Principios innegociables o apocalipsis

21 de abril de 2024.

            En el año 2006, poco después de ser elegido Papa, Benedicto XVI se dirigió a 500 parlamentarios del Partido Popular europeo, reunidos en Roma, y en su discurso enunció por primer vez lo que se conoció desde entonces como los “principios innegociables” que un político católico debe defender en su trabajo legislativo y un votante católico debe apoyar con su voto.

            Estos tres principios fueron la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la defensa de la familia (entendida como la unión matrimonial, abierta a los hijos, de un hombre y una mujer) y la defensa de los derechos de los padres a tener la última palabra en la educación de sus hijos. Volvió a hablar de ellos al año siguiente, con motivo de la publicación de su exhortación postsinodal “Sacramentum caritatis” y una vez más los planteó como una referencia inexcusable ante un grupo de obispos, en el año 2009. Uno de estos principios, el de la defensa de la vida, es tan básico e importante que la Iglesia decidió aplicar la pena máxima, la excomunión, no sólo a los que participan en el aborto, sino también a los políticos que han contribuido a que se aprueben leyes que lo legalizan o que lo hacen más fácil.

            Pero antes de que la Iglesia decidiera aplicar la excomunión a los políticos abortistas, en Estados Unidos ya se había debatido ampliamente la conveniencia de orientar el voto de los católicos en función de este tema. El arzobispo de Chicago, cardenal Bernardin, que había sido presidente de la Conferencia Episcopal de ese país entre los años 1974 y 1977, justo después de la sentencia del Tribunal Supremo que liberalizaba el aborto (1973), dijo que eso no debía ser lo único a tener en cuenta para orientar el voto. El ejemplo que puso fue el de la “túnica inconsútil” de Nuestro Señor, que no fue repartida a pedazos entre los soldados que le flagelaron, sino echada a suertes para que uno de ellos se la quedara entera. Según Bernardin, el aborto era un punto importante, pero había otros, como la inmigración, los derechos de los obreros o los derechos de la mujer. El resultado fue que muchos católicos siguieron votando al Partido Demócrata con la conciencia tranquila, aunque ese partido se distanciaba cada vez más de las enseñanzas de la Iglesia. La decisión de San Juan Pablo II y las enseñanzas del Papa Benedicto XVI volvieron a poner sobre la mesa la necesidad de que el aborto, y los otros dos principios innegociables, fueran tenidos en cuenta antes que otros, a la hora de votar. En la campaña electoral que enfrentó a Biden con Trump, el tema volvió a cobrar importancia, una importancia que fue creciendo en la medida en que, tras su elección, el católico Biden se fue haciendo cada vez más radical en su defensa del aborto. El Vaticano frenó el intento de un grupo numeroso de obispos norteamericanos de excomulgar a su presidente por ese motivo, con una carta en la que decía que “sería engañoso dar la impresión de que el aborto y la eutanasia constituyen por sí solos los únicos asuntos graves de la doctrina social católica que exigen el máximo nivel de responsabilidad por parte de los católicos”. Era una vuelta a la “túnica inconsútil”.

            Sin embargo, ahora, después de publicado el documento “Dignitas infinita”, con la clara y tajante condena del aborto que se hace en él, se ha producido una intervención del Papa Francisco que a algunos les ha parecido significativa. Este miércoles, en las palabras pronunciadas durante la audiencia general, el Pontífice reivindicó la vigencia de los valores no negociables -utilizó esa terminología, que, si no recuerdo mal, no había usado nunca-, aunque pidió que su defensa se hiciera con moderación e intentando comprender a los que no estaban de acuerdo con ella. La moderación es esencial en la defensa de cualquier planteamiento, siempre que se entienda por tal el rechazo a la violencia, y no la tibieza a la hora de defender aquello en lo que se cree. Del mismo modo, el intento de comprender los argumentos de los que defienden cosas contrarias a las que uno mismo defiende es, no sólo un principio caritativo, sino incluso inteligente, pues sólo así podemos darnos cuenta de si nuestros planteamientos son correctos o están equivocados. Aceptado esto, y siendo el aborto el responsable de más de la mitad de las muertes que suceden en el mundo, hay que volver a poner, como pide el Papa, la defensa de esos principios innegociables como el principal elemento de discernimiento para orientar el voto católico, aunque éste sea cada vez más irrelevante. Y esto vale especialmente para Estados Unidos, para México y para todos los países donde los católicos tienen todavía una presencia significativa en la vida pública, asumiendo que, a día de hoy, no queda más remedio que elegir el mal menor. Moderación en las formas y caridad ante los contrarios, sí. Tibieza en la defensa de la vida, de la familia y de los derechos de los padres, no. No es una cuestión que nos afecte únicamente a nosotros. Es el destino de la Humanidad el que está en juego y no se puede titubear. En este caso, son perfectamente aplicables las palabras del Apocalipsis: A los tibios los vomito. Los principios innegociables tienen que influir decisivamente en el voto católico y son los pastores los que deben recordarlo, aunque a estas alturas sean muy pocos los que les hagan caso.