poderosa: logra, en la pareja varón-mujer, la reciprocidad más admirable y es, por tanto, la fuente de ese milagro que nunca deja de asombrarnos que es la llegada de nuevos seres humanos al mundo”.

            El segundo motivo que hace valioso este documento ha sido la acogida que ha tenido entre los que pasan por ser los amigos y máximos defensores del Papa. No digo que lo sean, pero sí que se presentan como tales. Un ejemplo es la reacción que ha tenido el grupo “New ways ministry”, que acompaña a homosexuales activos y transexuales; su director, que fue recibido hace poco por el Papa y salió exultante de la entrevista, ha publicado esta nota de prensa: “El nuevo documento del Vaticano, Dignitas Infinita, falla terriblemente al ofrecer a las personas transgénero y no binarias no una dignidad humana infinita, sino limitada. Aunque expone una maravillosa justificación de por qué cada ser humano, independientemente de su condición en la vida, debe ser respetado, honrado y amado, no aplica este principio a las personas de género diverso. Los argumentos y conclusiones del Vaticano sobre la identidad de género y las transiciones de género indican que los autores no han consultado los avances de las ciencias biológicas, psicológicas y sociales en materia de género. Peor aún, muestra que los autores no escucharon atentamente la experiencia vivida por personas que han descubierto, a menudo tras dolorosos y tortuosos viajes, que Dios les ha creado naturalmente con una identidad de género más allá de las expectativas sociales, normalmente basadas en la apariencia física”. Acusan, además, al Vaticano de “apoyar y propagar ideas que conducen a daños físicos reales a personas transgénero, no binarias y otras personas LGBTQ+”. Según esta organización, «son perjudicados por la misma violencia que este documento condena en formas económicas, psicológicas, espirituales, sociales y, lo que es más trágico, físicas, lo que provoca graves daños que a menudo conducen a la muerte». Hay que recordar también que la  presidenta de esta organización es la religiosa Jeannine Gramick, que fue condenada por Benedicto XVI por sus escritos y enseñanzas heterodoxas y posteriormente fue ‘rehabilitada’ por el Papa Francisco.

            Muy dura es también la valoración que hace la religiosa española Teresa Forcades: “Para una teología queer, la forma en que Dignitas Infinita aborda la ideología de género, el aborto, la gestación subrogada, la eutanasia y el suicidio es insatisfactoria, porque es doctrinaria y poco matizada. Por último, el párrafo sobre el cambio de sexo me parece un escándalo que nunca debería haberse publicado”.

            Los obispos alemanes, que no se pueden situar en este momento entre los más próximos al Papa, también han hecho saber su decepción ante el contenido de Dignitas Infinita, documento al que acusan de no cumplir con los requisitos que se exigen a una Iglesia sinodal.

            El tercer punto que hace importante este documento es quién lo ha escrito y autorizado. Se trata de un texto firmado por el cardenal Fernández y avalado por el Papa Francisco. No es un documento del conservador Ratzinger o del Papa San Juan Pablo II. Es un documento de Fernández y de Francisco, que son presentados por los que dicen que son sus amigos como los paladines de la nueva Iglesia, de la ruptura con la Tradición y del cambio en la doctrina moral. Si en el futuro se intenta aprobar lo que este documento condena, habrá que recordar que se está yendo contra Francisco y no contra Benedicto o Juan Pablo.                

Vuelvo a repetir que, aunque el documento no es perfecto, tiene suficientes aspectos positivos como para acogerlo y agradecerlo. La prueba mayor de su importancia reside en el disgusto, casi enfurecimiento, de aquellos que se suelen presentar como los amigos y máximos defensores del Papa.